En el libro El cine norteamericano, el crítico Andrew Sarris destaca Noche sin luna (Moonrise, 1948) como ejemplo de lo que denomina la “moral de la teoría de autor”: La mayoría de los proyectos de Frank Borzage, sobre todo hacia el final de su carrera, adolecen de cierta trivialidad en su concepción, sin embargo la personalidad del director nunca se adormeció y cuando se presentó la gloriosa oportunidad de Moonrise, Borzage demostró que no sólo no había perdido su halo, su magia, su originalidad, sino que su estilo seguía intacto. Esa es la prueba de la moral de un Autor”.
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Con más de 80 películas como director, Frank Borzage atravesó las décadas más importantes del cine de Hollywood. Frecuentemente menospreciado como el “romántico” del cine de los años 30, ha sido revisado en las últimas décadas del siglo XX y destacado como uno de los directores más incomprendidos de la historia de Hollywood. Empezó como actor y hacia mediados de la década del 20 se convirtió en unos de los directores más exitosos de la pantalla. Contribuyó a consagrar al melodrama como uno de los géneros más populares y forjó las carreras de estrellas como Janet Gaynor, Joan Crawford o Margaret Sullavan.
"Fue una rareza entre las rarezas", escribe Andrew Sarris en su libro. Atento al mundo de la pobreza y la opresión, al mundo de Hitler y Roosevelt, cultor del aura de sus personajes, expresivo en la luz difusa y la cámara fluida. Sus films antinazis -completa Sarris- fueron adelantados a su tiempo, no tanto política como emocionalmente, porque para él lo que Hitler y todos los tiranos tenían de censurable era la invasión a la intimidad emocional del individuo, en particular de los amantes.
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Sin abandonar su intenso romanticismo, en Noche sin luna aborda una historia de crimen y violencia con una estética noir distorsionada, muy cercana a la plasticidad del espacio del cine mudo. Los derechos de la novela de Theodore Strauss (crítico de The New York Times) había sido adquiridos por la Paramount en diciembre de 1945, aún antes de que sea publicada. Luego dos productores independientes pujaron por ellos, mientras la novela era publicada en entregas en la revista Cosmopolitan en 1946, y entonces el proyecto se estancó, tuvo diferentes inconvenientes (entre ellos una demanda de William Wellman a los productores por incumplimiento de contrato) y terminó en una producción de bajo presupuesto en la Republic. Uno de los productores aseguró que utilizaron dos escenarios para más de treinta escenas diferentes, la mayoría de las cuales deberían haber sido en exteriores. Sin embargo, nunca fue un problema para Bozage cuando fue elegido: siempre había preferido filmar en estudio que en locaciones. Esto le permitió mayor control y la creación de un espacio opresivo, que no denota nada de bucólico pese al ambiente rural. Una sensación de irrealidad invade las imágenes en consonancia con el estado mental de profunda alteración en el que vive el protagonista.
La historia está situada en un pequeño pueblo rural en el estado de Virginia. Allí, el inquieto malestar de Danny (Dane Clark) choca contra el ritmo de los lugareños, cuyo más curioso exponente es el sheriff (Allyn Joslyn), un hombre de reflexiones que no hace otra cosa que ver a la gente irse del pueblo. Junto a Mose (Rex Ingram), el amigo negro de Danny, debaten sobre la ancestral dicotomía entre naturaleza y civilización. Danny es atípico como héroe del film noir, un personaje de aires modernos, neurótico, infantil, por momentos, indescifrable, habitado por una fuerza interior que no puede controlar, que lo supera, lo desborda y atemoriza a quienes lo rodean. Su pasado le impide sortear las etapas de la vida, anclado en una adolescencia circular que lo lleva al pasado una y otra vez.
