undefined_peliplat

Crítica en retrospectiva: Relatos salvajes (Damián Szifron, 2014)

Spoilers

La película argentina Relatos salvajes (Damián Szifron, 2014) ―que contó con el apoyo financiero de la productora española El Deseo, propiedad de Pedro Almodóvar― es una antología de seis historias autoconclusivas e independientes con una temática en común: la barbarie y la venganza.

Películas como Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) (Birdman or [The Unexpected Virtue of Ignorance], Alejandro G. Iñárritu), El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, Wes Anderson), Interestelar (Interstellar, Christopher Nolan) o Whiplash (Damien Chazelle) prueban que 2014 fue un gran año para el cine. Relatos salvajes no solo fue la película latinoamericana más exitosa de 2014 y una de las mejores de tan distinguido grupo; en retrospectiva, continúa siendo una de las películas más rompedoras de los últimos tiempos. Y si bien no fue el primer largometraje de Damián Szifron ―quien además escribió el guion― lo catapultó a la fama y se mantiene como su mejor trabajo.

Relatos salvajes está compuesta por seis segmentos ―seis cortometrajes, si se quiere― que le hacen justicia al título, y tienen elementos en común: son subversivos; en apariencia, ninguno está basado en hechos reales, pero tratan con verisimilitud la cotidianidad repleta de crímenes, engaños y frustraciones; poseen un humor negro estupendamente trabajado y repleto de detalles mordaces; y son ultraviolentos, aunque unos más que otros. A su vez, pertenecen a un género distinto y, por tanto, están narrados de formas diferentes; los personajes son variados, interesantes, están muy bien desarrollados e interpretados; y los actores ―celebridades del cine argentino como Ricardo Darín, Oscar Martínez, Érica Rivas o Rita Cortese― tienen un solo rol, pero sobresalen por igual en esta “fauna” de personajes.

La película abre con Pasternak, historia de un grupo de pasajeros de avión que no se conocen entre sí, pero tienen una cosa en común: todos conocen a Gabriel Pasternak. A medida que transcurre la narración, propia del género de suspenso, tanto los incautos pasajeros, como los no menos incautos espectadores, se dan cuenta de que cada uno injurió a Pasternak. Ya sea la exnovia que lo engañó con su único amigo (quien también va en el vuelo), el crítico musical que destrozó sus sueños de ser músico, la maestra que lo reprobó cuando era chico o el psicólogo que le aumentó la tarifa de las consultas, todos sufrirán su venganza.

Pasternak aborda las frustraciones académicas, laborales, amorosas y familiares que conducen a un individuo, a todas luces con problemas, al colapso. Similar a Rebecca (Alfred Hitchcock, 1940) y Los hijos de Katie Elder (The Sons of Kate Elder, Henry Hathaway, 1965), nunca vemos a Gabriel; no obstante, este sí está vivo y en el avión, con lo cual se convierte en una fuerza despiadada más que un personaje como tal, que de una manera u otra mueve la trama casi desde otro plano.

En poco tiempo descubrimos que su plan es estrellar el avión con todos adentro, incluyéndose. Y por un breve diálogo del psicólogo, quien intenta razonar con él diciéndole que sus progenitores son los responsables de su desgracia, comprendemos que el par de ancianos a quienes les caerá el avión son sus padres. Así, se cumple la venganza de Pasternak e inicia Relatos salvajes.

Análisis de Pasternak #1 de Relatos Salvajes la Película del 2014 | PeakD

A este prólogo le siguen los créditos iniciales que funcionan como una intro al resto de historias y muestran imágenes de un águila, un gorila, un cordero, un venado, un tiburón, entre otros animales. Con esto se resalta que la bestialidad está presente en todo el largometraje y que, a su manera, la humanidad se divide entre depredadores y presas, así como el reino animal. Y el tema musical de Gustavo Santaolalla, que tiene un poco de suspenso y de western, enfatiza el poder de las imágenes, así como la soledad y determinación de los personajes. Un detalle curioso: cada nombre de un actor principal está en la imagen de un animal que insinúa el talante de su personaje.

