El estilo esotérico de Pablo Larraín a 50 años del golpe de estado chileno de 1973

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Las dos primeras películas en inglés del director chileno Pablo Larraín, Jackie (2016) y Spencer (2021), giran en torno a la vida de dos mujeres atrapadas en medio de la agitación política. Larraín optó por alejarse de los enfoques cinematográficos convencionales y, en cambio, empleó una gran cantidad de primeros planos y una banda sonora inquietante. Estos elementos, combinados con su inquebrantable compromiso de capturar imágenes y escenarios sorprendentes, otorgan a sus personajes una sensación única de aislamiento. En particular, en las obras de Larraín, el enfoque central a menudo se aleja de los acontecimientos históricos reales, ya que sobresale en retratar las circunstancias peculiares e inquietantes en las que se encuentran los personajes durante una época específica. Si bien es posible que Spencer no haya recibido elogios unánimes, sin lugar a dudas marca la primera representación cinematográfica de la princesa Diana. La habilidad de Larraín para crear una atmósfera opresiva y de suspenso brilla en esta película. Quizás aquí sea donde reside su verdadero punto fuerte.

El golpe de estado chileno ocurrido hace medio siglo sigue siendo un tema ineludible para los creadores chilenos. Las películas de Pablo Larraín, Tony Manero (2008), Post Mortem (2010) y No (2012), forman colectivamente lo que se puede denominar la "Trilogía Pinochet" de Larraín. Estas películas parecen reflejar la inclinación del director hacia temas cuasi políticos e históricos. El 11 de septiembre de 1973, Augusto Pinochet inició un golpe militar, derrocando al gobierno de Salvador Allende, empujando a Chile a una era de 13 años de dictadura militar. Actualmente, la esencia de este evento parece haberse solidificado. En el 50 aniversario del golpe, los líderes chilenos se unieron a sus homólogos internacionales para conmemorar este importante día y rendir homenaje a Allende, quien perdió la vida durante el golpe.

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¿Implica esto que la valoración de Pinochet se ha convertido en una cuestión histórica definitivamente resuelta? La respuesta parece ser negativa. Cuando Pinochet falleció en 2006, el Jefe del Ejército de Chile pronunció un panegírico en su funeral, afirmando: "Pinochet asumió la responsabilidad de liderar la nación durante una época de profunda crisis. Creía firmemente que no había alternativa para liberar a la país de esta crisis". Además, dadas las intrincadas conexiones entre Pinochet, el golpe y varias naciones extranjeras como Estados Unidos y Gran Bretaña, la posición histórica de Pinochet sigue siendo tema de debate polémico.

En El Conde, la cuarta película de Larraín sobre Pinochet, la atención se centra firmemente en el propio dictador. Sin embargo, es importante señalar que la película no pretende servir como un registro histórico estricto. En entrevista, el director chileno explicó:

"Nuestra nación continúa lidiando con divisiones internas y el persistente espectro de las atrocidades de Pinochet. Él falleció sin sentirse culpable y como millonario. Esta injusticia percibida es un factor clave que contribuye a la actual división social de Chile".

Larraín reconoció abiertamente que la representación de la escena de un juicio al gobierno militar en Argentina, 1985 (2022) ya no tiene ninguna posibilidad, ya que Pinochet logró evadir el procesamiento con éxito. El Conde puede percibirse como la profunda preocupación de Larraín por el futuro de Chile. Al utilizar la historia como reflexión, su atención gravita naturalmente hacia la figura del dictador.

En El Conde se desarrolla una premisa fundamental: Pinochet sufre una transformación en vampiro. Según cuenta la historia, una vez sirvió en el ejército de Luis XVI, participando en actos extraños como lamer la sangre de María Antonieta durante el tumultuoso período de la Revolución Francesa. A su llegada a Chile, continuó con sus prácticas espantosas, que incluían actos de violencia, beber sangre y rituales extraños como consumir corazones de personas para sostener su existencia impía. Este concepto sirve como una metáfora innegablemente explícita e irónica, que infunde a la película el potencial de establecer un género que fusiona elementos de humor y terror.

