El planeta salvaje (1973). Un viaje alucinante a los confines del espacio exterior

Allá afuera cae un velo negro. Es la órbita de vértigo del infinito. El espacio exterior es un lugar insondable, gigantesco y abismal. A una distancia de 46 mil millones de años luz con la Tierra como centro, se encuentra el límite del universo observable: el límite conocido del universo. No existe ningún instrumento de medición que pueda captar alguna señal de ese punto, porque como opacados por un velo negro, los haces de luz, en su recorrido, no alcanzan la distancia suficiente para revelarlos. Con el tiempo, la progresiva expansión y aceleración del universo causará que los lugares remotos estén más distantes entre sí, más lejanos y olvidados. Como parte de un insignificante punto de esa abismal extensión, los seres humanos transcurren su vida con normalidad.

Pero nuestra limitada comprensión del universo no nos imposibilita imaginarnos cientos de misteriosos mundos, maravillosos, extraños o inhóspitos, que son como espejos de nuestra propia realidad. Espejos brillantes, pulidos, curvados, opacos, nublados. La ciencia ficción, en vez de predecir el futuro, nos habla de nosotros mismos. Paradójicamente, en uno de estos mundos imaginados por la ciencia ficción, los seres humanos viven esclavizados a manos de una omnipotente civilización, los Draags.

En El planeta salvaje (1973) conviven dos especies enfrentadas: los Draags, seres azules de varios metros de altura y aspecto de reptil; y los Oms, similares a los seres humanos.

Los Draags se dedican a la explotación de los recursos naturales del planeta, al cultivo de la cultura y la tecnología, al debate de las políticas de exterminio Om (o “de-ominizacion”), y por sobre todo, a la meditación, la cual, bajo la forma de una burbuja, transporta la conciencia a otro plano existencial. ¿Qué es lo que los mantiene por los años de los años inmersos en este ritual? ¿Qué terrible secreto guardan los Draags cuando meditan?

Los Oms, (deformación de “hommes”, hombres, en francés) desamparados a su más primitivo instinto, sobreviven a la implacable tiranía de los Draags, quienes los ven como mascotas, degradados a ser vistos como una simple curiosidad y servir como juguetes de su entretenimiento.

Pero es así que en el contexto de este conflicto, de ejecutores y dominados, de una guerra sin aparente reconciliación; un Om, de nombre Terr, es rescatado de morir a manos del cruel entorno y adoptado por una niña Draag. Con el tiempo, descubre un imperceptible error en el sistema, una delgada oportunidad para escapar de su encarcelamiento…

Las posibilidades de la animación y la creación de un mundo imposible

“El planeta salvaje”, de René Laloux, constituye una pequeña joya de la animación europea. Está imbuida por la fantástica imaginación y la psicodelia de la década de 1970, repleta de imágenes al borde del surrealismo. Diferentes especies exóticas conviven en un mundo hostil y brutal: un extraño ser de cuatro patas como pájaro, y cinco ojos grandes como esferas observan apuntando al cielo, unos misteriosos seres se arrastran por el suelo y tejen al unísono las vestiduras de los habitantes Om, y así sucesivamente.

Los planos generales, gracias a su grado de detalle, nos sumergen en paisajes desolados y páramos imposibles de habitar. Arquitecturas extravagantes que desafían la gravedad, bóvedas espiraladas y estructuras orgánicas incomprensibles. Como surgidas de un onírico caleidoscopio, las imágenes de este exótico planeta surgen filtradas por una agresiva y arriesgada paleta de los más variopintos colores.

Inspirado en las escenas oníricas imaginadas por el ilustrador y dibujante Roland Topor, el film es una pequeña demostración de las posibilidades expresivas y creativas del medio. Para lograrlo, la película utiliza la técnica del cut-out, una variante de la animación en stop motion. Esta técnica consiste en el registro fotográfico del movimiento de pequeños recortes de papel a lo largo de un soporte bidimensional, y que, reproducidas a una velocidad o tasa de frames correspondiente, produce la ilusión de movimiento. Cercanos a los ocho o doce frames por segundo se produce el milagro: la insuflación de vida que da nombre al término animación, y que en el fondo es la base de cualquier creación cinematográfica. Como nota de producción, la técnica permite economizar algunos procesos al mover solo una parte de la escena y no toda la escena en su totalidad, como en el ejemplo de abajo.

En síntesis, este llamativo film, ganador del premio especial del jurado en Cannes, forma parte de la extensísima cosmovisión de curiosos mundos y recónditas culturas surgidas del cine, y al mismo tiempo, una exploración de la propia naturaleza humana.

Quizás allá afuera todavía algún Om desafía, en una guerra eterna, el statu quo de la sociedad Draag… y el ciclo se repite:

“Nuestro planeta Ygam tiene un satélite, el Planeta salvaje. Está deshabitado y se usa para la meditación. Ygam está dividido en varios Uvas, los Uvas Afilan y Yot son naturales y simétricos. Urtana, el Uva más grande, está cubierto con bloques azules asónicos. Las temperaturas oscilan entre 8 y 243 laiks, haciendo imposible su explotación (...)” ¹

1. El planeta salvaje (1973). Extracto de las clases de enseñanza Draag.