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"Bram Stoker´s Drácula" o la culminación del vampiro moderno

La verdad duele, es cuestión de crecer y entender que no existen multiversos felices. Siempre aparece un villano grandote y deforme buscando unas piedritas que estabilizan la superpoblación cósmica, una momia demoníaca en guerra con felinos humanoides o un ejército de trolls que responden a Saurón en su desesperación por el anillo. Pero el multiverso que nos convoca es mucho más terrenal. Y eso es precisamente lo que lo hace más aterrador.

Imagínense formar parte de la clase alta de la Londres victoriana sin ningún tipo de necesidades, una vida social activa y alimentada de pretendientes que se desviven por uno o una, un ensueño. Hasta que desde los Montes Cárpatos llega un aristócrata que no es lo que parece.

Sin dudas, lo maravilloso de “Bram Stoler´s Dracula” es el respeto por la historia original sin olvidar ningún detalle. Y eso que, como veremos, son muchos los elementos que cruzaron los océanos del tiempo para encontrarse en esta obra maestra de Francis Ford. Hagamos un pequeño racconto de lo que sucedió con los chupasangres en las décadas anteriores para entender un poco más de lo que hablamos. ¿Hablamos de océanos? Nademos…

Luego de casi dos décadas y media de reinado absoluto en el mundo del terror, “The legend of the seven golden vampires” fue uno de los últimos manotazo de ahogado de la compañía británica Hammer Films que, sin sumar, analizó la situación de la siguiente manera: “si por un lado están en auge las películas de karate pero nosotros hacemos films de vampiros ¿por qué no una de colmillos tirando patadas?”. El resultado es desopilante pero cuando todo venía en baja apareció un héroe, con capa obvio, que se llamaba Frank Langella.

Bram Stoker tenía un sueño: la novela “Drácula” fue una excusa, el escritor irlandés soñaba con que Henry Irving (uno de los actores más importantes de la época) interpretara al Conde vampiro en el Lyceum Theater que era de su propiedad pero esto nunca sucedió. Cierto aire de revancha tuvo lugar ochenta años después cuando Langella personificó al transilvano en la puesta que Hamilton Deane había adaptado en 1927. Cuenta la leyenda que en una de esas noches de Broadway al buen Frank se le acercó entre bastidores un tipo con acento extraño quien buscaba a un actor que interpretara al no muerto en su país de origen. “Debería hacerlo usted mismo” respondió Frank Langella. El sujeto en cuestión era el argentino Sergio Renan, físicamente muy parecido al actor estadounidense, y su seguidilla de funciones en el Teatro Odeón de Buenos Aires fue un éxito. El elenco se completaba con Pablo Alarcón en el papel de Jonathan Harker, Héctor Bidonde como el Dr Seward, Osvaldo Terranova como el Profesor Van Helsing y Franklin Caicedo como Renfield.

La década del setenta dejaría la vara muy alta; en 1979 se estrenaría la versión de John Badham (protagonizada por Langella y Lawrence Olivier), la comedia “Love at first bite” con George Hamilton, la miniserie “Salem´s lot” basada en la segunda novela de Stephen King y la remake de “Nosferatu” dirigída por Werner Herzog con Klaus Kinski, Isabella Adjani y Bruno Ganz. Pero, ay los ochenta!

Para hacer un recorrido por este periodo hay que mencionar que, si bien hay elevadas producciones artísticas muy vinculadas a la filosofía de la deconstrucción, estamos hablando del decenio del “Entretenimiento light”. La película de Coppola deja algo más que mera diversión, el renacer crónico del no muerto hace que estos demonios sean siempre hijos de su tiempo; así como la película en la que se luce Gary Oldman(o la peor de Keanu Reeves, como prefieran) es necesariamente tomada como alegoría de la epidemia del H.I.V justo en 1992, año en que aparecieron los primeros anticuerpos o como una denuncia al catolicismo. Pero ya ahondaremos en la cuestión de la religión. A grandes rasgos ninguna película estrenada entre 1979 y 1989 escapa al adjetivo de “Pasatista”. Quien escribe estas líneas no está en contra de las películas divertidas pero entre el Drácula gardeliano de “Monster Squad” y Grace Jones personificando a la vampira Katrina en “Vamp” existe un abismo.

La estética gótica no va a arrancar con el chupasangre número uno pero igual se inicia con un murciélago, un mortal consciente que su único superpoder es ser millonario y se disfraza de cieguito volador para combatir al crimen. El caso de “Batman” por Tim Burton es muy similar al del vampiro: un personaje que venía surfeando las olas de la clase B volvía envuelto con un aire completamente renovado. Claro, el vampiro y lo gótico siempre fueron de la mano, no así el componente seductor del personaje, inaugurado por John William Polidori en su cuento “El vampiro”, presentando en el célebre fin de semana tormentoso de Villa Deodati. “El amor nunca muere” es el subtítulo de la película que por primera (y única) vez toma la figura del Voivoda Vlad quien protegía a su Valaquia natal del asedio Otomano. A partir de ahí empieza una historia de amor y traiciones que tienen al Conde como principal destinatario. La vorágine de sangre, muerte y sexo no deben tapar la cuestión de la religión. Ya en el climax de la escena inicial, la del “Renunciamiento histórico” de Vlad, el sacerdote interpretado por Anthony Hopkins se persigna y entiende que esa alma ya está maldita para siempre. “Mira lo que tu Dios ha hecho conmigo” dirá el vampiro en su formato murciélago gigante del averno. La iglesia incidiendo en el amor y en su efecto, no importa cuando lean esto. La Santa Sede debe amar los vampiros vegetarianos.

“Bram Stoker´s Dracula” es la representación más definitiva del personaje en los últimos treinta años. Podríamos celebrar también al “Drácula 2000” de Patrick Lussier con Gerard Butler, una versión muy libre que no falla o “La sombra del vampiro” con un Willem Dafoe exquisito y un John Malkovich imparable. Pero el Drácula de Coppola es ya icónico. Es la belleza escondida en el horror, la redención maldita.

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