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En medio de tanta violencia y sufrimiento algo había logrado. Solo eso. Eso, y nada más. Pierantonio Costa, el cónsul italiano en Ruanda durante el genocidio, quien, a riesgo de su propia vida, salvó a unas dos mil personas, entre occidentales y ruandeses. Viajó dentro y fuera del país, pasó innumerables bloqueos de carreteras y todos los riesgos inevitables que esto implicaba. Sólo cesó cuando, cruzando de nuevo la frontera entre Ruanda y Burundi, le aconsejaron encarecidamente que no volviera, que se quedara en Bujumbura: Pierantonio sabía que el significado de esas palabras era que lo matarían si lo hacía. En ese último viaje salvó a 375 niños. Dieciséis años después seguimos la historia de aquellos momentos a través de las palabras de Pierantonio
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