Amigos imaginarios: juegue, juegue

Un fantasma recorre la crítica de cine. No, no es eso, cómo se va a poner uno a decir eso, o más bien a escribir eso. Qué nos importan esos fantasmas y la crítica de cine que, en promedio, en general, ha maltratado a la nueva película de John Krasinski con muchos argumentos del estilo ¿y por qué pasa tal o cual cosa? Debería hacerse, o mejor no, un congreso mundial de críticos para empezar a hablar de qué es lo que pasa con, frente, ante una película como Amigos imaginarios (IF), recientemente estrenada en las salas de cine y una de esas que, si uno conecta, puede generar una explosión de lágrimas. Es así nomás: Amigos imaginarios es una película que apuesta por las grandes emociones, que apuesta a lo grande por las grandes emociones, desde el absoluto exceso de musicalización -música de Michael Giacchino- hasta la convicción para creer de forma devocional en los recuerdos de la infancia, en los recuerdos de la propia infancia y también en los recuerdos de la infancia de los propios hijos, y/o tal vez de lo que vivimos los padres en los posibles mundos más fantásticos de los hijos y que alguna vez, si somos afortunados, comparten con nosotros.

Un fantasma, otro fantasma, recorre la crítica de cine, y quizás sea el de haberse desconectado de la niñez como una posible patria del cine y de la niñez como garantía para asegurar la continuidad de la humanidad, pero esos son otros asuntos (la demografía también, como todos, puede ser tema del cine, pero no hoy). La niñez, el asombro, la montaña rusa emocional, los miedos y las euforias y la energía desbordante, y el entusiasmo genuino y la imaginación que no quiere ni puede detenerse pueden ser material del cine, y Krasinski lo sabe y lo demuestra en cada secuencia, especialmente en ese musical, central para el relato en muchos sentidos con “Better Be Good to Me” de Tina Turner en un recoveco de un sótano -o en otro lado, porque esto es cine atado a un sentimiento y a muchas imaginaciones- de Coney Island. Un crítico estadounidense se burlaba de que Coney Island se presentaba en la película como un “pueblo fantasma” en medio del verano. En fin, Amigos imaginarios es cine arrollador y hay críticos que quieren otra cosa, que miden esta película con la vara de los movimientos internos esperables en Nueva York en determinada época. Y Amigos imaginarios es, por si no quedó claro -y esta película es de una claridad que puede iluminar casi todo- una película de orgullosa singularidad, una película hecha por fuera de la hegemonía cinematográfica de estos tiempos, una película hecha con las facilidades técnicas de estos tiempos pero con un espíritu superior que la anima a ir a fondo emocionalmente con algunos de los temas imposibles, los grandes temas, que para qué nombrar si no los quieren ver y quizás no quieran ver Amigos imaginarios. Sí, quizás, se podría decir que Amigos imaginarios conecta con la osada obra maestra Más allá de la vida (Hereafter) de Clint Eastwood en términos de carga emocional y de convicción acerca de tradiciones, legados, herencias, despedidas. Y en términos de jugarse por contar mundos en los que el dolor aparece para poder ser conjurado, mirado de frente y combatido en este caso por el juego, por la posibilidad de hacerle frente con puertas, pasillos, escaleras, veredas, edificios, calles, parques (siempre de diversiones, de distracciones, de como si), mediante la construcción del espacio no desde el realismo urbano y de la circulación vehicular sino desde la decisión de mostrar a Nueva York más linda que nunca, más linda que lo que jamás la podremos ver en la realidad. Amigos imaginarios es la realidad de un cine posible hecho a gran escala por un director de un corazón expuesto, como también exponía su mirada de bondad y enamoramiento cuando interpretaba a Jim en la serie The Office. Como Jim, Krasinski necesita en Amigos imaginarios conjurar el dolor, la ansiedad, la postergación mediante juegos, por eso su personaje juega -incluso torpemente, porque el juego es casi siempre ensayo- o -mejor aún- piensa con denuedo juegos para distraer a su hija. O quizás para distraerse él mismo ante el paso del tiempo, o ante el abismo probable de que el tiempo deje de pasar de forma compartida.

Un fantasma recorre la crítica de cine ante una película como Amigos imaginarios. El fantasma holgazán de ponerse a comparar con Pixar, como si Pixar fuera hoy lo que supo ser Pixar. Veamos por ejemplo Toy Story 3, la magnífica, cargada de cine y de abismos conectados con la infancia y con diversos fines, cierres, límites. Después vino Toy Story 4, cargada de sociología y vaciada de cine. Pixar sabía jugar y después vino Toy Story 4 y vino también la crasa clase de psicología de Intensa-Mente, una de las películas que más estragos ha hecho para llenar de fantasmas -de los que nublan y amargan, no de los parecidos a Casper- la recepción de una maravilla de colores como Amigos imaginarios. Para peor, ahora Pixar promete Intensa-Mente 2, cuyo trailer parece prometer la versión sin juego -es decir, carente de alma- de Amigos imaginarios, un plato precocido para ser elogiado por los fantasmas. Amigos imaginarios es una película sobre la imaginación pero sobre todo un relato cargado de energía para poder celebrar su existencia. Y para así poder armar el musical con “Better Be Good To Me” a partir de una niña que creció y todavía está creciendo, que está dejando atrás la niñez pero que conecta, y recuerda -con la mente y con el cuerpo- cómo imitaba a la impar Tina Turner de 1984 y vuelve a ese lugar y lo revive con pases de escenarios y múltiples mundos, pero no esos mundos arbitrarios y cancheros de Todo en todas partes al mismo tiempo sino mundos conectados por las referencias, las coordenadas que sus padres, quizás, ojalá, han ayudado a que tenga: y ahí Krasinski sabe que Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll no puede faltar, y que Tina Turner y Blossom Dearie son un gran par complementario, y que “Oh La La” de Faces es uno de los faros musicales populares más importantes de esto que a veces llamamos Occidente. Y sabe, claro, que otra película sobre las potencias de la adolescencia, como Rushmore de Wes Anderson, también la usó para un -otro- cierre inolvidable.

Un fantasma recorre la crítica de cine: el de pedirle a las películas que sean hijas de su tiempo en el peor sentido posible, en ese de explicarse mediante la lectura de lo más irrelevante de lo que queda del periodismo, o en eso de apoyarse en lo que se comenta de ellas en las redes, o en la formación de fenómenos de los que no hay que quedar afuera porque todo el mundo está hablando de ellos: Amigos imaginarios es algo así como la contracara de la película “obligatoria” que todo el mundo va a estar comentando al mismo tiempo. Amigos imaginarios es otra cosa: es una invitación a jugar, una invitación a un modelo de cine que era mejor recibido cuando Tina Turner grababa en 1984 “Mejor que seas bueno conmigo”. Y ese título de canción probablemente tenga mucho que ver con la ética cinematográfica -o por lo menos cinematográfica- de Krasinski, un director que con Amigos imaginarios hizo no solamente una película enorme sino que además nos recordó que el cine puede ser un refugio para seguir jugando, nada menos.

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