¿Qué se puede decir de 8½, que no haya sido dicho ya? Que Mastroianni interpreta a Fellini mismo, que la película está construida por los sueños del autor, que nació en medio de una crisis creativa, que el trabajo de Nino Rota es de las mejores musicalizaciones en la historia del cine, etcétera. Hablar del ensueño en el cine, es hablar del cine en Fellini. Hablar del cine en Fellini, es hablar de Fellini en 8½. Y hablar de Fellini en 8½, es hablar de una carta del cine para el cine.
Es mi séptima primera vez (más o menos) que vuelvo a 8 ½. Sí, no importa cuántas veces la vea, aunque sepa qué pasa, a lo que asisto es a la mente barroca de Fellini, a su manera de ver el mundo y el cine, a una película con unos atajos argumentales propios del sueño, que no tiene lugar en ningún lado, todo ocurre en un jeriático que resulta ser una especie de reunión social, en un restaurante que resulta ser un sauna, en un lobby que resulta ser una agencia de contrataciones, etcétera. Y el onirismo se enraiza desde el primer segundo de la película: la de 8 ½ es la mejor secuencia de apertura que he visto: tan sutil como contundente, establece el tono de una forma impresionante, sumergiéndonos en una atmósfera tan onírica como asfixiante y vertiginosa.
Los personajes están cuidadosamente elaborados. La primera vez que vemos la cara de Guido (Mastroiani) es frente a un espejo, ojeroso, cansado y recién salido de una cita médica. Y empieza la aventura. Fellini nos lleva por un retrato de la industria cinematográfica mostrándonos valientemente un medio que hostiga a cualquiera, lo que, claro, aumenta la angustia de un director en crisis creativa: “Esta es mi hermana, ¿crees que podría tener un papel en tu próxima película?”, “¿Por qué nunca has hecho una película de amor, Guido?”, “Oh, tu película carece de una premisa filosófica”. A la par, recorremos una divagación de Guido como un péndulo que va y viene entre su cotidianidad y su mente —sueños y recuerdos— en busca de alguna idea.
Solo un narrador del peso de Fellini, es capaz de trasegar un argumento aparentemente intrascendente mezclado con estilo absurdo, grotesco y desbordado.
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