Jia Zhangke: el director que no sabías que necesitabas

Son tiempos muy turbulentos para el cine, casi que no hay para donde correr sin ser salpicado por alguna toxina de los cambios, que incluyen nuevas normalidades y -lamentablemente- también viejas que están ahí funcionando como una heladera Siam de 1940. De esta última columna están los guardianes del nicho, los personajes que mantienen fresca la pintura de las marcas delimitadoras de lo que está bien y de lo que está mal.

El propósito de esta entrega es presentar a Jia Zhangke; un director algo custodiado por los patovicas de los festivales. Ni Cannes, Berlín, Locarno, Venecia o Mar del Plata te aseguran prestigio, ni tampoco un cine para unos pocos. Como sucede con ciertos realizadores, en especial los que tienen una filmografía de al menos una decena de películas, hay atajos para poder abarcar toda su obra en algún momento. Antes de entrar en las películas de este director vamos con un hiato sobre la distribución.

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Oriente también existe

En Argentina sucedió un fenómeno muy particular desde la distribución a principios de la década del 2000, que acercó el cine oriental como nunca había sucedido, más allá de algunas películas puntuales de artes marciales. En octubre de 2003 se estrenó por primera vez una película coreana en salas comerciales: Camino a casa (Jibeuro, 2002). Si bien no es memorable -ni mucho menos- es la apertura de una canilla de películas que el público no sabía que necesitaba. Acompañado por las ediciones del BAFICI y de Mar del Plata de esos años, empezaron a estrenarse en salas comerciales las primeras películas de Park Chan-wook, cuyo hito en la cartelera fue Oldboy (2003), como un ejemplo y una marca de peso.

Además de un cine más amable para el espectador que buscaba una zona segura, también hubo una primavera para el mal llamado “cine arte” con las películas de Kim Ki-duk. Esos estrenos excedían los espacios habituales como el Patio Bullrich o algunas salas alternativas, también se podían ver estas películas en complejos multipantallas. Para dimensionar la magnitud de este fenómeno, recuerdo que Alejandro Fantino comentó que fue a ver Balzac y la joven costurera china (Xiao cai feng, 2002) en una función de sábado por la noche en una sala del Centro. Más allá de este personaje particular y sus válidos esfuerzos por nutrirse, lo que dijo ilustra bien acerca de lo que sucedía por aquellos años en un principio de década que fue, por lo menos, turbulento para Argentina en cuanto lo económico y social. Es probable que estas películas costaran en dólares mucho menos que los estrenos habituales de los estudios de Hollywood, o que las películas que compitieron ese año en Cannes por la Palma de Oro. El cine de los mencionados Kim Ki-duk, del director de Balzac y la joven costurera china y de Camino a casa quedó anclado en esa época, pero el destino no fue el mismo para todos los que tuvieron su cuarto de hora en la cartelera argentina (porteña habría que decir, pero bueno). Ahora sí, entremos en el mundo de Jia Zhangke.

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Ese hombre

El punto de partida pensado para ingresar en la filmografía de Jia Zhangke es por su última película: Esa mujer (Jiang hu er nü, 2018), también conocida internacionalmente como Ash is the Purest White. Grandilocuente en sus formas y temas, la historia se centra en Qiao (la enorme Tao Zhao, actriz fetiche y esposa de Zhangke) la mujer de un mafioso llamado Bin (Fan Liao), ambos viven en Datong, un pueblo minero de China donde tienen sus negocios y que está a punto de desaparecer. El punto de vista se traza desde la mirada de Qiao y en su devenir al lado de este delincuente. La trama se espesa cuando ella decide inmolarse al sacar un arma y disparar al aire en el medio de una muchedumbre para salvar a su marido, y así evitarle la muerte a manos de unos jóvenes pandilleros que reclaman un territorio. Qiao es arrestada y condenada a cinco años de cárcel, una pena fundada más en su silencio fiel a su marido que por el uso de un arma de fuego.

Jia Zhangke rinde pleitesía al cine de Hong Kong de la década del 80 y del 90, en especial hace foco en El Killer (Diep huet seung hung, 1989) de John Woo. Tanto en esta película como en Esa mujer, el conflicto se desata por un disparo. En ambas ese disparo es la maldición, en El Killer es la culpa que brota en el protagonista por dejar ciega a una chica y aquí, en el personaje de Qiao es la marca indeleble del mal, y que le evita volver a ese mundo al que perteneció alguna vez. También suena el tema principal cantado por Sally Yeh, durante una escena en un bar, para sumarle una cuota más de homenaje al asunto.

La fastuosidad de Zhangke se advierte en el riesgo. La película abarca un período que va desde 2001 al 2018, una vida de casi dos décadas de esta pareja. En una filiación con el estilo oriental, el cineasta chino tiene la habilidad de utilizar el recurso de la hibridación para narrar, entre las películas de gánsters, el melodrama y la mirada antropológica (aquí en pequeñas dosis) rearma un rompecabezas en el que las costuras de los géneros no se perciben, casi como un zurcido invisible.

La retórica de su cine tiene, en este punto, la maduración de un director que ya encontró su estilo y que también posee en su arcón una serie de recursos, aunque lo más importante es la capacidad y la experiencia de cómo emplearlos. La maravillosa secuencia que empieza en el auto con un habano que se enciende tiene una fotografía de opresión, color y movimientos en una cocción justa de preciosismo. Los tiempos y el montaje también son notables en la escena posterior, que es la pelea con los pandilleros, es como si supiera ser el cineasta preciso siempre.