En Las ratas, la mesonera (Julieta Zylberberg) de un restaurante solitario reconoce a Cuenca (César Bordón), futuro intendente que despojó a su familia de todo en el pueblo donde vivían, ocasionando el suicidio de su padre. La cocinera (Rita Cortese) le propone asesinarlo con veneno para ratas. A pesar de la negativa de la primera, la cocinera le echa veneno a la comida, haciendo que la joven se debata entre salvarlo a él y a su hijo o dejarlos morir.

Este segmento trata sobre el resentimiento e impotencia productos de la incapacidad de actuar; su estructura, además, es propia de las historias de crímenes, ya que cuenta la planificación y ejecución de un asesinato, incluyendo los dilemas morales que produce en la protagonista. Resalta sobre todo la cocinera, quien de forma fría y espeluznantemente práctica actúa en una situación ajena. De entrada, no parece verosímil la celeridad con la cual decide asesinar al hombre, pero sus diálogos dejan entrever que ni es la primera vez que ha cometido un crimen, y ni le importa volver a prisión con tal de “enmendar” un poco la mierda en que se ha convertido la sociedad.

¿A ella también la desahuciaron de su hogar? ¿Fue víctima de un crimen de otro tipo? En realidad, no importa, porque tanto los diálogos como la decidida actuación de Cortese, que le confiere el temple necesario a su personaje, son suficientes para hacer creíble su decisión. Así como Gabriel Pasternak, la cocinera evidentemente está loca, porque también desea matar al inocente chico por considerarlo portador del mal de su repelente padre. Al final, la joven obtiene lo que quería, pero no se atrevía a buscar; el chico pierde a su padre, pero se salva de morir envenenado; y la cocinera regresa a prisión, donde le dan comida gratis, no paga servicios y puede hacer amistades, porque ayudó a hacer del mundo un lugar mejor…o algo así.

El más fuerte es una road movie que, como es usual en este subgénero, cuenta la lucha encarnizada de dos conductores en una carretera solitaria, parecido a Duelo (Duel, Steven Spielberg, 1971). Luego de un incidente automovilístico nimio entre el ejecutivo Diego (Leonardo Sbaraglia) y el más sencillo Mario (Walter Donado), el primero se queda accidentado y debe soportar, encerrado en su carro, cómo el segundo destroza, orina y defeca su automóvil. Hasta que la cólera brota.

Como esta historia trata acerca de la furia y el salvajismo presentes en cualquier clase social ―si bien esto último no es relevante en sí― Diego pierde los estribos ante tanta vejación, transformándose en un personaje igualmente despiadado. La pelea a muerte de ambos, en la que ni siquiera miden su propia seguridad, como simios, hace de este el más visceral de todos los relatos.

Por una parte, este segmento tiene una ironía graciosa porque usa dos canciones de Flashdance (Adrian Lyne, 1983): Love Theme suena al principio con los dos carros siguiéndose; y Lady, lady, lady, de Joe Esposito, se escucha durante la ardiente pelea final. Por otra parte, la impregna un aire de patetismo, especialmente por los motivos que conducen a la pelea y la forma cómo mueren al final, abrazados a modo de amantes. Tal y como aventura un policía que ve sus cadáveres, sí parece un crimen pasional.

Similar a Un día de furia (Falling Down, Joel Schumacher, 1993), Bombita, el cuarto relato, trata sobre un justiciero, una suerte de vengador social, aunque tampoco termina siendo del género de superhéroes. El vehículo del ingeniero Simón (Ricardo Darín) es remolcado injustamente y este, multado; pronto, sus intentos para enmendar la situación se vuelven una lucha contra la burocracia e indolencia gubernamental que le cuesta su trabajo, matrimonio y paz mental. De esta manera, cuando le remolcan de nuevo el vehículo, Simón paga otra fianza, le coloca una bomba, hace que se lo lleven una tercera vez y explota parte del estacionamiento a donde van a parar todos los demás vehículos decomisados. Así, nace su alter ego Bombita.

¿Bombita es un terrorista? ¿O un justiciero? En efecto, atenta contra la propiedad estatal y otros vehículos, pero calcula hábilmente que no hubiera personas cercas, porque su objetivo no es matar a nadie. Por supuesto, no está tan cuerdo, así como no lo están la mayoría de los personajes; incluso, el tema Aire libre, de Lucien Belmond, que escuchamos cuando prepara el atentado, insinúa perfectamente su trastorno. Propio de estas narraciones, pues, Bombita está en una frontera difusa y es uno los personajes más subversivos de la película.

