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Estrenos | Late Night with the Devil (2024)

Dentro del cine de terror, la nueva película de los australianos Cameron y Colin Cairnes se inscribe en el subgénero de posesiones, al cual busca pertenecer aportando como novedad, o por lo menos como cualidad distintiva, una lograda estética de found footage televisivo. Sin embargo, y a pesar de sus encomiables esfuerzos, Late Night with the Devil funciona mejor como recreación de época que como película de terror.

Como su título sugiere, la película está ambientada durante el rodaje de un talk show, cuyo host, una fatídica noche, decide jugar en vivo con “lo sobrenatural”, con el fin de disparar los ratings, algo que, en teoría y a los ojos de su productor, resultaba una buena idea, pero que, en la práctica y como se podrán imaginar, no fue más que un plan destinado a fallar. Curiosamente, la película escrita, dirigida y editada por los Cairnes se desenvuelve de forma similar: parte de una premisa sin dudas atractiva, pero en su desarrollo se topa con más de un obstáculo autoimpuesto y algún que otro accidente.

Estrenado localmente con el título De noche con el diablo, el film atrae nuestra atención en sus primeros minutos con un prólogo que, si bien resulta un poco extenso, está tan bien montado y narrado que funciona impecablemente como introducción al relato, contextualizándonos en su tiempo y espacio, y presentándonos al protagonista: el afligido, envidioso e inescrupuloso, pero innegablemente carismático, conductor televisivo Jack Delroy (David Dastmalchian, fiable actor secundario al que probablemente tengan de mil y un lugares, muchos de ellos filmados por Nolan o Villeneuve).

Concluido el prólogo, aparece el título en pantalla, se pone en marcha el primer acto y, ahora sí, que empiece el show. El conducido por Delroy no demora en empezar, pero el dirigido por los hermanos australianos, sí. Sus ruedas giran, pero tardan bastante en ganar velocidad, en entrar en ritmo, en generar tensión. Esto ocurre ya que los primeros minutos de Late Night with the Devil transcurren fieles al formato que buscan replicar, imitando la esencia de un talk show al pie de la letra: hasta incluyen el arquetípico monólogo inicial, tan tedioso y falto de gracia que, si uno cerrase los ojos y olvidase que está en el cine, bien podría asumir que está frente al televisor de su casa padeciendo a Jimmy Kimmel. A los fines del verosímil buscado, esto podría ser considerado un mérito. Pero en lo que refiere a nuestro entretenimiento, comenzamos a preguntarnos si la mecha de esta premisa no será demasiado corta.

Nobleza obliga, el primer acto tiene que allanar el camino para todo lo que se viene (que no es poco) y montar semejante infraestructura demanda su tiempo. El film se lo toma, poniendo sus herramientas sobre la mesa sin apuro, pero con pericia. Entre ellas, cabe destacar la introducción del séquito de personajes que rodea a Delroy y que lo ayudará a llevar adelante el programa. Dentro de este grupo, uno lamenta que el productor (Josh Quong Tart) y, sobre todo, el sidekick (Rhys Auteri, más cerca del Guillermo de Kimmel que del Andy Richter de Conan), siendo tan cercanos al protagonista, no enriquezcan los conflictos de éste, ni que sobrevivan a sus meras funciones expositivas. En este sentido, el ilusionista devenido desmitificador, el escéptico incansable Carmichael Haig (Ian Bliss, también conocido como “Bane” de las secuelas de Matrix), constituye el único personaje secundario que cobra vida en el relato y cuyas intervenciones no sólo despiertan interés, sino que hasta proveen algunas de las pocas risas del film.

Volviendo a la progresión de la trama, ésta se ve asistida —afectada, más bien— por unos fragmentos en blanco y negro que nos muestran el “tras bambalinas” del show. En ellos, los personajes desembuchan diálogos cargados de exposición con nulo disimulo, y la cámara abandona su distancia televisiva para ponernos al lado del protagonista: ¿cuál es el sentido de presentar la película como un found footage “real”, si luego se la va a interrumpir constantemente con otro material, estéticamente opuesto y filmado sin reparo alguno por el verosímil? Quiero decir, como making of que pretende ser y que alguien del equipo técnico supuestamente filmó, inexplicablemente cerca de Delroy, capturando conversaciones sin duda privadas, el material resulta bastante difícil de digerir. Con un abordaje más cuidado y distante (“fly on the wall”, digamos), tal vez haría menos ruido. Por otro lado, y obviando su cuestionable aporte expositivo, el efecto de estas interrupciones en el relato acaba siendo igual de contraproducente que el de los intertítulos televisivos (gracias a dios no sumaron también comerciales de la época): cada vez que se corta la transmisión del programa, se descomprime la tensión acumulada y se rompe el hechizo que nos hacía creer que estábamos viendo un talk show de los setenta. Adiós, magia del found footage. Hola, mago detrás de la cortina.

Afortunadamente, cuando el film llega a su punto medio, éste está tan cargado de tensión que no hay interrupción capaz de liberarla. Hablo, claro, de la secuencia de la posesión al aire, la cual compensa su poca originalidad con una notable ejecución (exactamente lo contrario que la secuencia de la hipnosis que le sucede). El momentum alcanzado en ese “segmento” del programa fue tal que, en el silencio sepulcral de la sala de cine, pude escuchar las agujas del reloj de la señora sentada en la butaca al lado mío. Lamentablemente, una vez terminada dicha secuencia, el film retoma su cadencia entrecortada y, hasta el desmadre del tercer acto, tiene poco para ofrecernos en materia de terror.

Sin ánimos de adelantar mucho sobre el clímax (y omitiendo sus efectos digitales que dejan que desear), sólo diré que la intervención del material que ocurre en él resulta tan excesiva que, en vez de adentrarnos en el infierno personal del protagonista, nos aleja como sus espectadores. ¿Acaso van a recrear la totalidad del prólogo en modo pesadilla? ¿A dónde van con esto? ¿A quién pertenece este punto de vista? Para cuando aparece la predecible placa de “problemas técnicos”, las preguntas cesan y nos invade el desinterés, pues comprendemos que finalmente se acabaron las ideas. Los cambios de formato, la irrupción de los dutch angles y el revuelto gramajo de ficción-realidad no hace más que confirmarlo. Para colmo, los últimos minutos dan lugar a una inesperada bajada de línea moral, que resulta tan fuera de lugar como si el personaje de Cassavetes en El bebé de Rosemary de pronto sintiese culpa. En retrospectiva, tal vez el reloj de esa señora simplemente sonaba muy fuerte.

Así, Late Night with the Devil concluye a contramano de su sinopsis de IMDb, que reza que “el mal” liberado durante el programa llega a los hogares de la nación. No sé qué canal habrán visto (probablemente uno en el que daban la maravillosa Halloween III: Season of the Witch), pero eso no ocurrió en esta transmisión. Ojalá los Cairnes se hubieran animado a ese final. De ese modo, una vez iniciados los créditos, la sensación general en la sala tal vez no hubiera sido la de “Ah, terminó”. En cualquier caso, y a pesar de la eventual superficialidad de su abordaje y de la decisión de prestarle más atención a la forma que a los personajes (ubicándose así en la vereda de enfrente a “la otra película de terror en cartel”, Un Lugar en Silencio: Día Uno), Late Night with the Devil tal vez no nos haya hipnotizado, pero con su amable duración, loable diseño de producción y el protagónico de Dastmalchian, sí nos entretuvo lo suficiente como para no cambiar de canal.

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