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Una pareja en crisis está en un cine. La mujer se identifica con el dolor de la protagonista. Se desencadena un juego de espejos y reflejos, en el que personajes sentidos como "reales", según la ficción cinematográfica, pronto se confunden con los nacidos de la mente de un artista y así sucesivamente. La película se convierte así en una enigmática matrioska en la que, protagonizada por una locución francesa y mayoritariamente en blanco y negro, se pierden los límites entre realidad y fantasía, imaginador e imaginario. Por lo tanto, nos lleva a reflexionar sobre el poder mágico del arte y el papel del artista, que es tan impotente que solo puede mostrar su dolor, haciendo así que las personas se sientan menos solas.