Ciudad de Buenos Aires. Efecto Relatos Salvajes: multan a las grúas porteñas

En cualquier caso, se convierte en un símbolo, un vengador del hombre promedio harto de la burocracia y la apatía cotidiana capaces de frustrar a cualquiera. El filme tampoco lo justifica y, por tanto, termina preso; sin embargo, celebra su cumpleaños encerrado, pero de nuevo junto a su esposa e hija, rodeado de presidiarios que lo aprecian y con un respaldo general de los argentinos. Gracias a lo anterior y el carisma de la actuación de Darín, se insinúa que Simón puede redimirse y, eventualmente, volver a la sociedad que lo empujó al extremo, a convertirse en Bombita.

La propuesta trata sobre un matrimonio desesperado por salvar a su irresponsable hijo, Santiago (Alan Daicz), quien atropelló a una mujer embarazada y se dio a la fuga. Mauricio (Oscar Martínez), el adinerado padre, llama a su abogado (Osmar Núñez) para que lo ayude a resolver la situación; deciden sobornar con 500.00 dólares a José, el casero, para que se declare culpable. Este acepta, pero la situación se tuerce con la visita del fiscal (Diego Velásquez), que sospecha la trampa; ahora el abogado planifica sobornarlo también. Después de fijarse los exorbitantes honorarios del abogado y del fiscal, la situación se tuerce otra vez por la creciente codicia de los tres hombres. Cansado, Mauricio anula el trato, pero su esposa, Helena (María Onetto), convence a todos para llegar a un último acuerdo.

Esta historia tiene varias señas de identidad del género de mafiosos: una familia que usa su fortuna para cubrir el crimen del hijo problemático; el abogado astuto que soluciona los problemas legales y tiene diferentes planes de contingencia; el fiel y tonto trabajador, seducido por una familia poderosa; y un fiscal corrupto que puede comprar a policías, jueces y testigos. Hasta la llorosa Helena demuestra sangre fría cuando se trata de lidiar con todos.

Este relato es el menos gracioso y el más oscuro, no solo porque la mujer y el bebé nonato mueren, sino por la retahíla de podredumbre moral que muestra. Desde Santiago hasta el fiscal, todos están corruptos: unos por una mala concepción del amor; otros, por dinero. Al final, resulta triste, inclusive, porque el ingenuo José es asesinado por el esposo de la fallecida; el abogado y el fiscal, probablemente, cubrirán todo y se quedarán con la parte del primero; y a la larga puede que la familia termine peor, puesto que el hijo no tuvo su merecido. En otras palabras, la justicia no existe en esta historia.

En Hasta que la muerte nos separe, el último relato salvaje, Romina (Érica Rivas) y Ariel (Diego Gentile) celebran su boda, rodeados de considerable lujo y personas que los aprecian. En plena celebración, Romina descubre que su nuevo esposo la engañó con una de las invitadas e inicia su feroz venganza que incluye tener relaciones con un cocinero, amenazar a Ariel de volver su vida un infierno, estrellar a la amante hacia un espejo y humillar de nuevo a Ariel ahora frente a todos los invitados.

En esta historia, que habla sobre la infidelidad y las mentiras, la dulce Romina se convierte en algo parecido a una erinia griega, una destructora de hombres que surge de la ignominia y acaba con todo. Asimismo, es una intensa tragicomedia familiar que muestra una pareja idílica, la destruye sorprendentemente rápido y luego la reconstruye de los escombros de vidrios, extensiones de cabello caídos y sangre.

La venganza de Romina hacia Ariel, el personaje que probablemente se merece más lo que le pasa, buscar enmendar el caos de sus vidas paradójicamente con más caos y destrucción, como es usual en las historias de venganza. Al final, cuando Ariel nos da a entender sin palabras que la fogosa Romina es perfecta para él, se acerca a ella y ambos reconocen en silencio, con evidente emoción, no solo que no pueden caer más bajo, sino que en realidad quieren estar juntos. Y con Fly Me to the Moon, de Bobby Womack, sonando de fondo, empiezan a tener sexo furioso encima de la torta de boda. El final apropiado para una historia de amor retorcida y esta antología de relatos salvajes.

Más populares
Más recientes

No hay comentarios,

¡sé la primera persona en comentar!

6
4
1