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Una serie sumamente talentosa

¿Quién es?

Tomo café y escribo en la computadora. El típico cielo gris del otoño en Buenos Aires no me deja del todo detectar que este escenario y mi propia vida no son una continuación directa de la ficción que acabo de terminar. Pero no puedo evitarlo. Si bien no me gusta hacerlo, si bien prefiero quedarme como un niño despeinado por la magia, sonriente luego de un gran truco, y saludablemente ignorante, esta vez necesito saber un poco más.

“Despertares”, “La lista de Schindler”, “Peligro Inminente”, “Pandillas de Nueva York”, “American Gangster”, “Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres”, “Moneyball” y “El Irlandés”, entre algunas otras, tienen un mismo guionista. Ese misterioso hombre responsable de uno de los oficios más injustamente infravalorados de la industria del cine, ha escrito películas exitosas, prestigiosas y mucho más cerca de la perfección que de lo regular o el olvido. Y claro. Tan vasta carrera, demanda bastante tiempo de vida. Ese hombre, tiene 71 años. Cuando descubro su edad y veo su foto, quedo estupefacto. Me siento engañado. Seguramente me siento engañado por mi mismo, pero, a esta altura pienso que quizás él tuvo también algo que ver. Debo seguir investigando.

Descubro que también ha dirigido sus propios proyectos. No son tantos en comparación con la enorme cantidad de películas que escribió o en las que participó desde el escritorio. Dirigió 5 proyectos. Tres películas y dos series. Les soy sincero. No recuerdo las películas, como sí recuerdo la primera de las dos series. “The Night Of”: una desoladora y excelente miniserie tan tensionante que me costaría volver a ver (si no la han visto, se las recomiendo). ¿Por qué no supe en su momento quién estaba detrás de ella? ¿Qué es lo que me llevó esta vez a investigar acerca del realizador y no en ese momento? Y por otro lado, ¿cómo llegué hasta acá? ¿Quién es Steven Zaillian? ¿Sobre qué estoy escribiendo? ¿Qué es ésto que están leyendo ustedes?

¿Qué?

Patricia Highsmith escribe una novela publicada en 1955 sobre un hombre dueño de un talento muy particular. Ese hombre vive en New York, y justo cuando la ley está cerca de encontrarlo y en el momento en donde apenas le alcanza para vivir en un sucucho de la gran ciudad, le llega una oportunidad. Como si fuera el propio destino quien lo necesitara libre y poderoso, un multimillonario lo rescata al contratarlo para que viaje a Italia y convenza a su hijo Dick de volver.

Una vez allí, luego de entablar una relación con el joven y su novia Marge, y tras por fin disfrutar de enormes lujos y de una sociedad junto al mar que desconoce su pasado, el hombre pareciera por un momento haber normalizado su estilo de vida y haber tapado aquella tendencia que lo llevó en Nueva York a estar acorralado. Pero como si fuera una decisión de la vida más que del propio hombre, frente a ciertas adversidades y para no perder la felicidad conseguida, no le quedará otra cosa más que servirse de sus dones. La maldición de algunos, no es ni más ni menos que consecuencia de los talentos de Tom.

En 1960, “Plein Soleil”, protagonizada por Alain Delon, es el primer relato audiovisual sobre aquella novela. En 1999, dirigida por Anthony Minghella, protagonizada por Matt Damon, junto a Gwyneth Paltrow, Jude Law, Cate Blanchett y Philip Seymour Hoffman, con 5 nominaciones a los Oscars, se estrena “El Talento de Mr. Ripley”. El 4 de abril del 2024, a través de la plataforma Netflix y protagonizada por Andrew Scott, llega Ripley.

¿Cómo?

Todo relato tiene posibilidades de fallar. La fábrica audiovisual, como sabremos, se sostiene por un millar de especialistas y áreas de trabajo. El edificio es a su vez enorme y frágil. Lo único que importa, es que sobreviva el enorme organismo. El gran truco. Que todos estén a disposición de un mismo movimiento elegante sin que se descubran los hilos que lo mueven. Todo depende de que el mago mueva sus manos y esas manos nos dejen impávidos, atentos, y no sepamos qué es lo que sucedió.

Antes que nada aclaro que no quiero compartir el trailer de la serie porque siento que cualquier adelanto sería atentar contra su magia. Solo mencionaré su inicio. La serie comienza con un hombre que arrastra por una escalera un cuerpo. Intenta ser silencioso, hasta que la cabeza del cuerpo golpea fuerte contra un escalón. Una puerta se abre a lo lejos y una voz pregunta si hay alguien allí. El hombre levanta la cabeza sorprendido. Está por ser descubierto. De ese hombre tan solo veremos una reconocible silueta solapada por una cuidada fotografía que deja entrever de él lo justo y lo necesario. De allí en adelante, comenzaremos el viaje junto a ese hombre llamado Tom Ripley y sabremos desde el primer segundo que tarde o temprano, el camino lo conducirá a esa primer imagen. Porque tiene que ser él. ¿Verdad? Tiene que serlo, es el mismo perfil. Esa silueta es (tiene que ser) la de él, aunque nada lo afirme, como todo aquello que sucede en la serie. Para sus personajes, para nosotros espectadores. Toda ruta sucederá entre afirmaciones, sospechas e incógnitas. La desesperación será el pulso del relato. Sospechamos que Tom, tarde o temprano deberá llegar a ese momento donde está a punto de ser descubierto. Pero está tan lejos de que eso suceda. ¿Es posible que sea una ilusión y el del comienzo no sea él? Y si lo es ¿Cuándo sucederá? ¿Por qué? ¿Cómo?