Otro caso de virtuosismo se presenta en el 2006, cuando los dos amantes se reencuentran. A diferencia de la escena de la pelea, aquí hay un plano fijo nutrido por un montaje interno claustrofóbico, donde hay una puesta en crisis de la pareja. La idea de recorrido no se limita a lo que sucede entre Qiao y Bin, sino que además hay un pasillo al costado por el que transita la mirada sobre la transformación de un país, en el que violentamente cambia la forma de vida de centenares de millones de personas. El anonimato en la idea de pueblo no entra en la concepción del director, siempre hay rostros puntuales y situaciones permeables a la dinámica de lo que parece un proceso de mutación eterno.

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A diferencia de Naturaleza muerta (San xia hao ren, 2006) en Esa mujer la urgencia de las problemáticas chinas son un contorno para contar la historia de Qiao. Tampoco hay una solemnidad en el tratamiento temático, ni mucho menos un espíritu panfletario, por tal motivo no sorprende la inclusión de canciones pop o, como sucede en Lejos de ella (Shan he gu ren, 2015), con un final desencantador sobre el futuro al ritmo de Go West de Pet Shop Boys bailado por Tao Zhao. Porque a veces los finales que se impregnan en la mente para siempre no necesariamente deben tener una revelación o un efecto pirotécnico; solo basta con un plano fijo, una canción pop y una actriz que baila.

Quienes nunca se hayan cruzado con el cine de este director, Esa mujer aparece como una invitación perfecta para descubrir a un hombre preocupado sobre el pasado reciente y el futuro incierto de su país, desde la sensibilidad más profunda, aunque no lacrimógena, y siempre con los pies sobre el cine. La accesibilidad, una idea algo difusa sobre la recepción de un público, acá es transparente por ciertas recurrencias que acobijan al que tiene una expectativa de género. Si esta película tuviera actores y actrices occidentales y sucediera en alguna ciudad de Estados Unidos hubiera tenido una mayor reverberación, incluso en la crítica. Tan solo la escena final de las cámaras de seguridad ilustra la destreza de un director único.

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El cronista de la China contemporánea

Una de las características de este cineasta es retratar el proceso de cambio en China, en lo que puede considerarse como la mutación de un monstruo del comunismo más encapsulado a uno más abierto desde el punto de vista del mercado. Zhangke se preocupó por casi todas las facetas de este desplazamiento del país; sus intereses se posaron, por ejemplo, sobre las migraciones internas en el proyecto magnánimo de las Tres gargantas en el río Yangtze, provincia de Fengjie, que pueden verse en la obra maestra Naturaleza muerta y en su complemento documental Dong (2006). Por favor no confundir con “nuestra” Naturaleza muerta (2014) el slasher del asesino vegano.

Como hombre que retrata los tiempos actuales para dejar la huella en un futuro sobre un objeto artístico, Jia Zhangke es muy sensible sobre las consecuencias que derrama la Historia sobre los hombres y mujeres, por eso es que se escapa de las nociones más acartonadas de la sociología. Sin embargo, sobre sus últimas películas se lo acusa de ser condescendiente del gobierno chino, por plantear de manera lavada o, aún peor, que invisibiliza ciertas cuestiones. Se le exige a Zhangke un compromiso con la subversión política cuando en sus comienzos le prohibían estrenar sus películas, recién en The World (Shijie, 2004) su cine pudo ver la luz en la China continental y, a partir de allí, expandirse a los festivales occidentales.

También estas miradas sobre la labor de un cineasta abren la discusión acerca de su verdadera función. Hace unos días leía una reseña de Letterboxd de Herbaria, la nueva película de Leandro Listorti de inminente estreno, en la cual se extienden las preocupaciones acerca de la preservación y el futuro de la materialidad cinematográfica como ya lo había hecho en Los jóvenes muertos (2010) y La película infinita (2018). Alguien que la había visto en la última edición del Festival de Mar del Plata decía en esa ¿red social?: “El meticuloso y paciente cuidado cinematográfico para trabajar con sus materialidades, análogo e igualmente bello al de les trabajadores que retrata, es a la vez lo que debilita un poco la potencia política de un relato que precisaba algo más de sentido de la urgencia”. Puedo hablar de la película porque la vi, si nos corremos del sentido del gusto que no es importante aquí, se puede afirmar que la seguridad con la que Listorti plantea su tesis en un formato experimental no puede estar más alejado de la carga política evidente que pretende el usuario. Esa carga refiere a plantar una bandera, a hacer un postulado, a decir de qué lado te ubicás, etc. una idea que es extenuante, por cierto.

Las luchas -por ello podemos entender temáticas- no siempre se originan en un mismo punto ni siguen una senda única. Zhangke no es Zang Yimou (gracias al Señor) porque la imperceptibilidad de lo más candente en sus películas es uno de sus enormes méritos. Posee la capacidad de evadir los lugares comunes que lo obligan a plantar una bandera en el barro, su lampara apunta con la luz a la idea más primaria de un director de cine: la de filmar para el futuro.

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FantasticJaime
¡Muchas gracias por tu introducción reflexiva! Jia Zhangke es un director que realmente se destaca cuando hablamos sobre el cine chino contemporáneo.
14:17 08 de agosto de 2024
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