Alonso Ruizpalacios se ha convertido en los últimos años de los pocos directores mexicanos que sí o sí tienes que seguir. Ahora con La Cocina hace su película más ambiciosa. Con una dos veces nominada al Oscar y siendo una adaptación de una obra de teatro en inglés, con una mezcla de dialogos en distintos idiomas en una exploración de personajes inmigrantes, y una propuesta visual poco convencional es algo que vale la pena experimentar.
La Cocina narra un día en la cocina de The Grill, un restaurante en Times Square de comida de "alto nivel", pero que tras bambalinas emplea inmigrantes ilegales y, como no puede ser de otra manera, recurre a la explotación laboral. Estela (Anna Díaz) logra ser contratada por un golpe de suerte el mismo día que se pierden 800 dolares de la caja, llevándo a una cacería de brujas donde todo parece indicar que el ladrón fue Pedro (Raúl Briones), quien le regala una cantidad extrañamente similar a una mesera llamada Julia (Rooney Mara) para que pueda abortar al ingenierito nonato (feto) que resultó de una aventura entre ellos.
La película es completamente disfrutable. Hay un misterio que lleva la historia, más o menos, pero se trata realmente de una exploración de personajes. Sobre el papel de los inmigrantes en Estados Unidos, de la pobreza y explotación laboral, y las relaciones que se van dando entre quienes viven en esta situación. La historia es un tanto gratuita y apenas es capaz de sostenerse por sí misma, pero lo importante para la cinta son sus personajes.
Pedro es este hombre muy resentido y deprimido, que extraña a su familia en México, y que intenta lidear con su triste vida a través de bromas y molestar a otros para sentirse visto, existente. El personaje de Julia es un juego de expectativas, donde es alguien que sería la cúspide de la sociedad del país que votó por una naranja criminal como presidente, pero por sus circunstancias tiene muchas dificultades familiares y económicas. Luis (Eduardo Olmos) es el mexicano de segunda generación ya nacido en Estados Unidos y que por miedo a perder sus beneficios deja de lado a sus paisanos. El chef (Lee R. Sellars) es un gringo aparentemente frustrado con su empleo, Max (Spenser Granese) es un estadounidense ridículamente blanco y medio racista al que sí le apasiona su trabajo ahí, y Rashid (Oded Fehr) es la pesadilla de Marx: el burgués que manipula y para quien todo gira alrededor del dinero. Hay otros cocineros que están haciendo su mayor esfuerzo para salir adelante, y Estela que acaba de llegar, aun amable y empática, simplemente está buscando el sueño americano.
Esto es un arma de doble filo. Todos los personajes tienen tantos matices y la película, en su mayoría, intenta abstenerse de dividirlos entre buenos y malos, son solamente personajes que están intentando vivir. Estos hace a la cinta sentirse más compleja y menos polarizante. Es una visión social más madura de cómo funcionan temas que la mayoría de películas usualmente simplifican infantiloidemente. No obstante, aunque psicológicamente el protagonista, Pedro, es muy interesante y la interpretación es brutal, resulta un personaje molesto, egocéntrico y que te cae mal, dificultando enormemente la capacidad de empatizar con él, haciendo el apartado emocional el lado más débil de la cinta.
Y es que cinematográficamente es muy llamativa. Todo está en blanco y negro, medio mamador, la verdad. Pero el uso de cámara lenta con menos fotogramas da una sensación de que todo se está cayendo más rápido que lo que lo entendemos, la cámara baila por el lugar de forma magnífica en largos planos secuencia hipnóticos llenos de adrenalina, y la desición de limitar el color a dos escenas (una azul y la otra verde) ayuda a darle otra dimensión narrativa y de importancia a las mismas. Aún fuera de estas escenas, es una fotografía muy bien lograda, contrastada y saturada, con luces sobreexpuestas que le dan profundidad a los pasillos y hacen sentir que la cocina no se trata simplemente de un set para sketch de televisión. Ruizpalacios es absolutamente consciente de lo que está haciendo, sabe como crear escenas abrumadoras llenas de ruido y cortes rápidos, a la vez que en momentos más introspectivos incluye planos más contemplativos y con movimientos lentos y mecánicos, en contraposición a la cámara en mano que vuela a través de todo el restaurante la mayor parte del tiempo.
Pese a esto, en momentos Ruizpalacios se engolosina y llega a dar tropesones menores. Hay escenas sin mucho propósito y que detienen momentaneamente la historia, hay momentos no muy cinematográficos como un monólogo de varios minutos, y cierta resolución que la cinta la trata como un "misterio" el lenguaje cinematográfico la vuelve ridícula y groseramente obvia para alguien que ha visto dos películas. Además, son tantos personajes secundarios que eventualmente algunos de estos se pierden entre ellos o carecen de razón de estar ahí, pero sí están magníficamente interpretados y con lo disfrutable que es verlos interactuar dramáticamente (cuando no solo se están humillando entre ellos) es entendible porque no querían deshacerse de ellos. Igualmente, el final, aunque metafórico y satisfactorio temáticamente, narrativa y dramáticamente no tanto. El clímax emocional es una explosión contra la injusticia social y el abuso económico de manera poco convencional, centrándose en una forma de venganza interna que va más allá de la realidad material (ilógico para una cinta con toques discursivos tan obvios sobre clases socioeconómicas) y es más espiritual, poético y metafísico; la venganza no es dañar a otros, es no dejarte ser dañado por otros, es quitarles el poder de hacerlo.

Aún así, lo que más me dolió de la cinta es algo que ni siquiera debería de afectarla. Ruizpalacios en todas sus cintas anteriores había buscado maneras de jugar con la realidad y la ficción, de romper la diégesis, de demoler la cuarta pared de formas originales y poco convencionales. Sus cintas anteriores te llevan al detrás de cámaras, al cómo funciona el artificio. Son una invitación reflexiva sobre el arte y la ficción más allá que evidencía la falsedad y plasticidad de la experiencia en la que nos estamos "invlucrando". Y, aunque esto no es un requisito para que sea una buena película ni es algo claramente necario para todo filme, personalmente es un poco triste no encontrar algo tan identatario y personal. Le faltó ese toque ruizpalaciense.
Es una película que huye de la simplicidad temática y propone una trama como un mero pretexto para una exploración compleja de personajes y dinámicas sociales. En momentos la cinta pierde un poco su dirección y no es la más emblemática del director, pero se siente como un producto más ambicioso, grande e internacional, pero que no pierde su centro en dramático. Es una experiencia divertida, catártica e inteligentemente matizada que vale la pena ver.
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