Tal cuál lo que sucederá con las decisiones de su protagonista, la apuesta inicial es tan infalible como arriesgada y peligrosa. Ya ha comprobado la propia plataforma en el formato serie, que a veces una buena fórmula que capte la atención no demanda tanto cuidado para que el producto sea popular, redituable y exitoso. Sin embargo, como antes se dijo, fiel a su propio personaje principal, Ripley es una excepción (entre algunos nuevos hallazgos de la plataforma como lo fue en su propia propuesta Bebé Reno) y es una obra tan atrevida como prolija.

A mitad de la temporada, quizás les surjan preguntas sobre el verosímil de ciertos momentos, de ciertas decisiones del personaje, de no comprender cómo llegó hasta allí comportándose como se comporta, pareciendo a veces proceder desde lo impulsivo. ¿Cómo no lo descubren si dejó tal elemento a la vista? ¿Cómo nadie se pregunta por determinada cuestión? Pero el propio relato irá despejando esas sensaciones e incógnitas que tendremos como espectadores entrenados en ver tantos policiales. Nos irá enseñando a aceptar el encantamiento del relato y de Tom, perdonando las inquietudes y siguiendo adelante sin tanto esfuerzo. Confiando en lo que vemos, en la narración y en su cuidado. Tal cuál como les sucede a algunos de los personajes con Ripley, padecemos todos juntos una suerte de encantamiento premeditado. En resumidas cuentas, aquello que sintamos descuidado, o bien habrá sido una silenciosa decisión de Tom (y del guionista de la serie), o bien el sinuoso camino de las causalidades del destino terminará de resolverlo y explicárnoslo. Estamos frente a un artista del engaño, a un talento que pareciera la vida (como sujeto, como si fuera un ser vivo) necesitar para avanzar, para mantener su equilibrio, y por ello y por motivos que igualmente no descuidará el guion, tenderá en general a fallar en favor del gran genio Ripley.

Elegir a un intérprete culturalmente bello, que responda estéticamente a los estándares sociales, hubiera sido un error. Andrew Scott, quien ya demostró (entre otros proyectos) en Fleabag su infinito poder de seducción, es la elección ideal. Es un intérprete económico, inteligente, sensible, dueño de una mirada penetrante pero indescifrable. Es ese halo de misterio inevitable en él aquello que lo hará exitoso en el poder del engaño, y que a la vez será su eterna condena. De la misma forma que probablemente se preguntarán como espectadores, una y otra vez, por qué desean la victoria de un ser tan terrible, también habrá personajes que, víctimas de su encantamiento, lo seguirán hasta las últimas consecuencias. Aún habiendo sido lastimados por él. En esos recovecos, en no comprender del todo por qué los demás eligen confiar y seguir a su lado, desconfiaremos nosotros y temblará apenas el verosímil de la serie. Sin embargo, será el propio personaje, su intérprete y la espléndida realización, la que mantendrán vivo el relato hasta el final.

Dick y Marge, en el preciso momento en que su vida cambiará para siempre.

Hay algo con lo que no pude transar en el momento de verlo y no puedo todavía aceptar luego de darle varias vueltas en mi cabeza. No voy a decir cuál es dicho momento porque no quiero ni spoilear ni influenciar a quien lea. Creo que existe una concreta escena curiosamente fallada, aunque es el mismo espíritu perfeccionista de la totalidad de la serie el que me lleva a taparme los ojos, confiar y aceptar cualquier traspié con gusto. Tal cuál como el destino lo cuida a Tom Ripley, confío en que Ripley triunfará sobre cualquier error y los espectadores, como yo, esperarán ansiosos una próxima temporada. Pero, ¿la habrá?

¿Por qué?

El porque es un capricho personal. Es mi conclusión romántica, pero no quiero dejarla de lado. Ripley es una serie que, entre otras cosas, reflexiona sobre el talento y los límites éticos del mismo. Pareciera preguntarse en una época donde se habla tanto acerca de cómo hacer para dividir una obra de su artista, si los talentos de Tom son una bendición o una maldición. Para el. Para el mundo.

Hacer un thriller perfeccionista, bello y seductor, acerca de los cuidados pero desmedidos riesgos que mantienen vivo a Tom Ripley, es doblemente arriesgado. Y hacerlo así de bien, es doblemente exitoso.

Chesi

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