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La naturaleza humana es ritualista. Los movimientos físicos y espirituales del hombre siguen normas, motivos y ritmos. La ciudad es la celebración de su manifestación material. Enormes organismos son inspirados por muchas personas individuales y sus creadores son quienes los animan, formando una inquebrantable conexión de autodeterminación. Una regularidad indómita y una marcha gris, la casa del hombre, rítmicamente luchando y creciendo, evolucionando, fluyendo en el tiempo con pasos atemporales y elevándose a través de sus miles de prismas.