Supongo que aquellas películas que quedan guardadas -casi olvidadas- en las listas de ver después y siempre encontramos alguna opción mejor, llegan en algún momento para recordarnos por qué las pusimos allí. Por qué algún día fueron a parar dentro de un cajón, esperando a ser descubiertas, leídas y anotadas casi como si de una buena novela se tratasen. Una especie de jaque al rey a través del que parecen decirnos: no sé cómo habéis tardado tanto tiempo en descubrirnos, si ahora me acabo de convertir en tu última favorita… Y no les falta razón.
Dentro de mi watch list de Netflix, allí por el rincón más recóndito, coincidiendo con Closer (2004), Els encantats (2023) e Historias de un matrimonio (2019), llevaba tiempo escondida Belle epoque (1992), nada más y nada menos que la segunda película española en lograr un Óscar a Mejor Película Extranjera. Dirigida por Fernando Trueba, esta comedia de enredo se ha convertido en un primer visionado en uno de los largometrajes con mayor carisma, ternura y comicidad que he visto en los últimos meses, por no hablar de su brillante guión, encarnado por los que probablemente se han convertido en los intérpretes más reconocidos del país ibérico.
La película, rodada en Portugal debido a que el director no estaba convencido con las localizaciones que le proponían para grabar en España, fue un ejercicio de bajísimo presupuesto, tanto que su rodaje tuvo que cancelarse hasta en tres ocasiones para seguir buscando recaudación.
Y contra todo, en 1992, Belle epoque fue estrenada, dando a conocer a una jovencísima Penélope Cruz, reafirmando el talento de Fernando Fernán Gómez y apostando por el que ya se considera uno de los personajes más transgresores del cine español.
¿Qué relato esconde este magistral guión?
«En el invierno de 1930, tras el fracaso de la sublevación antimonárquica de Jaca, un joven soldado abandona el cuartel y, convertido en desertor, vaga por los campos intentado vivir su propia vida (…) Febrero de 1931, en algún lugar de España».
A través de estos intertítulos da comienzo esta historia, en una especie de prólogo que adelanta los antecedentes inmediatos del joven protagonista, Fernando, ex-seminarista y desertor del ejército. Siguiendo su pista como si del Lazarillo se tratase, seguimos a este mozo que camina sin rumbo y sin destino, conectando desde la primera y memorable secuencia con su inocente y jovial mirada ante todo lo que le sucede por delante. Pronto nos damos cuenta de que, sin embargo, sus acciones deambulan entre la timidez y el desparpajo, según escoge más conveniente para su propio beneficio.
En una especie de viaje del héroe, Fernando llega a la vida de Manolo de la forma más inocente posible, tratando de buscar un lugar en el que pasar la noche. Y la hospitalidad de este hombre, padre de familia de un total de cuatro hermanas, lo recibe con los brazos abiertos… Al menos para unos pocos días, sin esperar tener casi un habitante más en la casa. Pues una vez entra, y nada más conocer a las cuatro muchachas, ¡no hay quien lo saque de ahí!
De la más joven a la mayor, Luz, Rocío, Violeta y Clara, quedan rápidamente prendadas de la amabilidad y las habilidades (musicales y culinarias) de Fernando, quién no tarda en coquetear primero con una, luego con la otra… Hasta acabar repartiendo sus encantos amorosos con todas.
La película acoge varias jornadas casi rutinarias, días en los que las hermanas conviven ante los juegos de seducción del joven, sus propios dramas amorosos, y se entretienen en fiestas y verbenas de Carnaval mientras el mundo avanza. Y es que es la situación sociopolítica la que define y estructura el inicio y el final de la historia. Tal y como se avanza en el prólogo, el inicio del viaje de Fernando se debe a una huida, en el tiempo en el que España vive el fin de la monarquía de Alfonso XIII y (parte de) sus habitantes esperan con ansia la proclamación de la Segunda República.
Ante los años de alegría que se esperan, y sin tener idea alguna de lo que él tocaría sufrir al país a partir de 1936, el inicio de una Guerra Civil que duraría tres años con sus consiguientes cuarenta de dictadura, Belle epoque (1992) trata de reflejar el ambiente esperanzador de la época. Así, sitúa la historia en la primavera de 1931, donde todo es júbilo y regocijo por la inminente llegada de la Segunda República. La familia y, cómo no, el icónico Don Luis (cura interpretado por Agustín González), disfrutan de los manjares que Fernando prepara, los Carnavales se reciben por todo lo alto (hablaremos después del famoso tango que Ariadna Gil y Jorge Sanz interpretaron), la llegada de la matriarca cantarina, Amalia como Mary Carmen Ramírez, etc.
