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En 1820, el escocés Gregor MacGregor fue a vender en la tierra celestial de "Poyais" en Europa y reunió una fortuna de expatriados bien intencionados. Solo: no había ningún Poyais atractivo en absoluto. Este miedo a ser víctima de burlas y risas fue también lo que hizo famoso al orfebre Franz Tausend en la república de Weimar. Ganó millones a través de la transformación del metal crudo en oro precioso. Un hocus-pocus, que sus víctimas estaban felices de creer. Y el farol del húngaro Victor Lustig también es digno de una película: en 1925 Lustig vendió la Torre Eiffel a un chatarrero parisino. El fraude fue tan vergonzoso para sus víctimas, que nadie lo denunció.