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Después de 250 años de alimentarse de sangre, el vampiro Pinochet se cansa de una vida sin poder y anhela partir de este mundo. Esta decisión llama la atención de sus cinco hijos y de la esposa de Pinochet, quienes se embarcan en una búsqueda para reclamar el legado y la herencia. La descripción de este tema en la película es relativamente aburrida. Los diálogos extendidos acompañados de tomas serenas pueden resultar lentos. Sin embargo, vale la pena señalar que en los primeros 30 minutos de la película, la interpretación de Pinochet es bastante sorprendente. Se lo representa volando por el aire con una capa, agrediendo brutalmente a las personas con un martillo y realizando actos espantosos como consumir corazones humanos. La película se beneficia enormemente de su cautivadora banda sonora y de la magistral cinematografía en blanco y negro de Ed Lachman, lo que le confiere una cualidad inherentemente misteriosa e intrigante desde el principio. Las imágenes en blanco y negro, que recuerdan a Nosferatu, están exquisitamente ejecutadas y son lo suficientemente convincentes como para atraer a los espectadores, incluso sin una "trama" tradicional a seguir. En esencia, este aspecto de la película se presenta como una contraparte más rudimentaria del trabajo de Christopher Nolan.

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Pinochet nunca mordió a sus hijos, pero en la película todos se convierten en vampiros. Los matices de esta narrativa lúdica invitan a la reflexión: sugiere que la influencia de la dictadura ha permeado incluso dentro de la familia, mientras que la implacable fijación por la riqueza permanece intacta. Curiosamente, aquí hay paralelos con los antecedentes familiares del propio Larraín: su madre sirvió en el gobierno del ex presidente de derecha y su padre era miembro del Partido Conservador, un grupo estrechamente asociado con Pinochet durante esa época. Aunque Larraín ha minimizado estas conexiones, en El Conde su retrato de la dinámica familiar de Pinochet se convierte en un tema de autorreflexión y sirve como blanco para comentarios satíricos.

La persistente narración femenina británica a lo largo de la película puede dejar perplejos a los espectadores, pero a medida que se desarrolla la historia, el misterio se va desvelando gradualmente. En un momento dado, Pinochet bromea: "Disfruto bebiendo sangre británica", lo que podría parecer una broma pero tiene importancia en el mundo real. Durante la Guerra de las Malvinas, Chile fue la única nación sudamericana que brindó apoyo a Gran Bretaña. Este hecho histórico subraya la idea de que Chile recibió respaldo de Gran Bretaña, Estados Unidos y otros países durante la dictadura de Pinochet. Hacia el clímax de la película, la narradora revela que Margaret Thatcher se refería cariñosamente a Pinochet como su "hijo". Esta revelación resume la evaluación que hace Larraín de Pinochet y de ese capítulo particular de la historia.

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La película también presenta a otros personajes. La monja encargada de investigar las finanzas de la familia sirve como una alusión bastante cruda de Larraín a Juana de Arco, ofreciendo una perspectiva religiosa sobre el dictador vampiro. Personajes como el mayordomo Fyodor aparecen planos y carentes de profundidad, al igual que otros de la película. El Conde cuenta con una estética visualmente deslumbrante y una atmósfera encantadora, características consistentes con los trabajos anteriores de Larraín. Sin embargo, más allá de los elementos satíricos superficiales, la narrativa en sí resulta bastante poco atractiva. Alrededor de los 50 minutos, me encontré a la deriva en la dirección de la película y las intenciones del director, lo que me llevó a una sensación de desconexión durante los interminables diálogos. Si bien se hace referencia a numerosos elementos dentro de la historia, la ausencia de una base sólida para el personaje y una lógica narrativa coherente significa que estas referencias terminan sintiéndose como ideas secundarias desconectadas, que recuerdan a Oppenheimer. La complejidad del texto contrasta con la falta de coherencia narrativa de la película, lo cual es particularmente decepcionante dada la habilidad de Larraín para crear imágenes visualmente impactantes.

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Carlos Owen

Carlos Owen

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08:39 11 de noviembre de 2024
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