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Como en todas sus películas, Borzage nos regala una historia de amor. Gilly (Gail Russell) es quien rescata a Danny de su incurable melancolía, para recuperar el estado de inocencia a través de la pureza del amor. Pero también Gilly encuentra al amor de su vida cuando ya está unida a otro, aquel que desaparece en la misma noche del compromiso. Y el hombre de quien se enamora puede ser el responsable de esa muerte. Un hombre envuelto en la culpa, la paranoia, la locura. Danny nunca parece integrado al mundo en el que se mueve, como ocurría con otros héroes de Borzage, impregnados de la tonalidad neblinosa, esfumada, que los arrulla y los envuelve. Danny es siempre un outsider, un intruso que no pertenece a nada ni a nadie. Es en la mansión donde se encuentra con Ginny, el refugio de esa pasión, donde la existencia parece trascender el tiempo y las identidades: son otros, en otra vida, en otro tiempo, donde los relojes se han detenido para siempre.
Pero en la feria, subido a la vuelta al mundo, Danny no puede apartar la mirada del sheriff, en un estado de ansiedad que lo lleva a saltar al vacío. Borzage utiliza el plano subjetivo para la secuencia siguiente, sin poder desprender la mirada de la cámara de la de Danny, como si nos hubiésemos contagiado de su euforia. Con fotografía de John L. Russell (quien años más tarde utilizaría la experiencia de esta película para crear la atmósfera de Psicosis, de Alfred Hitchcock) quiebra las imágenes, en planos detalle de profunda tensión, que dan cuenta de la fragmentación del interior de Danny. La oscuridad de los rostros de Danny y Ginny cuando están juntos marca a menudo la ambigüedad de sus sentimientos, entre el horror y la pasión.
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Ya desde las primeras imágenes de la ejecución de su padre, los pasos de Danny son los de un hombre muerto. La precisión de la elipsis nos traslada al presente y a medida que avanza el relato se descubre la verdad sobre la muerte de sus padres. El mundo no ha sido un lugar agradable para Danny, siempre asediado por la culpa de otro, signado por una marca de origen como una sombra que se cierne sobre él y quienes lo rodean. La muerte accidental de Jerry (Lloyd Bridges) despierta el fantasma de la culpa y tiñe de oscuridad su deseo por Gilly. Son sus fantasmas interiores, su inseguridad y su tortuosa relación consigo mismo los que minan su amor.
Finalmente en la complejidad de la autoridad representada en la figura del sheriff y en la densa comprensión del concepto de justicia, está la clave de la resolución final y su peso redentorio. Hay una mirada aguda sobre las diferencias de clase y origen -la clase trabajadora a la que pertenece Danny y los nuevos ricos encarnados en los banqueros a los que pertenece Jerry-, que se hacen visibles en una ciudad del sur. En el libro que dedica al director, el historiador Hervé Dumont destaca que después de El séptimo cielo (1927), Borzage ha insistido en la consciente renuncia del hombre respecto a los asuntos de la vida mundana. "Un mundo que destruye la dignidad humana es un lugar sórdido y desértico donde no vale la pena regresar, por lo que los héroes de Borzage no aspiran a reingresar en la sociedad", señala Dumont.
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Noche sin luna parecería indicar un cambio a partir de palabras de Mose, el amigo de Danny: Los hombres deben vivir en compañía de otros, pareja, familia, amigos. Lo que yo hice, renunciar a la vida social, me aleja de la condición humana, y por lo tanto es el peor de los crímenes que se puede cometer. Pensar la mirada de Borzage a partir de esas palabras supone revaluar su posición. Es que su particular mirada sobre la condición humana y el mundo en que vivimos se desprende no sólo de la narrativa de la película sino de las palabras finales de Mose (refiriéndose a uno de sus perros como Señor Perro): Si un hombre descubre como reintegrarse a la vida social después de haber renunciado a ella, ayuda, Señor Perro, ayuda. A través de esas palabras, que no se encuentran presentes en el texto de Strauss, Borzage despliega su propia moral de autor. Como dijo en alguna ocasión, toda gran historia se fundamenta en una lucha.
Alejandro Franco "Arlequin" 
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