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I wonder if those changes
Have left a scar on you
Like all the burning hoops of fire
That you and I passed through
Ya sea por sus auspiciosos inicios en películas como La habitación del pánico (2002), por su salto a la fama mundial de la mano de cierta abominable saga vampírica, por sus colaboraciones con autores del calibre de Woody Allen, Oliver Assayas, Kelly Reichardt y David Cronenberg, o por estelarizar un memorable videoclip de los Rolling Stones, a esta altura del partido, todos sabemos perfectamente quién es Kristen Stewart. No sólo eso, con el paso del tiempo y de los proyectos, la actriz y directora (el año que viene estrenará su ópera prima) incluso ha logrado que alteremos nuestra percepción de ella: en efecto, tanto Kristen como Robert Pattinson se han esmerado en dejar atrás sus días como “Bella” y “Edward” de Crepúsculo (2008) para, en cambio, pasar a ser reconocidos como dos de los intérpretes más destacables de su generación, o mínimamente como dos que viven asumiendo nuevos desafíos y que siempre resultan interesantes de ver.
En este sentido, Stewart también se ha vuelto, por lo menos a los ojos de quien escribe, una de esas estrellas cuyos nuevos proyectos merecen ser vistos independientemente de su naturaleza, por el simple hecho de que cuentan con su presencia. Desde ya, cabe mencionar que tal compromiso con su filmografía no viene libre de excepciones, como Los Ángeles de Charlie (2019) —perdón, Kristen, pero tengo mis límites—, ni de malos tragos. Dentro de estos últimos, podría citar películas como Seberg (2019) —sobre la cual escribí acá—, Underwater (2020) y Spencer (2021), tres proyectos bien disímiles entre sí, pero que tienen en común el no haber estado a la altura de su protagonista. Afortunadamente, su último estreno comercial, el film que hoy nos convoca, no comete el mismo error; por el contrario, hasta saca provecho del talento de la actriz rodeándola de un elenco secundario inmejorable, tan iluminado como ella, con el que tiene tanta química que las actuaciones de todos sus miembros se ven potenciadas.
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Decir que Love Lies Bleeding (2024) tuvo un “estreno limitado” en Argentina sería caer en un reduccionismo: con nula promoción previa y habiendo estado apenas una semana en cartel, que la hayan visto 2.292 personas (según la data provista por Ultracine) es prácticamente un milagro. Para colmo, y como ya es costumbre por estos pagos, fue estrenada con un título traducido que deja bastante que desear: Amor, mentiras y sangre. En primer lugar, porque el original no refiere a esas tres entidades por separado (la ausencia de comas lo confirma): en este caso, la correcta traducción de “lies” no es el sustantivo “mentiras”, sino el verbo “yace” (sería algo así como “el amor yace desangrándose”). Y en segundo lugar, porque dicho título remite a la canción homónima que da inicio al gran álbum Goodbye Yellow Brick Road, de Elton John, citada al inicio de este texto. En cualquier caso, y a pesar de haber perdido tanto la intertextualidad musical como la poesía visual de su título original, el local nos promete amor, mentiras y sangre, y la película de Rose Glass entrega, y con creces.
Coproducida por la norteamericana A24 y la británica Film4, la película transcurre en el año 1989, en un pueblucho de Nuevo México en el que todos se conocen y en el que, al parecer, no pasa mucho. Pero ya conocen el dicho, “pueblo chico, infierno grande”, y precisamente en el infierno es donde comienza este relato: la cámara emerge de un oscuro cañón que esconde más de un secreto (y al cual, obviamente, volveremos más tarde) y, como la de Hitchcock al inicio de Psicosis (1960), avanza sigilosa hasta adentrarnos en el edificio donde se halla la protagonista. Su introducción no podría ser mejor: luego de una estilizada secuencia de créditos habitada por cuerpos apolíneos y sudorosos en pleno ejercicio físico, Glass nos presenta a Lou (Stewart) destapando un inodoro, de espaldas a cámara, en el piso de un mugroso baño. Un contraste tan marcado como los músculos de Jackie (Katy O'Brian), una carismática fisicoculturista que, sin buscarlo, pronto pone al pueblo patas para arriba. En camino hacia una competencia en Las Vegas, la recién llegada no tarda en atraer las miradas de la encargada del gimnasio local, la frustrada Lou, quien se enamora perdidamente de ella y accede a hospedarla en su casa, y la de su despreciable cuñado JJ (un efectivo Dave Franco), quien, tras intimar con Jackie, le consigue un trabajo en el campo de tiro de su suegro, el padre de Lou (un siniestro y pelilargo Ed Harris). El infierno grande es inminente.
Sin embargo, no por inminente dicho infierno resulta también predecible: si bien las promesas de conflicto están impecablemente sembradas desde el primer acto (la impulsividad de Jackie, el aura turbia que acecha al padre de la protagonista y el maltrato físico de JJ hacia su esposa Beth (Jena Malone), entre otras), el guión se luce a la hora tomarnos desprevenidos, tanto a nosotros, los espectadores, como a la pobre Lou (dicho sea de paso, el vender satisfactoriamente la expresión de sorpresa genuina no es tarea fácil para un actor; no obstante, en este film, Stewart logra que así lo parezca). Similarmente, otro punto narrativo a destacar es cómo, luego de introducirnos en la rutina de puchos culposos, pajas tristes y familia disfuncional de la protagonista, Glass y su coguionista Weronika Tofilska consiguen que le demos la bienvenida al torbellino de amor, mentiras y sangre del segundo acto con los brazos bien abiertos y rebosantes de esteroides. Y hacia el final de la película, una vez que ya está todo dicho y reafirmado (“I fucking love you, you idiot”), Love Lies Bleeding procede a cultivar sus metáforas visuales y a llevarlas al extremo. Muy lejos de cuestionarla por ello, no podemos hacer más que felicitarla: por allanar su propio camino, por no temerle al ridículo y, sobre todo, por su convicción a la hora de ejecutar su plan.
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En más de una crítica del film encontrarán menciones al cine de los hermanos Coen o al de David Lynch (a Eraserhead (1977) y a Carretera perdida (1997), en particular) como algunas de sus influencias narrativas y visuales. Sin embargo, tales referencias son apenas superficiales, epidérmicas si se quiere, porque si hay algo que Love Lies Bleeding tiene es una personalidad propia: saturada como sus flashbacks; tonificada como su guión; enérgica y temeraria, pero con una inocencia que resulta encantadora, como el personaje de O’Brian; y con una confianza en sí misma semejante a esa con la que Stewart, una vez más, se desenvuelve delante de la cámara (en resumidas cuentas, todo eso que no fue la inerte Saint Maud (2019), la ópera prima de Glass). No es muy difícil comprender por qué John Waters la eligió como su película favorita del año, resumiéndola a la perfección como “un film que Russ Meyer podría haber hecho si hubiera sido una intelectual lesbiana adicta a los esteroides”. Lo imagino viendo Love Lies Bleeding con una sonrisa feliz y enamorada, como esa que Lou le dedica a Katy mientras la ve practicando sus poses frente al espejo.
Christian_Deinz 29 ![First Draft Hustler](https://img.peliplat.com/api/resize/v1?imagePath=peliplat/default/20241128/667c5d5d7e2da833d480fd363e5cb4a9.png&source=s3-peliplat)
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