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¿Donde está Guy?

En épocas donde los DVDs se conseguían en los video clubs, se compraban copiados con algún contacto o se bajaban del Ares, coleccionar películas era un precioso privilegio. También lo es ahora si uno pensara que ya nadie más piensa en comprar un objeto físico que contenga una serie o una película, pero en ese momento uno parecía tener cierto poder. Aquello que uno sabía, era único. Aquella que habías descubierto, era un tesoro por compartir. Ni existían tantos foros, ni páginas como ésta, ni abundaban las críticas online. No recuerdo más que en revistas físicas como la “Rolling Stone” un ranking de mejores series y/o películas del año. El riesgo de recorrer los pasillos del video club, o de jugársela en el catálogo de un vendedor anónimo con DVDs a 5 pesos argentinos, era enorme y era precioso. Cuando uno recomendaba una película, si el otro no la había visto, era dueño de una información única. El argumento debía salir de nuestra boca, la retórica era fundamental para la conquista. Si gustaba lo que recomendábamos, se prestaba el DVD. Si no estoy hablando de la época previa a ésta que es la del VHS, es porque deseo centrarme en una película en concreto.

En el año 2005, yo estaba en el colegio secundario. Tenía 20 años. En ese momento transcurría mi primer trabajo como cadete y cobraba la humilde suma de 500 pesos argentinos. Además de ir al Blockbuster, junto a alguno de mis amigos teníamos el contacto de un proveedor de DVDs. El hombre te enviaba un índice enorme del cuál elegías. Había promociones por cantidad, por lo cual me asociaba con un gran amigo y pedíamos los suficientes como para cumplir con la promoción. Cada cuál elegía lo que quería. Celosos cada cuál de su gusto, la idea no era ponerse de acuerdo. Cuanto más variado el pedido, mejor. Luego llegado el caso, intercambiaríamos nuestras adquisiciones. En líneas generales, elegías aquello que alguien te hubiera recomendado, algo que habías husmeado en los videoclubs, algo sobre lo que habías leído en alguna revista, o una película sobre la que habías visto el trailer al ir al cine.

No recuerdo del todo como llegue a conocer una de las violentas aventuras que más me gustaron en la vida, pero sí recuerdo que la compré allí. Que entre otros DVDs, me llegó una película que puse en mi ranking de películas preferidas durante muchísimos años de vida (ranking que hoy día no sabría ni como comenzar): Snatch. Cerdos y Diamantes.

Submundos de otro país, los tonos de aquel tan particular pero identificable humor inglés, la convivencia entre la violencia y la comedia, un Brad Pitt memorable haciendo de gitano (al cual patéticamente quise imitar por años vistiéndome con musculosas al cuerpo que me quedaban pésimo y sombreros), un montaje musical que nunca antes había visto. Quedé estupefacto, admirado. Y así descubro a su director: Guy Ritchie.

Enloquecido, obsesionado, veo de él todas las películas que tenía hasta el momento. Poco tiempo después se estrenó RocknRolla y vuelvo a quedar atraído por su estilo. Era un autor con una tendencia hacia la ya mencionada combinación entre la comedia y la acción, centrada en las mafias organizadas de Gran Bretaña, y narrada a través de muchos personajes tan atractivos de conocer como patéticos. Y en el universo del arte, quizás poco es más valorable que el estilo y la defensa del mismo. La huella. La construcción de un cine de autor, y la perdurabilidad no caprichosa del mismo.

Guy Ritchie sostuvo su impronta hasta el hartazgo. Quién deseara prestar atención a ello, en seguida podría identificar una película de Ritchie, o hasta la influencia rotunda de su estilo en las películas de otros realizadores. A veces tan presentes en otros, que dichos realizadores perdían su propia personalidad detrás de aquella que estaban homenajeando.

La bandera de Ritchie flameó contundente hasta abril del año 2024. Con The Ministry of Ungentlemanly Warfare, la bandera se prendió fuego.

La película

Basada en una historia real, trata sobre una organización secreta fundada por Winston Churchill y su misión clave en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Un grupo de letales especialistas y soldados descartados por la propia Gran Bretaña, son reunidos con el propósito de anular a los submarinos alemanes que estaban impidiendo la llegada de los norteamericanos a Europa.

