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BEETLEJUICE x2: El inesperadamente glorioso retorno del expresionista moderno

"Hubo un momento, y sucedió en la escuela. Tenía un examen

final importante: se suponía que debíamos escribir un informe

de 20 páginas sobre un libro sobre Houdini. Probablemente

me hubiera encantado leerlo, pero no lo hice, así que decidí

hacer una pequeña película en Super 8 basada en él. Me

vinculé a las vías del tren y todo eso. Quiero decir, esto es

cosa de niños, pero impresionó al profesor y obtuve una A.

Y ese fue quizás mi primer punto de inflexión, cuando dije:

'Sí, no me importaría ser cineasta'".

¿Cómo puede un cineasta, que se encuentra hace más de cincuenta años dedicándose activamente con pasión a crear historias originales, adaptarse al presente en el que vive? Me resulta más que interesante la idea de que cada uno de ellos (o ellas en tal caso) contienen distintos ideales y valores sobre lo que significa hacer cine -y no perderse en el intento- que los traspasan a sus obras tratando de decirle al mundo “aquí estoy, esto soy yo” en un mundo que constantemente lo cambia todo, y cada vez más rápido. En ese contexto entra el nombre de Tim Burton, uno que jamás se traicionó a si mismo y, con algunas excepciones, siempre se enfocó en las historias que él quería contar y no las que le demandaron. Un niño disfrazado de adulto que me hizo recordar con su último título -uno que se estrena en un par de días en cines y que gracias a mi profesión pude ver antes- que nunca es tarde para ponerse manos a la obra y lanzarse enteramente a los sueños que tenemos.

Siempre admiré su cine a pesar de no ser un fanático acérrimo. Desde la hermosa rareza de ‘El Joven Manos de Tijera’, sus dos gloriosas adaptaciones de Batman interpretadas por Michael Keaton y hasta la única íntegramente concebida en stop-motion de su filmografía (ah, y sin contar en el medio el desastre que fue su versión de ‘El Planeta de los Simios’), la emocionante ‘Frankeenweenie’, su obra me parece digna de un verdadero e irrepetible autor del cine moderno. En estos años sus últimos títulos no tuvieron demasiado impacto en el público así que no tuvo otra opción que recurrir a lo que mejor saben hacer varios autores medianamente olvidados: pegar el retorno a las viejas glorias. En este caso, a una que particularmente se venía sondando de su secuela desde hace algunos años, y que parecía deber seguir el curso natural de las secuelas tardías

Cortesía de Warner Bros. Pictures

Respecto a estos retornos gloriosos que no muchos esperaban ya me había sucedido algo parecido hace dos años con un título que me terminó dando mucho más de lo que pensaba, como fue la grandiosa secuela del clásico de acción ochentoso protagonizado por un jovencísimo Tom Cruise, ‘Top Gun: Maverick’, y en la misma liga tranquilamente se podría posicionar a la protagonista de este artículo: ‘Beetlejuice, Beetlejuice’.

La continuación del primero de tantos éxitos comerciales en la carrera de Burton, y un regreso inesperadamente glorioso al conjunto de los muchos elementos que caracterizaba al realizador en sus principios. Si, mucho cariño por lo artesanal, una mezcla de distintas técnicas cinematográficas como lo son el stop-motion y la animación clásica, un amor infinito por el expresionismo alemán que empaña cada uno de los rincones de sus creaciones visuales, y un delirante derroche de imaginería visual y creatividad pura. Debo decir que hace mucho no veía algo de este estilo en pantalla grande, y ahora mi alegría es infinita. El mejor Burton, el único que debió haber existido, está de vuelta.

Martes. 10.15 a.m. Fueron muchas las personas que se concentraron en una función privada que mantuvo casi al 100% la capacidad de la sala que, como mínimo, se encontraba expectante por ver con qué iba a salir el director después de treinta y seis años sin haber regresado a uno de sus extraños universos. Entre toda la muchedumbre ahí estaba yo, relajado, sin nervios, suelto como un joven repleto de ingenuidad. No había leído, escuchado ni visto nada al respecto de esta secuela, y sin embargo, una cálida sensación de ánimo se acrecentaba en mi cuerpo que únicamente contenía algunos sorbos de café negro y un par de galletitas como sustento. Se apagaron las luces y comenzó la película: la banda sonora del legendario Danny Elfman y la cámara que enfocaba desde una altura considerable las minúsculas calles de la ciudad de Winter River inmediatamente me transportaban a un tipo de cine que ya no se hace, a un fragmento de mis memorias juveniles que se estaba haciendo tangible en el presente.

Con una enorme capacidad para la sutileza Burton superpone la realidad con la fantasía al poner unas maquetas de la ciudad que sirven como puente en esta idea del ir y venir de la muerte como si fuera un simple trámite. Y es que así se lo toma el director: con mucha gracia al respecto. Beetlejuice² es una película que sabe a lo que juega y lo hace tirando todas las fichas que tiene. La exageración dramática se hace presente luego de ese inicio onírico, en donde podemos ver a Lydia Deetz (Winona Ryder) como una verdadera leyenda de lo paranormal que conduce un show televisivo manejado por su novio Rory (un excelente Justin Theroux), que además parece manejar casi todos los aspectos restantes de su vida. Pero lo más interesante resulta ser la relación que conlleva con su hija Astrid (Jenna Ortega interpretando un personaje antisocial una vez más), una joven escéptica sobre los fantasmas que lo único que la motiva es el odio por no haberse despedido adecuadamente de su padre antes que muriera.

Tim Burton y Michael Keaton en uno de los set de rodaje

Con 73 años en sus espaldas Michael Keaton demuestra que es uno de los actores de su generación más versátiles, y que se embarca en cada proyecto como si fuera el último. El intérprete reconocido por su pocas pero exitosas colaboraciones junto a Burton y su renacimiento artístico post-'Birdman' se siente como en un parque de diversiones: rompe la cuarta pared mirando a la cámara constantemente, habla en distintos idiomas (o por lo menos eso me creí yo, sobre todo en una espectacular escena de origen de su personaje que sirve también como homenaje al cine giallo de Mario Bava y algunas de las “monster movies” de Universal), modula su lenguaje de distintas maneras, y se desnuda metafóricamente al público con una fisicidad y gestualidad digna de un actor en sus treintas. Su alargada aparición en relación a la primer entrega le hace honor al título, y vaya que vale la pena cada segundo.

Desde un costado técnico, la secuela es todo un logro. El diseño de producción, que imita la distorsión propia de los sueños y el supuesto mundo de los muertos, son una delicia repleta de detalles uno más ingenioso que el otro. Las figuras desformadas de las personas que esperan su “turno” en el subsuelo son puro deleite para aquellos que como yo, amamos ver todas las posibilidades que puede la imaginación hacer volar. Preferiría no dar más detalles sobre la trama, pero eso si, hay sorpresas, más desarrollo de los personajes, no tanto diálogo sobre explicativo, una estética mucho más marcada…y un regreso, que termina siendo inevitablemente glorioso.

POR JERÓNIMO CASCO

Publicado el 4 de SEPTIEMBRE del 2024, 13.12 PM | UTC-GMT -3


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¿DONDE LA PODÉS VER? Se estrena en cines el próximo 5 de septiembre


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