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Vivir para gozar (1938) - ¿Una screwball comedy?

A pesar de que en su versión original fue titulada Holiday (1938), a España llego como Vivir para gozar (1938), cambio que tras su visionado resulta ciertamente alejado de su primer significado. Everyday is a holiday, when you are in love. Así dice en la carátula en su versión estadounidense y el título cobra sentido, algo que no sucede en español, adquiriendo otros tantos y diversos significados que vamos a ir reseñando en las próximas líneas.

Basada en una obra teatral de Philip Barry que fue estrenada en Broadway en 1928, George Cukor decidió, diez años más tarde, producir junto a los estudios Columbia su versión cinematográfica. La película fue nominada al Óscar en la categoría de Mejor dirección de arte para Stephen Goosson y Lionel Banks, aunque finalmente la ganadora fue The Adventures of Robin Hood (1938) para Carl J. Weyl.

Cary Grant y Katherine Hepburn

Para la icónica pareja que llenaría las salas, Cucor optó Katharine Hepburn y Cary Grant, quienes estrenaron ese mismo año una de las screwball comedies más características y reconocidas de la época: La fiera de mi niña (1938), de Howard Hawks. Tras el éxito de la pareja, dos años más tarde, el director volvió a llamarlos para rodar Historias de Filadelfia (1940).

Pero, ¿puede considerarse Holiday (1938) una screwball comedy?

Aparecen ciertas dudas la hora de categorizar esta obra de Cursor dentro de un único subgénero cinematográfico. Holiday (1938) forma parte de las mejores comedias de los años treinta del cine de oro de Hollywood, a pesar de que el argumento tiene un poso profundo y una crítica sagaz a la construcción de la sociedad estadounidense del momento. Pero lo cierto es que el ritmo de los acontecimientos hace que el tratamiento del “drama” pueda considerarse cómico en gran parte de su duración. Y es principalmente la inesperada y curiosa respuesta de sus personajes, ante varias de las situaciones, la que hace que sea considerada como tal.

Sin embargo, Holiday (1938) ha sido considerada como parte del subgénero de la screwball comedy, caracterizado por un ritmo vertiginoso, un humor más que veloz y lleno de situaciones ingeniosas a la par que absurdas. A pesar de lo disparatado de muchos de sus argumentos, este tipo de películas pueden contener una sátira de la situación social del momento y del sueño americano, aunque su objetivo principal siempre estuvo en el divertimento de las masas.

Se dice que la época dorada del subgénero se dio concretamente en estos años, entre las décadas 30 y 40 de los años dorados de Hollywood. Los principales ejemplos de este tipo de largometrajes se consideran Sucedió una noche (1934) de Frank Capra y La fiera de mi niña (1938) de Howard Hawks, entre otras.

El conflicto romántico es en su mayoría el centro de las screwball comedies, protagonizadas por personajes que rozan el humor absurdo y que buscan la comicidad en cada situación. Tal y como podemos analizar en Con faldas y a lo loco, uno de los mejores ejemplos de este subgénero, los diálogos se construyen de forma rápida e inesperadamente ingeniosa, cargados de dobles sentidos y juegos de palabras que conflictúan aún más a sus personajes.

Por todos estos motivos, sería difícil categorizar de forma correcta la obra de Cukor como un ejemplo perfecto de “comedia rápida y alocada”. Es cierto que el desarrollo de la primera parte, el antecedente Johnny (Cary Grant) en el que se nos presenta su relación amistosa junto a Nick y Susan (Edward Everett Horton y Jean Dixon), adquiere un ritmo veloz si lo comparamos con el resto de las secuencias que conforman la película. Johnny entra en la habitación de forma brusca, el encuentro tras lo que parece mucho tiempo sin verse se da por encima y con la emoción desbordada y la huída de Johnny de la casa sigue un camino similar. Hasta aquí podríamos decir que las características que Cucor presenta en los diez primeros minutos de metraje se ajustan de alguna manera a los de la screwball comedy. Pues ya en este inicio, el protagonista adelanta su reciente enamoramiento con una joven a la que apenas conoce, introduciendo la relación conflictiva desde los primeros instantes.

Sin embargo, el absurdo deja de tomar tanto peso a medida que la trama avanza. Y el espectador pronto comienza a entender que el trasfondo de los intereses de sus personajes va más allá de un capricho amoroso o una riqueza caída del cielo.

Por su parte, el filósofo Stanley Cavell desarrolló la idea de las comedias del “remarriage”, dentro de su obra Pursuits of Happiness. Y por sus características, parece que, a priori, Vivir para gozar (1938) podría ser categorizada como una de estas. El subgénero de las comedias remarriage hace referencia a todas aquellas películas en las que su desenlace es determinado por una segunda unión de otros personajes. La pareja que en un inicio parecía tener el idilio amoroso se abandona, rompe o separa sus caminos, y es uno de estos integrantes el que acaba formando una relación con otro personaje.

