Dentro de la trilogía del color de Kieślowski, la que más división de opiniones genera es sin lugar a dudas Blanco (1994); algo que puedo entender pese a que sea mi favorita de las tres. Y lo entiendo porque por momentos es en la que Kieślowski se traiciona un poco a nivel estilístico, buscando que la película adoptase otra forma. Esa sobriedad de las otras dos películas, aquí se entremezcla con comedia e incluso con ciertos aires de thriller. Se sale de la pulcritud autoral por así decirlo, haciendo que sea una película más liviana e incluso accesible para el público general.
La película se estrenó en el Festival de Cine de Berlín de 1994, cosechando el Oso de Plata a Mejor Director. Después del gran éxito por festivales y la gran acogida que tuvo la primera entrega protagonizada por Juliette Binoche (alzándose con el León de Oro del Festival de Cine de Venecia), la expectación que suscitaba esta continuación de la trilogía era máxima. Si en la primera Kieślowski tuvo como su gran musa a la gran Juliette Binoche, tenía que conseguir que la protagonista de su siguiente filme tuviera de igual manera una presencia arrebatadora en pantalla. Ahora es muy fácil encontrar en Julie Delpy una actriz deslumbrante con una carrera formidable, pero en el año 1994 todavía no era tan conocida, pese haber ya trabajado con directores de la talla de Jean-Luc Godard. Su estrellato vendría un año después con el estreno de la maravillosa Antes del amanecer (1995), pero en Blanco (1994) fue la primera vez en la que coprotagonizó una película de un director tan enorme como lo fue Kieślowski.
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No llega a protagonizar como tal la película, en la que no tiene el protagonismo absoluto que, si tuvieron Bincohe y Jacob, pero su personaje es tremendamente fascinante. En esta entrega, en la que la acción se desarrolla casi por completo en Polonia en vez de en Francia, el gran protagonista del filme es el actor polaco Zbigniew Zamachowski. No obstante, con el paso del tiempo, la gente recuerda más la película por el trabajo de Delpy que por el de Zamachowski, el cual hace una interpretación reseñable.
La trilogía del color representa el lema oficial de la República Francesa de “libertad, igualdad y fraternidad”. En esta ocasión tenemos a la “igualdad” como gran punto central de la película, que se evidencia notablemente desde el mismo arranque que tiene lugar en un juzgado parisino. En Blanco (1994) hay mayor ostentosidad en el trasfondo que quiere elaborar el director, volviéndose menos contemplativo y más explícito.
La película como ya he mencionado está protagonizada por Julie Delpy y Zbigniew Zamachowski, contando también con la participación de Janusz Gajos, Jerzy Stuhr o de Aleksander Bardini, entre otros. Blanco (1994) a día de hoy no se encuentra disponible en ninguna plataforma de streaming de España, aunque se ha reestrenado en cines una restauración en 4K con motivo del 30 aniversario de la trilogía. Como viene siendo habitual y pido disculpas por ello, desconozco donde se puede encontrar disponible en Latinoamérica, por lo que si alguien que esté leyendo esta crítica lo sabe, le agradecería que lo dejase en la caja de los comentarios.
¿Iguales ante la justicia?
Si algo caracteriza a Blanco (1994) es de ser la película más autoconsciente, quizás incluso la más honesta. Alguien como Kieślowski, nacido en Varsovia tan solo un año después de la invasión nazi y que luego se afincaría en Francia, es conocedor de lo que supone ser un extranjero en un país como el galo. El trato que recibe el inmigrante, lo desprotegido que está a veces en comparación con un ciudadano nacido ahí, es algo en lo que se ahonda en la película a través de un divorcio; esto último no lo toméis como un spoiler, dado a que es lo primero que vemos nada más empezar la película.
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De ahí hay una caída a los abismos, un total abandono al que se somete al personaje de Karol; ya no solo por parte de su mujer, sino de la sociedad que ni tan siquiera le ofrece un trato justo e igualitario ante la ley. No es exacerbado lo que plantea en ese sentido, siendo muy corto el tiempo que realmente vive esa desidia personal en Francia. La vuelta a Polonia es donde vemos el cambio más notorio que presenta esta película, asemejándose mucho a un cine más cercano a Kaurismaki o Chaplin. La desolación deja paso a un espíritu vitalista, en donde el sufrimiento no consigue doblegar a Karol, retratando en cierta manera el espíritu de resiliencia del pueblo polaco.
Lindezas polacas
Quizás tenga una predilección por Blanco (1994) porque aun siendo la más imperfecta de todas, es la más atrevida. No se ve tan encorsetado Kieślowski en su formalismo, conduciendo a la película por unos derroteros inusuales en su cine. Depende mucho más del guion, el cual tiene giros sorpresivos y bastante surrealistas, que inciden en esa reflexión tanto de la propia identidad del individuo en sociedad, como de la gran diferencia cultural y política entre dos naciones como son Francia y Polonia. Tiene momentos muy lúcidos y de un gran esplendor, como la escena que tiene lugar en una especie de subterráneo entre Karol y Mikolaj. Uno de los momentos en donde Kieślowski consiguió condensar todo su mundo de la manera más sencilla y prodigiosa posible.
No obstante, es verdad que el primer acto se hace algo cargante y que no goza de un equilibrio tan armonioso como lo llegamos a ver en otras películas suyas. Precipita mucho el segundo acto y eso hace que no esté tan bien elaborada a nivel narrativo. Eso lo solventa con lo irónica que acaba siendo en muchos momentos, teniendo un humor bastante punzante.
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Por otro lado, Azul (1993) y Rojo (1994) son películas más de índole existencialista, y en Blanco (1994) tiene mucho más los pies en la tierra. Es enormemente más terrenal que las otras dos, y no arrastra ese aire melancólico que sí que es muy notable en las demás de la trilogía. Pienso que las otras dos son mejores películas, pero sigo teniendo a Blanco (1994) como mi favorita, quizás porque sea la única en la que se vislumbra con mayor intensidad ese halo esperanzador que también residía en Kieślowski. Supongo que con los años la cosa irá cambiando y que habrá momentos en los que una me llegará más que otra, ya que al final la trilogía entera es una delicia de principio a fin, pero a día de hoy me fascina más esta, pese a las imperfecciones obvias que tiene.
Conclusión:
Blanco es uno retorcido y a la vez luminoso retrato de la hipocresía que impera en las sociedades democráticas de occidente como es el caso de Francia. A través de un divorcio desdeña esas diferenciaciones culturales, pero en las que la desigualdad y la desprotección hacia el inmigrante suceden de la misma forma. No tiene la pulcritud de Azul (1993) y Rojo (1994), pero sí que tiene una osadía y un tono irónico que consigue llevarlo hasta unos derroteros que resultan igual de fascinantes. Se vuelve mucho más autoconsciente a nivel formal, lo cual tampoco lo veo como algo malo a criticar, ya que es indudable que en la manera en la que está comprendido el relato, era algo que exigía la película. Julie Delpy y Zbigniew Zamachowski hacen una dupla de lo más genuina, en otra de las grandes obras maestras del gran Kieślowski.
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