
Al parecer interesantemente se está repitiendo un patrón narrativo en muchas películas animadas. Es la tercera vez que me encuentro ante un título que, sin pretender mucho adorno simbólico o estético (como sí lo hace Disney por mencionar el ejemplo más significativo), recurre a la hermosa e universal simpleza de las llamadas “historias mínimas”: aquellas que no requieren mucho contexto pero sí nos adentran en un micro universo que, quizás sin tener mucho en común con nuestras vidas, nos hacen sentir que estamos en un ambiente familiar. La historia de la última gran propuesta del estudio Dreamworks Animation está basada en la saga de libros ilustrados para niños del escritor e ilustrador Peter Brown, que a su vez se inspiró en darle vida a su trilogía al dibujar vagamente un robot en un árbol y preguntarse: ¿qué haría un robot inteligente en el medio de la naturaleza?
Inteligentemente en ‘The Wild Robot’ (El Robot Salvaje) no se da mucho contexto desde el inicio. Desde los primeros segundos sentía que estaba conectado a esa intrigante e universal sensación de que todos, de alguna manera, estamos perdidos en una isla en el medio de la nada, así como Rozzum 7134, la robot protagonista. ¿Cómo llegó ahí? Las preguntas no sirven de nada cuando lo que verdaderamente importa es querer saber qué es lo que sigue para ella… si es que podemos darle un género, ¿no? Rozzum es un número más que está programada para facilitarle la vida a las personas. Pero eso no cuadra con los códigos de supervivencia de un territorio salvaje, sin embargo, el director Chris Sanders alivia toda aspereza que pueda haber en su discurso al presentar con un humor liviano los hechos que se van dando alrededor de Rozzum, y su viaje por entender cuál es su propósito en este lugar.

TIEMPO AL TIEMPO
Entre el miedo nato por lo desconocido de las distintas especies que habitan la isla y un temprano instinto de supervivencia que desarrolla, un accidente le cambia la existencia a 'Roz'. Tras caer a un nido ubicado en la ladera de una montaña, descubre que mató a una gansa con sus huevos, pero uno salió ileso. El tiempo pasa, y así como erosiona a casi todas las cosas de la vida, no parece hacerlo (todavía) con ella. Pero “tiempo al tiempo” dice el maravilloso refrán, y no puedo estar más de acuerdo. ¿Qué es lo que nos define como humanos? Nos venimos cuestionando desde el mismísimo alba de la humanidad cuáles son las características que nos hacen tan “humanos”, pero ¿qué pasaría si dijera que eso no tiene nada de grandioso de la forma en qué lo creemos? De chico mi madre siempre me solía repetir “cuanto más conozco al ser humano, más quiero a los animales”. Tal vez esa semilla que plantó hizo que viera la forma de otra vida, a ser un poco menos confianzudo con los de mi especie y a entender que al final de todo lo que importan son las acciones que tomamos.
Lo interesante, con relación a esto, es que, en ‘The Wild Robot’, no tenemos prácticamente el aporte de casi ningún ser humano más que una interacción sin diálogo alguno que no suma nada. El lenguaje universal que todas las especies del planeta compartimos nos habla sobre como el amor, la tristeza, la impotencia, el regocijo… y todo aquello que se pueda encontrar en el espectro emocional puede ser aplicado para un zorro, un oso, un alce…y porque no, una inteligencia artificial. Quizás la película intenta desmitificar esta inquietud actual (y en crecida) que existe alrededor de lo que podrían hacer las maquinas con nosotros, pero ¿qué tal si miramos dentro de las buenas intenciones y dejamos a un lado las diferencias?

EL PODER DE LO UNIVERSAL
¿Como puede ser que me emocione hasta llenarme la cara de lágrimas el ver a un robot criar a un pequeño ganso, dedicarle todo el cariño posible, y pasar de ser una simple tarea a realizar a convertirse en lo más preciado de su programada vida? Eso no es casualidad, somos seres sintientes. Nos mueven las historias más universales por carácter nato. Hollywood debe entender que para atraer a una audiencia no debe “incluir” sino más bien "representar". A mí, y me animo a decir que a ninguno en este bendito planeta, nos hace falta tener un abanico de personajes que incluyan distintas etnias o culturas para decir “oh, muy bien, tenemos a un afroamericano que pelea por sus derechos, tenemos a un judío que lucha contra el anti sionismo, etc…”
Este acierto lo concibe desde el desarrollo de las especies más honestas e inocentes que existen: los animales no humanos. Brightbill, el ganso rescatado por Rozzum en el comienzo, ahora es adulto y debe volar junto al resto para darle inicio a la migración, pero no puede. Una mutación en sus genes lo deja con una contextura pequeña que no le permite seguir a la bandada como se supone. Su “madre”, que no es la que se supone que debería ser, le ayuda en el proceso. ¿Cuántas veces nos sentimos fuera de lugar y desorbitados como la mal llamada oveja negra? ¿Por qué utilizamos analogías del mundo animal (y muchas veces mal utilizadas) para referirnos a comportamientos propios de la humanidad? ¿Acaso somos tan ciegos de pensar que NO somos iguales y que nuestra exclusividad se encuentra en algo que, irónicamente, muchas veces dejamos de creer?
Quisiera pensar que nuestro ego en reiteradas ocasiones se encarga de ponernos enfrente de un espejo en el que no nos queremos ver reflejados, pero por suerte existen mentes brillantes que deciden crear este tipo de película: pequeñas pero contenidas con un corazón enorme, sin cursilería ni exceso de melosidad. Directas, al hueso…como la vida misma.

POR JERÓNIMO CASCO
Publicado el 20 de NOVIEMBRE del 2024, 19.31 PM | UTC-GMT -3
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