Entretenida, compañera, de buenos diálogos, y con un climax adrenalínico llegando hacia su conclusión. Sí. Pero poco más que eso puedo rescatar de The Ministry of Ungentlemanly Warfare. Fundamentalista de la profundidad de los personajes para justificar que un espectador desee con el alma acompañarlos en sus aventuras o desventuras, creo que los personajes de esta película están apenas listos para justificar sus habilidades físicas en la misión. Quererlos es pura casualidad, o en todo caso tendrá que ver con los pequeños ribetes apostados por sus intérpretes o la poca conducción de Richie.

Es inevitable compararla con la excelsa Inglorious Bastards (¿quizás la mejor película de Quentin Tarantino?). Entiendo que la diferencia del potencial vuelo “histórico” está en que una es un caso real y la otra no. The Ministry…no puede alterar del todo aquello que sucedió. No puede cometer el atrevimiento revolucionario de matar a Hitler en su propio relato. Inclusive podemos otorgarle a la película de Richie servirse un poco (apenas, realmente apenas) del estilo del realizador para ingresar con un humor en una época nefasta. Sus personajes matan sin cesar y sin complicación alguna a todos los nazis que se cruzan con el camino. Ellos disfrutan de la matanza y pareciera que con vagueza, el propio relato desea que nosotros también disfrutemos junto a ellos de la batahola de cadáveres fascistas. Entonces confían en que la propia historia de la humanidad, la realidad misma, hará el trabajo que el guion no hace (como sí se ocupa Inglorious Bastards) de que sintamos junto a los personajes ese placer. Porque si bien el guion no tiene que tomarse el trabajo de cero de presentar a un antagonista histórico como el nazismo, sí se tiene que ocupar de presentar su representatividad dentro del universo de la ficción. Tan solo lo consigue con un solo personaje antagónico interpretado por el alemán Til Schweiger (a quién reconocerán también por la mencionada película de Tarantino), quien se vuelve sin dudas el personaje más interesante de todo el relato. No se relajan en simplemente plantear que es un nazi.

Existe un sinsabor a lo largo de la película y el terminarla. El sinsabor se debe a la falta de definición en cualquiera de sus gustos. Se pasa un buen momento, por lo cual no genera enojo la película. No generan enojos sus personajes ni desde ya sus intérpretes . Ahora ¿alcanza esta apreciación para rescatar a una película y agradecer que haya sido hecha? Porque al fin y al cabo quizás el arte debería ser algo por lo cual agradezcamos. Y considero que (aunque a veces pareciera lo contrario) la industria audiovisual, pese a tener que acordar con ciertas fórmulas del mercado de dicha industria, sigue y debe seguir siendo parte del arte. No pienso que para aplaudir el hecho artístico sea necesario un considerable vuelo intelectual, ni una preciosa fotografía, ni un conmovedor intérprete. Sin embargo, y ya ingresando en el terreno de lo intangible, existe un alma indefinida que sí se siente cuando el hecho artístico triunfa por sobre lo meramente marketinero.

Poco se le puede decir a esta película, pero pasará sin pena ni gloria por no haber corrido riesgos más que responder a la velocidad que demandan los relatos de las plataformas, o de un hipotético espectador desatento que tan solo quiere ver algo con la posibilidad de mirar el celular o distraerse con lo que tiene alrededor. Digo hipotético porque considerar al espectador como un ser pasivo es una falacia. Ese tipo de espectador más que existir por sí mismo pareciera ser forzado a existir por el mercado prejuicioso. ¿Quién no va a valorar un hecho artístico riesgoso? ¿Tanto miedo tienen las producciones de no ganar dinero y y hacer asomar aunque sea un poco la cabeza por encima de la media? Y creo que es necesario pedirle a la gran industria que que trabaja con mucho más medios de producción que otros tipos de cine, estar a la altura de los estándares de la inversión con la que cuenta. Creer en esto no implica que el cine espectacular deje de existir, sino que las enormes producciones no destrocen a los autores ni que los autores se dejen destrozar por la industria. Casualmente mi primer nota en ésta plataforma consideró lo mismo acerca de The Killer de David Fincher, otro director con una autoría muy marcada en su cine y que en su última película brilló por su ausencia.

Guy Richie, realizador que ha marcado al cine con su impronta, muy caracterizada por la musicalidad de sus escenas, del montaje, y el potencial de un entretenimiento con el sudor de un autor, pasa desapercibido detrás de la fórmula de un género, de una película que ya hemos visto tantas veces. ¿Pudo decidir el realizador? ¿Quiso decidir o necesitaba cobrar el cheque?

Chesi

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