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Pero la película también tiene hueco para la preocupación, el desconcierto, incluso algo de miedo ante los cambios que no se pueden pronosticar. Así, cada uno de los personajes viene a representar un estadio, una actitud frente a la época de confusión, haciendo que el relato abarque a la perfección y de una manera totalmente verídica, la situación sociopolítica que se atravesaba en el momento. El mayor acierto de la película (y un regalo para todos los que somos sus receptores) es la inclusión del humor ante las diferentes posiciones políticas. Desde la pasividad del cura Don Luis ante los sucesos, eligiendo la comida por encima de todo; la tarta de celebración de la llegada de la Segunda República dibujando su bandera en su superficie; y cómo olvidar, al icónico Gabino Diego que en su papel de Juanito, reniega de una ideología en un segundo (llegando a decomulgarse de la Iglesia), sólamente por la conquista del corazón de Rocío, que no le hace caso alguno.
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Más allá de la política, Belle Époque (1992) también reserva un espacio para la risa ante los dramas amorosos de sus cuatro joviales protagonistas, sufridoras de las tretas del pícaro Fernando, quien va prometiendo amor eterno a cada una de ellas. La parodia del amor alcanza su punto más álgido con la llegada de Amalia, la que hasta el final de la película se asume como madre ausente. Una de las secuencias finales entre Manolo y el manager/amante de su mujer, Danglard, se ha convertido en una de las más cómicas, en la que la infidelidad y el amor libre que la mujer practica se dialoga con una naturalidad pasmosa por sus propios sufridores.
¿Qué supuso la película?
Más allá del humor y de las brillantes interpretaciones, la película es una verdadera obra de arte si hablamos de cómo el director logró reflejar la situación socio-política de la época. Plagada de críticas sagaces, colectivos tan protegidos e idolatrados como la Guardia Civil, la Iglesia o los altos cargos políticos son tratados con una absoluta libertad, haciendo referencia a ellos de la forma más mundana y crítica posible. Nada más comenzar la película, la primera secuencia ya refleja a los individuos que formaban parte de las fuerzas de seguridad del momento, de cuestionable integridad y quienes supuestamente estaban al mando de velar por la seguridad de los ciudadanos.
Asimismo, son recurrentes los guiños a los abruptos e inmediatos cambios de ideología que varios de sus personajes, pero en especial el de Juanito (Gabino Diego), reflejando de alguna manera la dudosa conciencia e inteligencia de algunos sobre a quiénes debían apoyar. Como en muchas situaciones a lo largo de la historia, los motivos y las causas por las que seguir luchando acaban desdibujándose, siendo todos parte de un rebaño que, en muchas ocasiones, solo busca la pertenencia y/o la validación de un colectivo.
Más allá de todas las alabanzas y aplausos, lo cierto es que hay varios detalles que a día de hoy, revisitando la obra y a partir de una mirada y un juicio actual, podrían generar un debate. Quizás el más llamativo de todos es la aparición de Penélope Cruz en la fiesta del Carnaval con la cara pintada de negro, un black face en toda regla que a día de hoy sería tachado como un acto racista.
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Asimismo, la película dio paso al que está considerado uno de los referentes LGTBIQ+ de la historia del cine español y uno de los personaje más transgresores hasta el momento, Violeta. Interpretada por Ariadna Gil, la joven se identifica a lo largo de toda la película como un hombre, vistiendo con ropa asociada al género masculino y queriendo que la traten como tal. El punto más álgido de este personaje se muestra precisamente también en la fiesta del Carnaval -como si en el propio contexto de la fiesta, el director pudiese reunir todos estos detalles y con ese “pretexto”, rehuir las críticas que se preveían de los más conservadores-. En el Carnaval Violeta decide vestirse con el traje de un Guardia Civil, donde en la época todos sus integrantes eran hombres, y se caracteriza como tal, dando paso a un baile de tango verdaderamente provocador junto a Fernando, quien se viste como una doncella para la ocasión. La frase que el joven declama, "te has portado como un hombre", da paso a que a este adelantado personaje responda con toda la convicción y seguridad: "Soy un hombre".
