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Cuando Jonathan Webber le dijo a su familia inglesa que quería gastar su dinero en restaurar un cementerio judío abandonado en un rincón remoto del sur de Polonia, pensaron que finalmente lo había perdido. Nadie sabía exactamente en qué se estaba metiendo, o cómo reaccionarían los polacos locales. Lo que sucedió en ese pequeño pueblo tomó a todos por sorpresa y afectó profundamente a las familias en Londres, Nueva York y Sydney. Todo comenzó en un lugar difícil de encontrar en un mapa e imposible de pronunciar: un pueblo llamado Brzostek.