“Cuando saltamos a lo desconocido, descubrimos que somos libres.”
Este es uno de los tantos pasajes que recita Cesar Catilina, el protagonista de la última película del legendario Francis Ford Coppola que, así como su creador, busca construir las bases de una sociedad idealizada o intenta inspirar a los demás con esa idea. En el caso de este misterioso personaje es Megalopolis, un gigantesco proyecto urbanístico que busca unificar los mejores valores y principios de las personas en una ciudad en la cual todos los que puedan soñar algo lo puedan concretar chasqueando los dedos como si fueran el mismísimo Thanos de Marvel Studios. Quizás la referencia del villano no sea la más acertada, pero es la primera que se me vino a la mente.
¿Qué mensaje quiere dar el bueno de Francis cuando expresa sus propias palabras por medio de Cesar? ¿Cómo se puede leer este “cuando saltamos a lo desconocido, descubrimos que somos libres” y por qué es tan importante para entender la obra? En el caso de este icónico artífice de la obra en cuestión que a sus 85 años se dio el lujo de darle rienda suelta a la imaginación como nunca antes lo había hecho (quizá demasiada rienda), todo se trata sobre crear, mostrar y fallar. Sencillamente prueba y fracaso. Dos de las palabras más conocidas por él. Coppola sabe lo que su figura representa a pesar de su humilde postura, y cree que en sus últimos años de vida tiene en sus manos el último intento de decirle a los futuros cineastas “háganme caso, no le vendan el alma al diablo, sean los dueños de su propia película”.
Hace unos días el director estuvo presente en el Late Night Show de Stephen Colbert, y en respuesta al porqué Coppola llevó a cabo la producción de su película de la manera en que lo hizo (básicamente invirtiendo 120 millones de dólares de su bolsillo y rechazando todo mandato de los directivos hollywoodenses), decidió utilizar una analogía bastante interesante. Se refirió a Hollywood como una enorme industria de comida rápida que invierte cientos de millones en producir papas fritas para mantener a la gente adicta a su producto. Según sus palabras, Hollywood desea que la gente vaya a ver una película sabiendo de antemano qué es lo que va a ver para que se sienta familiar con la experiencia. Pero para él tal viaje debería ir siempre cambiando sus estructuras y no ser para nada predecible. Si decido atenerme a sus dichos, soy un creyente de que no hay nada más burdo y vago que crear a partir de las expectativas de los demás. En simples palabras, defiendo a capa y espada al longevo realizador.
Para dejar en claro que significó para mi esta épica que fue moldeada durante casi cuarenta años dentro de la cabeza de Coppola, definitivamente puedo afirmar (y haciendo alusión a cómo define Hollywood el director) que Megalopolis no se sintió para nada como una papa frita cinematográfica. Es más, no es parecido a nada que haya visto antes. El problema fue que, a pesar de mi infinito deseo de querer estar ante un evento como ningún otro, tampoco me pude sentir adicto o impactado por lo que veía. En los primeros segundos de esta utopía/distopía podemos ver al personaje principal interpretado por Adam Driver acercarse temerosamente al abismo desde las alturas del edificio en el que vive y todo a su alrededor se ve falso, fuera de este mundo. Las nubes se mueven como en un timelapse, y al intentar tirarse al vacío dice “¡Tiempo detente!”.
No solo lo logra, sino que también maneja la narrativa. El primer ataque de Coppola al panorama actual de la industria cinematográfica está marcado antes de los dos minutos de iniciada su “fábula”: él hace lo que quiere, él es libre y si así desea hacer una película, es gracias a la visión que tuvo y no por las decisiones que un ejecutivo con auriculares tomando un latte macchiato de Starbucks le dictó mientras mira su iPhone revisando los cientos de mensajes que tiene. El padrino del cine moderno no cree en los cuentos infantiles que Hollywood intenta vendernos, y con mucha paciencia se propuso crear una épica de ciencia ficción/drama social que, desde el concepto general que plantea suena de lo más interesante… pero en términos de ejecución se queda a medias.
