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La Sustancia (2024), o cuando el culto a la belleza se vuelve toxico

Spoilers

“Cuando una mentira se repite mil veces, se termina por convertir en una verdad” - Joseph Goebbels.

Modelos anoréxicas. Chicas que desean agrandarse el busto como regalo para su cumpleaños de quince. Niñas enfundadas en minifaldas y maquilladas como adolescentes. Concursos en donde jóvenes mujeres desfilan en ropas ajustadas, y son evaluadas como una exposición de ganado en la Sociedad Rural. Revistas femeninas que predican consejos de belleza, lo que hay que ponerse ahora, y las últimas dietas. Actrices obsesionadas con parecer siempre jóvenes, porque saben que si se ven de más de 40 años ya no podrán aspirar a papeles protagónicos. Cirujanos, entrenadores y dietistas, creadores de métodos cada vez más extremos para que las mujeres se mantengan delgadas, con la figura de una muchacha y con un rostro eternamente joven.

Todo esto forma parte de la Cultura de la Belleza, un universo plagado de valores irreales, superficiales y tóxicos, muchos de los cuales son tomados por muchas mujeres como una religión. Parámetros establecidos por los hombres, los que fijan los estándares para que una mujer sea considerada hermosa y deseable, ya que a las personas bellas se le abren todas las puertas y se le presentan innumerables oportunidades. ¿Si hay mujeres que fomentan estos valores o crean estándares más altos y exigentes?. Por supuesto. En situaciones tóxicas siempre hay rehenes con Síndrome de Estocolmo, gente que venera aquello que las deforma y las daña. Basta con explorar en Google fotos de celebridades cuando eran jóvenes, y ver lo deformes que están ahora, pasadas de botox, cirugías y dietas extremas.

Coralie Fargeat, luego de ganar la Palma de Oro 2024 del Festival de Cannes por el guión de La Sustancia

Es sobre este punto que la directora y guionista Coralie Fargeat tiene algunas cositas para decir… y lo hace con la sutileza de una motosierra. A ella no le importa usar los medios más gráficos posibles para llegar hasta el hueso de toda esta enfermedad social. Ella ha aprendido de otros maestros - como Stanley Kubrick, Jordan Peele o George A. Romero - que el Cine Fantástico puede ser una formidable herramienta para disparar una demoledora crítica social. Para crear un clima de tensión e irrealidad utilizará planos simétricos y en profundidad, tal como usó Kubrick en mucha de su filmografía pero, más específicamente, en el sentido de El Resplandor (1980). Pero para el clímax tiene preparada munición pesada, y ahí saca a relucir todo el catálogo de body horror - las mutaciones, las deformidades - que David Cronenberg cultivó durante la década del 70 y el 80.

Demi Moore se entrega por completo al papel de una actriz madura que debe enfrentar el final de su carrera artística

(esta reseña tiene tibios spoilers sobre la primera mitad del filme para poder analizar los temas que trata; no se revela el desenlace)

Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una actriz que ha pasado su momento de gloria hace años. Ahora ha encontrado refugio en la televisión, conduciendo un programa diario sobre fitness - el paralelismo con los videos de workout que Jane Fonda popularizaba en los años 80 no es casual -. Para ser una mujer de más de cincuenta años, Elisabeth se ve genial: delgada, bien conservada, vital… bella. Junto con otras muchachas muestra su rutina en su programa vespertino, haciendo ejercicios de manera coordinada con otras chicas, y da consejos de vida sana. Los planos son generales y, cuando hay acercamientos, son discretos. Hasta la música es agradable: moderna, rítmica, cosa que los movimientos coincidan con el tempo de la melodía.

Pero Harvey (Dennis Quaid), el productor del programa de Elisabeth, no está contento. Los ratings son discretos. Las exigencias de la diva le pesan. El programa se empieza a ver anticuado. Se impone un reemplazo y Elisabeth es despedida.

Dennis Quaid y su séquito de viejos babosos y aduladores; el personaje de Quaid está obviamente inspirado en Harvey Weinstein

Pero he ahí el dilema central de La Sustancia. Porque Elisabeth ha dedicado toda su vida a su carrera, y ha sacrificado todo en el camino: amigos, familia… Vive en su torre de cristal rodeada de los mayores lujos y de un séquito que sólo la adula, pero no hay nadie que la conforte, que la ame, que sea sincero con ella o que, por lo menos, le aconseje lo que debe hacer. Ha pasado su fecha de vencimiento en Hollywood. Los actores pueden trabajar hasta los 80 años (o más) y retirarse cuando quieren; las mujeres, en cambio, caducan cuando ya no pueden camuflar las señales de la edad. Muchas se casan con millonarios y se retiran antes de los 50; sólo sobreviven en el medio las actrices con auténtico talento, las que montan sus propios proyectos, la que aceptan el paso del tiempo y pueden pasar de roles de novias y amantes al de madres y, por último, al de abuelas.

