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Un hombre ingresa a un centro de atención a largo plazo en Nochebuena armado con una jeringa y una cámara. Está allí para ver a su anciano padre, que es autista y ha estado paralizado durante 20 años después de un accidente automovilístico, ahora confinado en una cama de hospital. Su intención es llevar al hombre a juicio: culpa a su padre por su infancia difícil, por no estar ahí para él y por arruinar la vida de su madre muerta. Ha venido a acabar con el miserable viejo ya filmarlo todo. Pero primero, en el transcurso de 24 horas, lo hacen sufrir torturas físicas y psicológicas. El único respiro que el frágil y deteriorado anciano obtiene de su sádico y cruel hijo es cuando el personal del hospital interrumpe para alimentarlo, lavarlo y cambiarle los pañales. Irónicamente, esto es mucho peor que la tortura de su hijo, ya que tiene que lidiar con el dolor diario, la humillación y la pérdida de dignidad de tener que depender de otros para cuidar de sus funciones corporales básicas. Vulnerable e indefenso, no tiene más remedio que soportar.