Si le hago caso a mi costado más imparcial, a mi espíritu más honesto, no tengo ni la más remota idea sobre qué pensar de la película o de lo que acabo de presenciar. Como un cinéfilo que milita por las ideas refrescantes e innovadoras en el séptimo arte, quedé plasmado por la visión de Coppola. No puedo determinar si para bien o para mal, pero su impacto está ahí, cocinándose a medida que descifro qué intento reflejar el director allí. La película mezcla algunas de las visuales más impresionantes de estos últimos diez años con un cautivante mix de realismo y surrealismo. ¿Una metáfora de lo que siente él como alguien que atraviesa vejez? ¿Un mensaje de reconciliación con las “nuevas generaciones” en el cine luego de haber bombardeado Internet hace unos años criticando a Marvel y compañía? ¿Es una despedida… o solo un hasta luego?
La historia de Megalopolis y los conceptos que abarca son de lo más interesantes. Luego de una catástrofe nuclear que dejó a la ciudad de Nueva York casi al borde una destrucción absoluta, se decide rebautizarla como la “Nueva Roma” para reinstaurar otros valores, pero al parecer la sociedad mucho no aprendió. Es en esa falsa reconstrucción que emerge la figura de Cesar Catilina (Adam Driver), un arquitecto idealista que se encarga de la Oficina de Autoridad de Diseño (algo así como el departamento gubernamental que le está dando forma al nuevo estilo de vida que se pretende moldear luego del desastre) que propone construir Megalopolis, una ciudad dentro de la ciudad inspirada por la idea de querer evolucionar como especie. El detalle que posee Catilina para su beneficio es el megalon, un elemento creado por él que permite construir estructuras milagrosamente preciosas y brillantemente prácticas. La deconstrucción recién está comenzando, pero, como siempre, hay obstáculos de los más comunes: están aquellos que se atan a las ideas clásicas, los codiciosos, los lujuriosos… y toda suerte de pecadores que sirven más como una excusa de su existencia en la trama que un elemento vital de ella.
Y es que sí, esta sátira modernista es brillante desde sus ideas, pero bastante terrible desde su construcción y armado. En gran parte es muy difícil entender qué es lo que está sucediendo, pero el gran problema es que esa confusión no se coló en mi inconsciente a fuego lento como para luego hacerme repensar, no, suceden tantas cosas todo el tiempo que es casi imposible seguirle el rastro. Coppola mezcla tonos, géneros y estéticas probablemente haciéndole caso a su corazón, pero sin entender que el tipo de cine que él quiere componer está fuera de nuestros tiempos. Ya no es una cuestión de gustos, ni siquiera de generaciones. Lo que él propone es revolucionarlo todo, pero su principal falla es la falta de sentido orgánico de los elementos que la componen. ‘Megalopolis’ son varias micropelículas todas en una… y sí, hubo algunas que me fascinaron, otras que me provocaron desconcierto… y algunas con las que pasé vergüenza ajena.
“¿Cuándo muere un Imperio? ¿Se derrumba en un momento terrible? No. No, pero llega un momento en el que su gente ya no cree en éste. Es entonces cuando un Imperio comienza a morir.”
El personaje de Laurence Fishburne, secretario de Cesar Catilina y narrador de esta fábula, recita este corto monólogo en el comienzo, y creo que es tiempo de Coppola escuche atentamente a su guion. Querido Francis, aprecio tu intención, admiro tu valor y tu paciencia. Eres de los pocos en esta Tierra que ama el cine más que a su propia vida, pero que esta no sea tu despedida.
POR JERÓNIMO CASCO
Publicado el 21 de NOVIEMBRE del 2024, 01.51 PM | UTC-GMT -3
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¿DONDE LA PODÉS VER? Se estrena en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata que arranca esta semana. Su estreno en cines comerciales en Argentina está pactado para el 2 de enero de 2025, distribuida por Maco Films.
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