La trampa: El verosímil sostenido

Spoilers

M. Night Shyamalan ya es un director avezado en la industria, con una carrera de mesetas entre el éxito inesperado, la caída abrupta por la ambición desmedida y el regreso silencioso que lo reubicó en un lugar de aceptación bajo otros modos de producción. Sus películas oscilan entre los géneros del terror, el suspenso, el thriller y, en menor medida, la fantasía. Tras el gran fracaso de Después de la Tierra (After Earth, 2013), su regreso fue de la mano de Jason Blum y su productora Blumhouse, dentro de un sistema de producción con un presupuesto muy reducido, es ahí donde M. Night sacó a relucir su aspecto creativo e ideó una pequeña historia de terror emplazada en el género found footage con Los huéspedes (The Visit, 2015). Desde entonces volvió a la escalada industrial, aunque sin dejarse seducir por los grandes proyectos porque su foco se posó en contar historias, por fuera de la corriente propuesta por el Hollywood más centrado en los algoritmos en la búsqueda de una universalidad total. De todos modos, en esta última década no todo fue un lecho de rosas para el director de El protegido (Unbreakable, 2000), en especial por sus dos películas previas a La trampa (Trap), que lo devuelve a una plenitud mostrada a finales de siglo.

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¿Qué nos ofrece ahora M. Night Shyamalan? La trampa presenta una premisa atractiva para un thriller: un asesino serial (Josh Harnett) llevará a su hija al concierto de una cantante pop, dentro de un estadio cerrado en Filadelfia (ciudad donde ocurren casi todas las películas de este director). La policía no sabe la identidad de este peligroso delincuente, por lo que necesita armar un fuerte operativo que cubra todas las salidas, además de organizar una dinámica férrea dentro del recinto. La doble vida de este personaje se pone en relieve cuando al llegar divisa el fastuoso operativo policial, el cual le llama la atención tratándose de un concierto para un público adolescente, pero que al mismo tiempo debe mantener la compostura frente a su hija, quien está excitada por ver a la popular cantante Lady Raven. De esa variable, Shyamalan explota la tensión de un personaje que entra a ese estadio como una presa a una jaula. En su reverso es un padre amoroso y preocupado por Riley, una adolescente típica pero no estereotipada porque en el guión no es solo el motor para ubicar a este asesino en una escena de vulnerabilidad, es también un personaje que tiene conflictos con sus compañeras de escuela. Tal subtrama aparece salpicada para nutrir la tensión de un personaje desdoblado, cuando la madre de una compañera de Riley divisa a Cooper (Josh Harnett en el papel de su carrera) pretende soldar una serie de rispideces entre las hijas de ambos. En el medio, lo peor para este hombre porque con sus ojos (la cámara envolvente de Shyamalan) recorre el estadio por completo: cada recoveco, salida, foso, entrada escondida, etc. no tiene ninguna fisura a simple vista para efectuar escape alguno.

Cuando el encierro parece una realidad insoslayable, Cooper descubre que necesita de su coeficiente intelectual para resolver su escape, sin demostrar alteración en sus actitudes, más allá de ciertos indicios que su hija pesca por conocerlo y, además, por verlo ir y venir de los asientos que tienen en el show, siempre con alguna excusa. Cada recorrida por los pasillos del estadio le permite a esta mente maestra detectar los puntos ciegos y la grietas en un operativo, a priori, infalible. La narración está asociada al seguimiento de cada movimiento de este personaje: los espectadores somos los únicos que sabemos su identidad como así también sus planes: que tiene a una víctima secuestrada, que le quita su identificación a un vendedor de remeras (al que él conoce) para tener acceso a espacios restringidos, que luego escucha los movimientos policiales a través de un radio que se robó. Es ahí cuando Shyamalan juega con la comedia, por ejemplo, cuando Cooper entra a un cuarto repleto de oficiales de SWAT y, sin titubear, se abre paso entre ellos haciéndose pasar por un empleado.

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Si a esta altura todos los que pasaron por las películas anteriores de este director están a la expectativa de un final sorpresa o con una vuelta de tuerca deberían saber que la movida majestuosa, en esta oportunidad, está en torcer la espacialidad para deslizar la claustrofobia de un único lugar a una multiplicidad de opciones, que le quita esa presión por resolver la trama en el estadio. La segunda mitad el asesino está afuera y tiene de rehén a Lady Raven, sin que su hija sospeche porque cree que su cantante favorita la lleva en su limosina de regreso a su casa. Para alcanzar ese punto de verosímil estirado, el protagonista sortea una serie de pruebas, la mayoría de ellas gracias a su encanto y poder de convencimiento, en el que apela al golpe bajo y a la manipulación más artera, esa es su mayor arma, además de una inteligencia que resulta ser superior a la media de todos los que lo rodean. Tan solo el personaje de la especialista en comportamiento, interpretado por una señora (similar a la psiquiatra de Fragmentado) a la que Cooper ve y escucha en diferentes ocasiones, exhibiendo un miedo auténtico como no muestra frente a nadie más.

La doble vida puesta en crisis llega a un punto álgido cuando Lady Raven es, finalmente, quien decide enfrentar al asesino a sabiendas del riesgo que corre, no solo de perder su vida sino también de colaborar con la muerte de la víctima secuestrada en alguna parte de la ciudad. Que Saleka, la hija de M. Night, se erija como antagonista de un peligroso delincuente hace que su interpretación necesite estar a la altura de un Josh Harnett impoluto, y eso no sucede. Casi que su padre consciente de ello cubre ese desnivel actoral con un manto de tensión dada por las acciones, en especial desde el momento en el que ella se encierra en el baño tras quitarle el celular para salvar al hombre secuestrado. Allí nuevamente Shyamalan plantea una situación doble: un adentro y un afuera que desdoblan la vida del protagonista, mientras su familia está en un estado de confusión, él todavía cree que puede zafar mientras intenta entrar al baño. Para llegar a este momento crucial, la trama atravesó varias postas de un verosímil estiradísimo, y siempre salió airosa porque el punto nodal de todo es el sorteo de lo imposible, un concepto puesto en juego en diferentes oportunidades, materializado en un protagonista de hierro.

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Un final posible hubiera sido la llegada de la policía para detener a este delincuente intensamente buscado, sin embargo, Shyamalan crea un nuevo bucle para poner de manifiesto la parte más vulnerable de este asesino, hasta ahora, perfecto en su accionar. Durante la película hubo un par de apariciones de una mujer mayor, entre la multitud, quien no es mas que su madre a la que él solo puede ver. Tras un enfrentamiento, Cooper es apresado y llevado en custodia. Hasta esa instancia ya se sabe que cada uno de sus movimientos tiene un motivo o, al menos, es un puente para lograr algo. Lo que parece un abrazo sincero con su hija, en la coda de la película se revela que escondió un alambre que le permite liberarse de las esposas. La última imagen de la película, un primer plano de un rostro sonriente de un hombre, que se pasa ambas manos por su pelo (porque nada está librado al azar tampoco para Shyamalan) resumen uno de los thrillers más luminosos, calculados y entretenidos de los últimos tiempos.

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Dimi Cachero Nestor
Excelente tu articulo
10:45 25 de noviembre de 2024
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