Vamos a analizar el argumento de Holiday (1938) para ver qué tiene en común con estos tipos de comedias.

Johnny Case (Cary Grant), un tipo cómico por naturaleza, acróbata en sus ratos libres y algo buscavidas se enamora en apenas un encuentro de una joven y adinerada llamada Julia (Doris Nolan). Pero esto, lo descubrirá más tarde. En un fugaz encuentro, Cucor nos presenta a Johnny en su llegada de unas vacaciones de ski, acudiendo inmediatamente a casa de sus grandes amigos Nick y Susan (Edward Everett Horton y Jean Dixon) para contarles que ha conocido a una joven de la que se ha enamorado por completo. El pequeño e insignificante dato de que la joven es perteneciente de una multimillonaria familia lo descubre nada más pisar su humilde morada: un palacio de grandes salones y escalinatas en el que habitan los tres hermanos y el heredero padre Seton. El joven, que ha trabajado en infinidad de pequeños oficios para sacar la vida adelante, queda totalmente sorprendido al descubrir la riqueza de Julia, algo muy característico del personaje que nos ayuda a entender las decisiones que va tomando a medida que avanza la trama.

Julia y Cary Grant

A partir de aquí y como sucede en todas las “buenas familias”, Johnny debe de ganarse la aprobación del Sr. Seton (Henry Kolker), el padre de Julia. Pero las diferencias de estatus y económicas entre ambos parecen no ser del agrado del Sr. Seton, a quien le gustaría que su yerno trabajase en la empresa familiar bancaria. Perdido entre tanta habitación y puertas que sin esperarlo te llevan hasta a un ascensor escondido, los hermanos de Julia se convierten en los aliados de Johnny en este camino; Linda (Katharine Hepburn) y Ned (Lew Ayres).

La relación con cada uno de ellos se establece de forma completamente diferente. Linda se presenta como la figura salvadora en este laberinto. Más allá de Ned, quién tampoco puede opinar demasiado debido a su constante estado de embriaguez, es Linda quien entiende las motivaciones de vida del joven Johnny Case, muy adversas a las que su prometida Julia quiere que tenga. El juego, el divertimento, se convierte en el mejor aliado de los tres para escapar de una casa en la que reina la seriedad y los grandes negocios, y donde brillan por su ausencia las emociones y los cuidados personales. Una habitación de juegos se convierte así en el centro del conflicto, mientras que la fiesta de Nochevieja oficial que se ha organizado en los grandes salones principales coincide con la oficialización de la pedida de mano de Johnny a la joven Julia.

Los personajes se dividen, haciendo que inevitablemente el espectador prefiera estar en la fiesta divertida del salón de juegos que Linda lidera. Poco a poco los personajes se suman a esta jarana de libertad y ausencia de juicio; Nick y Susan, Ned, Linda, algunos primos lejanos que solo llegan a cotillear y hasta el propio Johnny deciden pasar las últimas horas del año en esa ensoñación divertida donde nada parece tan grave como lo pintan.

Como ya hemos adelantado al introducir las comedias de remarriage, poco a poco Cukor va elaborando una preciosa y sutil relación de amistad entre Johnny y Linda, generando un inevitable triángulo amoroso con su hermana como tercera en discordia. Linda representa el espíritu libre que Johnny tanto necesita, alguien que de pronto le permite respirar en esa mansión tan codificada y reglada. Pero es la buena construcción y elaboración de los personajes la que hace que el final no sea previsible. La dureza y la sensatez de Linda puede desembocar en cualquier punto, y finalmente hacerle caso a la razón y no interponerse en la historia de Johnny y de su hermana. O por el contrario, hacer que triunfe el amor y marcharse al crucero en unas placenteras e idílicas vacaciones junto a Cary Grant. Aunque sobre todo esto hay una única cosa clara: el espectador está siempre en el barco de Katherine Hepburn.

Triángulo amoroso

Si realizáramos un análisis clásico del conflicto, algo que sucedería de forma a-b-c en las screwball comedies así com en otras tantas historias, el conflicto del protagonista se sirve bien pronto: el dilema de Johnny se presenta en el momento en el que descubre el alto status de su enamorada, y tiene que decidir entre seguir las normas de vida de la adinerada y recta familia, o seguir siendo libre en el caótico camino titiritero y buscavidas que él mismo ha escogido. Las pruebas que el propio Johnny ha de superar (frente a lo que quiere su prometida, el padre de esta, y las que se cuestiona él mismo) se presentan de forma ordenada: el primer encuentro, la fiesta de pedida, la decisión del oficio, etc. Y en todos ellos el resto de participantes funcionan o bien como aliados, o bien como enemigos.

