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Las almas cebadas predican sus curvas hasta que se venden, la benevolencia salmuera con violencia durante el asentamiento bestial de un país sin águilas, y Meander tiene este maldito momento para pisar el camino. Todos los bares y los dioses lo iluminaron, y amará su alma desperdiciada como una enfermedad hasta que su sudor helado termine con este alboroto. Con una mano repartida a todos los reyes suicidas, Meander deja atrás a sus mujeres de fortuna por el desierto, donde puede rociar su pogrom con la pompa de su Candy Olive Kake. Porque en el desierto no hay puertas.
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