Pero Elisabeth no tiene ese perfil. Lo único que tiene para vender es su belleza - su rostro, su cuerpo -. No puede aceptar la jubilación forzada, aún cuando posea una fortuna considerable y no precise trabajar el resto de su vida. El que le hayan dicho que está vieja es el mayor de los insultos. Y, en vez de seguir con su vida decide volver de alguna manera, pero esta vez es por revancha. Cuando en el camino se le cruza un joven enfermero y le deja una enigmática tarjeta sobre un tratamiento de belleza - sólo para gente selecta y llevado a cabo en el mayor de los secretos -, la tentación es tan grande que es imposible rechazar la oferta.

Entonces lo que la Fargeat termina generando es un pacto faustiano. Elisabeth está dispuesta a vender su alma a lo desconocido con tal de volver a ser joven. No importa lo chiflado que suena todo esto - que el tratamiento sea experimental, que sea clandestino… que Elisabeth ni siquiera vaya a consultar a algún médico sobre si el procedimiento es seguro -. Así que ella - dominada por la ansiedad de volver a ser relevante y el deseo de revancha, lo que es mucho más fuerte que sus dudas y temores - llama al número que figura en la tarjeta que le dieron, sigue las instrucciones y va a buscar una misteriosa caja en el lugar más recóndito de la ciudad.

La caja es extremadamente minimalista: accesorios quirúrgicos, jeringas, un frasco con un líquido amarillo fosforescente y unos números que indican el orden en que deben usarse esos accesorios. Sólo hay una regla que debe cumplir a rajatabla: el tratamiento debe llevarse a cabo durante siete días, ni uno más ni uno menos.

Así que, a medianoche, Elisabeth está desnuda en el enorme baño de su penthouse. Frente al espejo - y sin maquillaje - contempla sus arrugas, su flacidez, la marca de sus cirugías… lo que ella percibe como un estado de decadencia - y que muchas mujeres envidiarían llegar a los cincuenta y tantos con semejante cuerpo -. Y toma coraje y se inyecta el misterioso líquido amarillo.

Lo que sigue es una transformación al estilo Alien. Debajo de la piel de su espalda se empieza a formar algo… otra persona. Es un proceso cruel y extremadamente doloroso, en donde el nuevo ser termina desgarrando la piel de Elisabeth y nace en medio de un charco de sangre… en la mitad de un baño gigantesco, súper iluminado y extremadamente blanco (otra influencia de estilo de Kubrick). La criatura - una mujer joven de veintitantos (Margaret Qualley) - contempla con curiosidad el cascarón que acaba de abandonar. Procede a coser las heridas de la espalda de Elisabeth, y sigue las indicaciones de la caja. Se inyecta líquido de la médula espinal de Elisabeth, el cual la estabiliza contra las reacciones secundarias del tratamiento. Limpia el piso del baño - que a esta altura se ve como un matadero - y procede a cubrir el cuerpo desnudo de Elisabeth, mientras le inyecta una bolsa de suero que debe alimentarla y mantenerla viva durante siete días.

La advertencia premonitoria de la caja que contiene la Sustancia: dos cuerpos, una sola persona

Porque ésas son las reglas del juego: dos cuerpos, una persona. La nueva chica - que se hace llamar Sue - es Elisabeth en carrocería nueva de lujo. Mientras tanto la vieja Elisabeth vegeta en un estado comatoso en el suelo del baño. Cuando se cumplan los siete días, Sue debe volver a conectarse al cuerpo de Elisabeth para intercambiar almas. Sue será la que quedará en trance, mientras que Elisabeth volverá a ser ella misma durante una semana. En esos días deberá ir a buscar otra caja del tratamiento, para seguir con el mismo, alternando una semana entre un cuerpo y otro.

Cuando Sue se presenta al casting que armó Harvey para buscar una sustituta a Elisabeth, la figura y la sensualidad de la recién llegada deslumbran. Harvey - con obvias alusiones a la cualidad predatoria de Harvey Weinstein - se excita con la vista de la chica: ella es la sexualidad hecha persona. Al momento de verla cierra el casting y la contrata de inmediato.