En el terreno de los personajes, la construcción del estereotipo juega un papel vital en el devenir de los acontecimientos y marca desde el inicio la forma en la que los personajes van a tomar sus decisiones. Partiendo de una de las características más recurrentes del subgénero que estamos analizando, el personaje de Katherine Hepburn acerca al espectador a esa subversión de los roles de género tan recurrente en las screwball comedies. Linda se presenta como una mujer fuerte, muy por encima de lo que su hermano Ned es capaz de hacer, decidida a luchar en contra de lo que en su casa le han dictaminado desde pequeña. Haciéndose llamar “la oveja negra de la familia”, entiende desde el primer minuto el conflicto interno de Johnny, que se niega a abandonar su forma libre de vida frente a lo que estos le quieren imponer. Dentro de que no abandona su estatus de niña rica, se opone al devenir de su casa y de su familia, y con su decisión de rebeldía final, desafía todo lo que hasta ahora le ha sido establecido.

Por el contrario, no podríamos decir que haya una clara figura de hombre “blandengue” o incompetente, que a menudo las mujeres usan a su antojo, como es tan recurrente en este tipo de comedias. Aunque lo cierto es que a través de un alcoholismo nada disimulado ni juzgado, Ned podría cumplir este rol de hombre que no hace caso de supuesto devenir victorioso. Agarrado a una copa y una botella a lo largo de toda la película, hace pequeñas apariciones cómicas en los momentos más inesperados, con unos diálogos cargados de cinismo que tratan de cuestionar la absurdez de los acontecimientos.

Por su parte, Cary Grant trata de acercarse a ese galán al que se acostumbró al público con los años. Aunque cabe decir que en Holiday (1938) se queda más en un joven chico de barrio, alegre, juguetón y confiado.

Finalmente, podría decirse que uno de los puntos más importantes de las screwball comedies es el ritmo, la velocidad con la que se desarrollan los acontecimientos y la rapidez de los diálogos que los acompañan.

Como se ha analizado, el inicio del largometraje parece tomar un rumbo más afín a este tipo de comedias, sobre todo en el primer encuentro entre Johnny y sus amigos. Sin embargo, a medida que la trama avanza, el ritmo cae en picado. Sobre todo en el momento en el que Johnny entra por primera vez a la mansión de los Seton y descubre, habitación tras habitación, escalinata tras escalinata, el espacio en el que su joven prometida habita. El ritmo cae de manera vertiginosa, y todo se pausa para que el espectador descubra al mismo tiempo que Cary Grant todo lo que se esconde entre esas cuatro paredes. A partir de aquí, el ritmo se acelera en algunos puntos (en la preparación de la gran fiesta de un momento a otro, o en el desarrollo del desenlace) pero en general, se mantiene constante acorde a lo que está sucediendo. Holiday (1938) presenta una única trama, sencilla y fácil de seguir, que sucede en un único espacio, por lo que no hay necesidad de rápidos cambios de localización ni se presentan tramas de grandes enredos. Todo esto que está tan presente en las screwball comedies, no lo está en la película de George Cukor.

Este cambio de ritmo entre la primera secuencia en comparación con el desarrollo de la trama puede deberse a una decisión intencionada de presentar el conflicto inicial de forma confusa e incierta. Al director no le interesa aclarar desde el primer minuto lo que le sucede a Johnny Case con pelos y señales. Tampoco sería del todo inteligente esclarecer la relación social de este con sus amigos en una sola escuela. Por lo que deja varios frentes abiertos para que a medida que avanza la trama, el espectador los vaya descubriendo por sí mismo.

Uno de los puntos más interesantes de la película es la crítica que se esconde detrás del dilema principal del protagonista. De forma sutil aunque nada oculta, Cary Grant hace a través de su personaje un cuestionamiento de las clases sociales de los Estados Unidos del momento. Al introducir un personaje de clase media-baja en un entorno social tan elevado, Cukor hace que desaparezcan las diferencias de clase de un momento a otro, forzándolo a analizar hasta dónde pueden llegar sus personajes. Desde un inicio, es el propio Johnny (clase baja) quien parece tener que ceder a todo lo que el gran Sr. Seton quiere para su hija. Por ello, la decisión final se revela como toda una declaración de intenciones.

El estilo de vida capitalista, intrínseco del poder y de la avaricia, está presente en el día a día de la joven Julia. Algo que como el propio Johnny relata delante de toda la familia, sin mostrar ni un ápice de vergüenza, nada tiene que ver con él. De clase trabajadora, el dinero es su última preocupación, lanzando un discurso profundamente reaccionario frente a las altas clases de la sociedad estadounidense y el sueño americano.

Tal y como explica Carlos Fidalgo en la revista 17 Musas, «Vivir para gozar (1938) es toda una declaración de intenciones en una nación como los Estados Unidos que salía de la Gran Depresión, porque los dos protagonistas renuncian al dinero y a la fortuna y deciden romper con todo para estar más a gusto en sus zapatos».

Tuve el placer de sacar el DVD de la filmoteca de mi padre, por lo que no sé muy bien en qué plataforma estará disponible. Aunque estoy segura de que en un rápido research la encontraréis por algún lugar de internet.

Y sino, guardarla para siempre en casa es siempre un acierto.

Nahia Sillero.

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