David Lynch murió ayer a sus 78 años. Dicen que murió viejo, que está bien, que iba a suceder pronto. Yo pienso que podría haber muerto más viejo aún, que todavía tenía proyectos, que los médicos en Hollywood no son tan buenos. También se me ocurren algunas contradicciones. Lynch insistió más que nadie, incluso a través de su propia fundación, en la meditación y el crecimiento espiritual por ese medio, sin embargo fumaba como una chimenea.
David Lynch murió ayer a sus 78 años por un enfisema pulmonar, y no puedo evitar pensar en dualidades. Fue capaz de llegar al prime time televisivo con el policial más nacionalista yanqui que se les pueda ocurrir y de hacer las películas más experimentales de toda una industria. Y es que quien haya visto Twin Peaks e Inland Empire reconocen al mismo director. Él está en todo lo que hizo. Es reconocible e irreconocible.

Pero hay una dualidad que me interesa mucho más, y que está presente en casi todos sus trabajos. La dualidad del humano. Quiénes somos en el mundo material y quiénes en el espiritual. Para Lynch, el espacio que habitamos nos modela, pero no nos determina. De muy chico, David viajó por todo Estados Unidos debido al trabajo de su padre. Él siempre lo vio como una ventaja, hasta que comenzó a trabajar en el mundo del arte. Hace algunos años le hicieron una entrevista en la que decía que todos los días come lo mismo. De almuerzo una ensalada de atún, queso feta y tomate. De cena pollo salteado con brócoli. Ante la risa del entrevistador, Lynch reconoce que la creatividad crece cuando todo en tu vida esta controlado, cuando la mente no debe detenerse en nimiedades como pensar la cena.
Ese Lynch, en medio de una entrevista distendida, rescata el problema del sistema en que vivimos. Deja picando un problema de clases, que desde otra perspectiva también está en Mulholland Drive. En su escena más escalofriante, nuestro breve personaje encuentra el horror más grande a plena luz del día, en un callejón junto a un restaurante de comida rápida. El horror existe, y también te atrapará a ti, persona tipo del primer mundo ajena a todo.

Y es que toda esa película es un recordatorio de la barbarie del sistema cuando descuidamos lo que no podemos comprar, cuando nos chocamos con nuestros sueños vacíos. Los problemas de las rubias. Y no lo digo como chiste, en sus películas, el reto de las rubias parece ser alejarse de esos lugares comunes, aceptar la oscuridad, lo indecible, lo impredecible, soltarse antes del desborde. Y si no pregúntenle a Laura Palmer a ver como le fue.

Después están las morochas, mis favoritas. Las femme fatale, Isabella Rosellini, Sherilyn Fenn, Laura Harring, Patricia Arquette con peluca, etc. A ellas las guía otra cosa, quizás su misión sea entender qué es eso que las guía, traer más cosas a la consciencia. Cuando las cosas salen mal, no suelen terminar como Laura, sino más bien como la señora del leño.
Pero mentí, mis personajes favoritos no son las morochas, son esos otros. Los comodines psicotrópicos que aparecen, salvajes, cuando menos los esperamos. Bobby Perú (interpretado por el mismísimo Willem Dafoe), el Hombre Misterioso de Lost Highway, los camaradas de la logia negra, la bailarina del cielo en Eraserhead, etc. Esta gente patea el tablero, casi siempre son perversos, más o menos alineados a los intereses de nuestros personajes, terminan llevando al límite los deseos de ellos, los empujan a terminar de cumplir cierto cometido. Si el lema es no mates al mensajero, haremos al mensajero más desagradable que puedas imaginar. Aplaudo de pie.

Después tenemos a los protagonistas, que casi nunca plantean estas dualidades, entonces sufren más que nadie. Son los últimos en enterarse lo que pasa, y para compensar la zonzera, resultan ser o muy lindos o muy adorables. Por supuesto nada de lo que escribo es tal cual en toda su filmografía. Sobre este punto, logra un excelente equilibrio en Mulholland Drive, la que para mi es su mejor película. Vamos descubriendo los vaivenes y las aventuras junto a sus protagonistas rubia y morocha que después es rubia. Sobre la rubia que sigue siendo rubia toda la película (Naomi Watts) hay una increíble escena de un casting, al medio del film, en donde ella crece de golpe, o nos demuestra que siempre fue grande, y que ojito con subestimarla.
Se puede estar toda una vida intentando desentrañar la red de pistas y lenguajes que nos dejó David Lynch, por eso su obra será eterna. Él no nos subestima como espectadores, por eso usa símbolos de diferentes culturas, estimula sutilmente con el sonido, remite constantemente a lugares casi extraños y mezcla idiomas. Pero es tan generoso que cuando lo hace nos lo enuncia, se las ingenia para decirnos: esto es un símbolo, aquí hay una clave, ahora les toca a ustedes. Aunque él prefería que no intentemos desentrañar, que simplemente naveguemos en sus ríos, mirando los peces dorados a nuestro alrededor, o hasta siendo ellos por un ratito, si nos atrevemos.
Una vez que se termine con las películas, todavía estarán sus albumes de música, sus pinturas, sus cortometrajes y video experimentales. Pasa que su arte es también una ideología de vida, una forma de hacer las cosas, logró plasmar su alma en sus películas. No se si más o menos que otros directores, pero se me ocurren poquísimos artistas, del cine o de otras ramas, capaces de lograr lo que David. Es infinito, su pérdida es inmensa, pero agradezco muchísimo haber compartido la tierra, al menos algunas décadas, con semejante ser humano (aunque sobre esto último no pongo las manos en el fuego).
Menos mal que David Linch murió ayer a sus 78 años, a causa de un enfisema pulmonar. Sin el mal hábito del cigarrillo, temo que hubiera caído en el new age y todo su lado morocha sucumbido a la vida saludable y predecible. Descanse maestro.





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