'El crepúsculo de los dioses', obra maestra de un director irrepetible.

Spoilers

El crepúsculo de los dioses (Sunset Blvd., 1950) es un film rompedor y oscuro que tras el drama personal de los protagonistas nos ofrece una ácida crítica hacia la opulencia de la época de oro de Hollywood como nunca se había visto antes (ni después).

El director, el genial y único Billy Wilder, también maravilloso guionista, nos introduce sutilmente en la historia de un hombre (William Holden) que huye de la justicia y se refugia en lo que parece ser una antigua mansión abandonada. Por error, Max, el mayordomo de la mansión, lo invitará a pasar diciéndole que la señora lo espera. Así, este joven escritor de guiones acabará cayendo en las garras de una retirada actriz de cine mudo que quedó fuera de la industria (como pasó realmente a muchos) por su incapacidad de adaptarse al cine sonoro.

Esta mujer, mucho mayor que el protagonista, tiene graves problemas, como iremos viendo a lo largo de la cinta, y llama la atención que es interpretada por Gloria Swanson, que en realidad fue una de las más importantes actrices del cine mudo. También aparecen Erich von Stroheim, el mayordomo, gran director y actor de Hollywood, el enorme Buster Keaton o el mismísimo H.B.Warner (cofundador de la Warner Brothers).

Éste es el arranque de una de las mejores cintas de la historia, cuya dinámica se basa en la relación de interdependencia entre guionista y diva, bajo la atenta mirada de Max, el mayordomo.

El resultado es, simplemente, soberbio. Se hace complicado destacar algo sobre el conjunto, pues todo en ella es tan sublime que roza la perfección, tanto en forma como en contenido. Un guión plagado de crueldad soterrada, diálogos mordaces y secuencias brillantes; el retrato sobre el mundo del cine que nos ofrece es posiblemente el más negro, profundo y desencantador que se haya visto; La exaltación artificiosa de nuestro propio ego a la que lleva la fama puede transformarnos en tiranos veleidosos, esclavos del deformado recuerdo de algo que nunca volverá y que nos consume inmisericorde las entrañas; La imposibilidad de aceptar la realidad y lo difícil de vivir sin unas comodidades ya logradas. Muchos temas profundos tratados aquí de manera excelsa.


A tener en cuenta, amén de la habitual planificación "invisible” y perfecta de Wilder, la facilidad para crear tensión en secuencias que podrían resultar banales para cualquier otro director, la mordaz crítica al mundo del celuloide y su parafernalia, falta de humanidad y vacuidad, la técnica del narrador omnisciente en primera persona que consigue, al igual que ya lo hizo en Double Indemnity (1944) que nos introduzcamos todavía más en las acciones y la historia pese a saber desde el inicio que nuestro protagonista está muerto (algo visto posteriormente en forma de homenaje evidente en la excelente American Beauty, 1999), y algunas de las secuencias más logradas de la Historia del Cine, como el descenso “triunfal” de la protagonista por la escalera en los últimos minutos de metraje. Sobrecogedor momento icónico del cine.

Irrepetible obra maestra de un director irrepetible, polifacético y genial. Gracias, Billy Wilder.

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