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¿Quién puede definir quién soy si ni siquiera lo sé?

Síndrome del impostor: es un cuadro psicológico en el que la gente se siente incapaz de internalizar sus logros y sufre un miedo persistente a ser descubierto como un fraude.

Lo tengo desde hace un tiempo. No sabría mencionar específicamente ni la hora, el día, el mes ni tampoco el año, pero sé que lo tengo y no se quiere salir. Desde el año 2012 me propuse mentalmente ser director de cine. ¿Por qué? Simplemente sentí en aquel entonces que todo lo que sucedía detrás de cámara poseía una magia inexplicable de la que me era imposible no sentirme enganchado, y aparte siempre me consideré algo talentoso para crear historias (algo que ya desde muy chico me salía de manera natural cuando me “perdía” en la playa y los adultos me preguntaban dónde estaban mis padres, todo esto según anécdotas de ellos mismos).

En estos doce años pasé por muchas etapas: comencé un proceso autodidacta respecto a la materia en cuestión, miré muchas películas tratando de encontrar el cómo se hacía lo que veía en pantalla grande, pasé miles de horas viendo videos en YouTube sobre cine y realización, comencé la carrera de Artes Audiovisuales, filmé junto a un amigo un corto que publicamos también en YouTube hace siete años, y ahora que tengo el tiempo no puedo escribir. Tengo las ideas pero no puedo escribir.

Cuando me preguntan quién soy y a qué me dedico siempre trato de responder la misma manera, pero hay un detalle que jamás se me escapa: digo que soy un “casi cineasta”. James Cameron me diría algo como así "Vamos muchacho, agarra una cámara, graba algo, ponle un título. Listo. Eres un cineasta." La fe intacta de que algún día lo voy a lograr en cierta parte se siente como ese empujón que me repito como un mantra, y por otra parte se siente también como un fraude. "¿A quién le quiero mentir? No he hecho nada con mi vida." Muchas veces pienso eso cuando me miro al espejo en la mañana. Me he puesto miles de excusas, y en varios huecos llenos de nada no he podido satisfacer el deseo de convertir muchas de las historias grabadas en mi cabeza en palabras que conformen un guion. ¿Quién me impide ser quien realmente quiero ser? La respuesta es obvia, pero me aterra.

El primer pensamiento que tuve - así, prácticamente sin tomarme el tiempo necesario para analizar qué era lo que realmente estaba viendo - a los cinco minutos de iniciada la tercera película como director de Aaron Schimberg ‘A Different Man’, fue: "¿Cómo hizo el director para convencer al actor Adam Pearson de interpretar este papel sin tocar las sensibilidades propias del prejuicio colectivo?" Claro, cuando Sebastian Stan (quien interpreta a nuestro protagonista con una inolvidable y soberbia actuación) mira a cámara, sonríe y comienzan los créditos finales entendí todo. Pero antes, dos interrogantes que debo responderles. ¿Quién es Adam Pearson y porqué debería darles explicaciones de su condición humana?

Pearson es un actor británico con sólo tres películas en su filmografía. Su primera participación fue una muy corta en la inquietante ‘Under The Skin’ bajo la dirección de Jonathan Glazer (The Zone of Interest), la segunda fue en la segunda de Schimberg, ‘Chained For Life’, y ahora repite con el director neoyorkino para interpretar a un misterioso hombre que reemplaza a otro en una obra de teatro que está basada en la vida de aquel que va a reemplazar, siendo el reemplazado un hombre que reemplazó su rostro por uno nuevo y más atractivo. Suena de lo más retorcido, pero es así, y aunque la extrañeza de esta obra inunda la pantalla desde el minuto uno, pone los pelos de punta por su innegable realismo. ¿Quién soy? ¿Qué quiero ser? ¿Qué les digo a los demás sobre mí?

‘A Different Man’ no proporciona respuestas satisfactorias ni soluciones mágicas ya que, de sí hacerlo, sería una película olvidable y poco efectista, aunque suene este último algo contradictorio. Y es que el cine, como todo arte, debe proporcionar todo lo contrario: el planteo de una pregunta que sea respondida pura y exclusivamente por nosotros, y no por aquello que tenemos frente a nuestros ojos. ¿Acaso quiero responderlo ahora, quiero comenzar un camino que me invite a responderlo? Este thriller con toques de sátira/parodia puede que sea mi placebo artístico para este continuo “bloqueo” que me aqueja, o puede que me dé ese empujón. No lo sé. Es muy temprano para sentenciar qué papel tendrá esta película conmigo.

El flujo de la historia es orgánico. Su manera de narrar, espléndida. Probablemente no vas a sentir que estás en presencia de “la experiencia cinematográfica del año” ya que según los estándares de esa etiqueta un drama de estas características no aplica, pero ¿a que llamamos experiencia realmente? Para algunas puede que la mejor representación sea una épica, para otros una basada en hechos reales, pero la experiencia está relacionada con el viaje, que a su vez está relacionado con los sentimientos implicados en él. Este proceso de deconstrucción como espectador está relacionado con lo que me hizo sentir esta obra.

Edward Lemuel (Stan) es un aspirante a actor que al parecer no consigue muchos papeles debido a una extraña condición cutánea que tiene en el rostro llamada neurofibromatosis (si se acuerdan de la emocionante ‘El Hombre Elefante’ de David Lynch quizás te hagas una idea de lo que sufre), sufre de la inevitable mirada en exceso de los demás pero se muestra apaciguado, poco afectado, y que además, como si fuera poco, se encuentra ante una situación bastante compleja: tiene la chance de volver a tener un rostro “normal”. Y Edward, como todo ser humano que no puede lidiar con lo que tiene, está por aceptar una oferta que es imposible de rechazar. “La infelicidad en vida existe solo cuando uno no acepta la realidad”, le dice un vecino. Si tan sólo pudiéramos absorber las palabras de los extraños de otra manera sin pensar que no sirven para nada en absoluto

Como si fuera un personaje más sacado del micro universo de La Sustancia, Edward es sometido por voluntad propia a la aplicación de un método (casi) experimental y se transforma en Sebastian Stan, o en la versión de Sebastian Stan que le gustaría ser, con una facilidad que sorprende tanto al cambiado hombre como a la audiencia. Es a partir de ese punto de quiebre que este drama contornea ese tono cómico inicial hacia uno de misterio y absurdo propio de lo que podría tranquilamente hacer, no sé, Yorgos Lanthimos por poner el ejemplo más reconocido actualmente. Pero también se puede leer simbólicamente como una analogía de cómo las narrativas nos pueden revolver las tripas, sorprender en las formas menos esperadas, y por qué no, shockear todo a la vez.


POR JERÓNIMO CASCO

Publicado el 10 de DICIEMBRE del 2024, 01.20 AM | UTC-GMT -3

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