Margaret Qualley exuda sexualidad por cada uno de sus poros en el rol de Sue

Pero éste no va a ser el viejo show de Elisabeth. El fitness es una excusa para atraer el morbo de la platea masculina. El enfoque ahora es radicalmente distinto: ya no se trata de ver chicas lindas haciendo ejercicio. Las cámaras toman primeros planos de pechos, traseros y entrepiernas; los hermosos labios de Sue se relamen en primeros planos en un gesto que bordea lo obsceno. La música es mucho más fuerte y agresiva, y las chicas se sacuden en movimientos orgásmicos.

Sue se ha convertido en la sensación del momento. Pronto le llueven propuestas de trabajo, hay reportajes y figura en las tapas de las revistas. Sue / Elisabeth está contenta de volver a ser un objeto sexual, deseada por miles de hombres, envidiada por miles de mujeres. Ha vuelto a caer en la trampa de la cultura masculina pero, como toda víctima del Síndrome de Estocolmo, está feliz con las exigencias denigrantes de los hombres que la manipulan. Total, ése es el único mundo que ha conocido durante toda su vida.

Y el filme podría haber concluído allí, con Sue y Elizabeth alternando entre cuerpos para toda la eternidad. Pero la dichosa regla de los siete días con cada cuerpo está por una razón… y está para ser quebrada. Y cuando eso ocurre, La Sustancia desciende al mayor de los infiernos. Porque el pasaje del alma entre los cuerpos termina funcionando de manera parecida al teletransportador que usaba Jeff Goldblum en la versión de David Cronenberg de La Mosca (1986). Nunca lo que sale de una punta es similar a lo que ingresó por el otro extremo. Los últimos 45 minutos son de auténtica pesadilla, con momentos tan brutalmente grotescos que pueden asquear hasta el fanático del cine de terror más veterano y curtido. Imaginen al David Cronenberg de la década del 70, pero en un día pasado de adrenalina y con un presupuesto súper generoso para materializar las cosas más abominables que se le ocurran con lo más avanzado de efectos especiales y de maquillaje.

Pero esta tragedia ocurre porque Elisabeth no puede aceptar pasivamente su destino - el ser la incubadora viviente de la exitosísima Sue -. En las semanas en que ella es la persona activa, Elisabeth no sabe qué hacer con su vida. Y empieza a tener celos de Sue. Y es donde el libreto de Coralie Fargeat fuerza las cosas para que exista el conflicto que desencadena el clímax. Porque, de pronto, ambos personajes se portan realmente como dos personas diferentes, sin memoria de lo que han hecho cuando despertaron en el cuerpo actual. El Pacto de Fausto se convierte en una del Doctor Jekyll y Mister Hyde. Cada cuerpo ha desarrollado una personalidad diferente. Y ahora batallan para ver cuál es la dominante.

No sería muy arriesgado decir que La Sustancia es la película de terror más impresionante de la última década. Porque la base de su horror no está en lanzar gatos contra la cámara, decapitar personas o crear monstruos indestructibles de existencia imposible. Esto comienza como un drama que trata con mucha inteligencia un montón de temas terrenales y extremadamente cercanos a la sensibilidad femenina. Y después la Fargeat manda al diablo las sutilezas y utiliza una maza de demolición para subrayar su tesis - los sacrificios absurdos que ha cometido la protagonista al no aceptar su destino; la banalidad de la fama; el peligro de desafiar los límites de la naturaleza -. Lo que sigue es un espectáculo perturbador, shockeante, abrumador para los sentidos - que automáticamente convierte a La Sustancia en un filme de culto -, pero no uno frente al cual uno permanezca indiferente. Lo que diferencia a los grandes filmes de terror de los mediocres y pasatistas, es que uno siente empatía con el personaje principal, entiende sus circunstancias, sus conflictos son cercanos a nuestros intereses, y porque vemos que en un momento queda envuelta en situaciones apremiantes en donde nos angustiamos por lo que le pueda pasar. Acá la sensación final es la de una agonía infinita, y eso solo pasa cuando el filme está tan bien hecho que logra meterse debajo de la piel del espectador. Cuando se apagan las luces, el recuerdo de los últimos fotogramas queda grabado a fuego en nuestras mentes. Y, como Ícaro, la ambición de Elisabeth la ha llevado a desconocer sus propios límites, derritiendo sus alas al acercarse demasiado a ese Sol que tanto la ha obsesionado toda su vida…

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