«Fue todo muy fácil. Simplemente pensé en cómo había visto actuar a veces a ciertos hombre, ese tópico de llevar la voz cantante. Es verdad que noté que había causado mucho efecto, que a la gente le había impactado esa escena en particular. Esa transgresión despertó morbo en unos, atracción en otros… Había algo que había movido mucho, era potente lo que habíamos hecho. El secreto fue que se trató con la misma naturalidad que los demás personajes de la película. (…) Desde el rodaje me rondó el sentimiento de que ojalá la vida y el mundo fueran así, con esa tolerancia hacia todos».
Fernando Trueba, director que de la película, y la oscarizada Penélope Cruz
Trueba debutó en el cine en 1980, precisamente con una película que decidió titular Ópera prima (1980). Tras una especie de prueba y ¿error? A lo largo de tres largometrajes, su cuarta apuesta ya fue premiada por la Academia de Cine Española con un Premio Goya a nada más que la categoría de Mejor Película (El sueño del mono loco (1989), vaticinando la gran trayectoria que desarrollaría el director. Belle Époque (1992) fue su siguiente trabajo, con la que no solo consiguió llevarse el Goya a la Mejor Película, si no que además obtuvo la estatuilla en los Óscar a la Mejor Película Extranjera. Así, se convirtió en la segunda película española que consiguió la estatuilla dorada; la primera sería para José Luis Garci por Volver a empezar (1983).
Más allá del Goya a Mejor Película, la película obtuvo un total de nueve premios Goya: Mejor Dirección (Fernando Trueba), Mejor actriz protagonista (Ariadna Gil), Mejor actor de reparto (Fernando Fernán Gómez), Mejor actriz de reparto (Chus Lampreave), Mejor guión original, Mejor fotografía, Mejor montaje y Mejor dirección artística.
Se dice que hay algo de autorreferencialidad en la película de Trueba, y es que parece ser que la amistad entre un joven y un hombre mayor también sucedió en su propia vida. «Conoció en su juventud a Mario Huete, un hombre sabio, libre y tolerante –como se ve durante la película– y terminó casándose con su hija, Cristina (…)». El director ha aclarado en más de una ocasión que, sin embargo, para gran parte de la película se inspiró en Une partie de campagne (1946), de Jean Renoir.
Quizás uno de los grandes aciertos del director fue la mezcla de los que con el tiempo se han convertido en varios de los mejores actores de la industria del cine español: Fernando Fernan-Gómez, Gabino Diego, Maribel Verdú, Ariadna Gil, y, cómo no, Penélope Cruz. Precisamente sería esta la segunda película que una jovencísima Penélope de 17 años haría, después de su debut en Jamón Jamón (1992), estrenada en el mismo año. Tras esta, el director volvió a confiar en la actriz para protagonizar La niña de tus ojos (1998).
Con Belle Époque (1992) fue la primera vez que el nombre de la intérprete sonó en la gala de los Óscar, aunque no sería la última. La tercera película española en llevarse un premio Óscar sería precisamente Todo sobre mi madre (1999), de Pedro Almodóvar, en la que también participó la actriz. Sin embargo, fue en 2006 la primera vez que ella estuvo nominada a Mejor actriz, una vez más por otra película de Almodóvar: Volver. Aunque no fue hasta 2008 cuando se convirtió en la primera actriz española en llevarse un Óscar con Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen.
A partir de aquí, todo lo demás es historia. En el 30 aniversario del Oscar a Belle Époque (1992), el periodista Jordi Évole decidió reunir en un programa especial al director Fernando Trueba con las actrices protagonistas de la película: Penélope Cruz, Maribel Verdú, Miriam Díaz Aroca y Ariadna Gil, donde comentaron acerca de las anécdotas y experiencias personales, no solo del rodaje, sino de la industria del cine. Realmente algo muy necesario que coloca la situación de la industria en puntos de temblor. (Dejo el link por si a alguien le apetece verlo).
Y a mí, si algo me queda claro tras haber “descubierto” esta joya sin siquiera esperarlo es que antes de añadir otra película a nuestra watch list, quizás deberíamos darle la oportunidad a alguna de esas que -aunque no sabemos muy bien porqué- un día decidimos meter ahí.
Creo que no hay mejor forma para acabar el artículo que como lo hace el propio Fernando Fernan-Gómez en la película: «Partir es morir un poco” ha dicho el poeta. A lo que contestan: «Yo creo que es al revés, que el que se queda es el que muere un poco».
Nahia Sillero.
Programa especial del 30 aniversario de la película: https://www.lasexta.com/temas/lo_de_evole_belle_epoque-1
Silvio Isarama morroco
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