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“Si la gente vomita al ver mis películas, eso es para mí como una ovación de pie” Humor, transgresión y crítica social son la esencia de las obras de John Waters, un referente del cine trash que ha hecho del mal gusto un arte. Nacido en Baltimore en los 50 y fascinado desde niño por lo provocativo, violento y grotesco, ha creado un género donde el humor y la incomodidad se entrelazan en busca de romper barreras sociales. Walters destruye las narrativas de la cultura popular transformando lo vulgar en entretenimiento satírico con películas como Pink Flamingos (1972). Filmadas con bajos presupuestos y una estética cruda, ejemplifican su marcado estilo kitsch con tomas temblorosas y ángulos extremos que acentúan la absurdidad a través del caos. Su madurez como director se ve reflejada en la evolución de sus obras con películas como Polyester (1981) y Hairspray (1988), donde utiliza bandas sonoras irónicas para enriquecer la acción. Sin embargo, estos son nuevos insumos para su cine, el cual sigue comprometido con la celebración de lo extraño, inconvencional y grotesco.