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Pacto de justicia y Horizon: dos western espejados de Kevin Costner

Spoilers

Kevin Costner, desde Danza con lobos (Dance with Wolves, 1990), se ubicó en la columna de los herederos posibles para continuar con la línea del western clásico. El género desgastado tras los últimos estertores de Clint Eastwood con El jinete pálido (The Pale Rider, 1985) y Los imperdonables (Unforgiven, 1992) parecía mantenerse vivo gracias a los respiradores artificiales de la nostalgia y la parodia, y en menor medida, a las remakes de El tren de las 3:10 a Yuma (3:10 a Yuma, 2007) y Temple de acero (True Grit, 2010). Un poco antes, Costner hace Pacto de justicia (Open Range, 2003) para refugiarse en una zona de confort tras la fallida El mensajero (The Postman, 1997), una ambiciosa película híbrida de ciencia ficción, western y aventuras postapocalíptica. En ese intento de reseteo es que el western florece porque muchas veces en el inicio están las respuestas a preguntas surgidas en una turbulencia, cuya materialidad temática es palpable y, más aún, si se lo mira con ojos revisionistas para el caso del género cinematográfico por antonomasia.

Pacto de justicia, por más que se trate de un western clásico, es más pequeña comparativamente con el corpus de obra de Costner director y asimismo es enorme en la esencia de un género siempre visto como un espectáculo montado para el cine. La historia está basada en una novela del prolífico Lauren Paine, un escritor de westerns quién se nutrió de sus experiencias como cowboy en rodeos y trabajando de extra en películas del género durante la década de 1930. Este último trabajo le permitió completar su comprensión acerca del revisionismo de la historia reciente de su país, adquirió una gran facilidad para retratar héroes y antihéroes del Oeste. Si hubiera que ubicar a Paine en un estilo de western, su trabajo estaría más cerca de las ideas de John Ford. Costner tomó la novela “The Open Range Men” y se la dio a Craig Stopper para que escribiera su primer (y único) guión de largometraje, tras una carrera como técnico.

El terreno seguro de Pacto de justicia lo devuelve a Costner por una senda narrativa conocida, poblada de personajes ya trabajados en su filmografía, por ese entonces, cargada de héroes cegados en su intención por encontrar la ecuanimidad ante un sistema corrupto, desde Los intocables (The Untouchables, 1987) hasta JFK (1991). La gran diferencia ante estos dos ejemplos está en un personaje al cual la lucha por la justicia clama su nombre, tanto su Charley Waite como Boss Spearman (en la piel de Robert Duvall) son veteranos, a los que los separa un par de generaciones, establecidos como ganaderos muy lejos de cualquier civilización, tanto es que las locaciones elegidas así estaban ubicadas, con un acceso construido especialmente para el rodaje de la película. El resguardo de ambos por un mundo acechante no es una idea dentro de sus dos empleados: Button (Diego Luna) y Moose (Abraham Benrubi), quienes con sus contexturas físicas encarnan opuestos entre sí. Incluso tras una gresca, un malentendido y cierto desbande en un pueblo que termina con los viejos pagando una fianza y una promesa de “no volverá a pasar”, el mal no está dispuesto a soltar lo que cree que es una presa fácil para destruir. Allí se despierta un costado puesto en hibernación por Charley y Boss, ambos tienen que apelar a las armas porque no hay otra opción.

Dentro de una narración clásica, de buenos contra los malos y de la lucha por la restitución de un orden, hay lugar para un regreso a las fuentes retóricas en el uso de una fotografía ocupada por retratar lo topográfico, sin caer en encuadres paisajísticos, reforzando la idea del espacio de un Estados Unidos ancho y profundo. Una de las líneas de diálogo reza sobre la situación demográfica del país para 1880, cuando el país estaba poblado por alrededor de 50 millones de personas. Sobre esa arista, la película, también aduce una necesidad de capturar el tiempo de una época. Las historias sobre las que Costner posó su interés siempre se ubicaron en un contexto transparente, no por citas o detalles sino por preocupaciones que rodearon a sus personajes. Es probable que Pacto de justicia sea la película en la que perfectamente encastraron las recurrencias temáticas e históricas de sus westerns (aquí podríamos incluir también los que no dirigió) y una necesidad por recuperar los valores clásicos del género.

A pesar del éxito de Pacto de justicia -cierto es que fue mínimo- la carrera de Costner derivó en un derrotero por películas de diferentes géneros y diversas proporciones, tampoco fue convocado, como era habitual, para papeles estelares. Sorpresas como Draft Day (2014) o la miniserie Haltfields & McCoys (2012), otro western aunque aquí basado en una historia real, tampoco le sirvieron para regresar a una marquesina muy brillante de décadas anteriores. Recién con un deslizamiento a las series es que recobró una notoriedad, ya que las cinco temporadas en Yellowstone le permitieron formar un público de la televisión necesitado de historias del Oeste sobre hombres iniciadores de un legado, una dinastía o ávidos por cuidar una tradición, sobre esta última consideración es que Costner reflota la idea de una saga épica, para un posible regreso al Western.

Horizon: An American Saga – Chapter 1 es un inicio, tan marcado que su estructura narrativa es un estiramiento de un primer acto. Hay varias líneas argumentales, cuyas presentaciones comprenden una duración extensa con personajes, escenarios y un ritmo acorde a ese tiempo. El punto neurálgico entre todas las tramas es “Horizon”, la promesa de un futuro donde exista una posibilidad concreta de establecimiento definido, si pensamos que otra vez Costner nos deposita en un momento de Estados Unidos posterior a la Guerra Civil para desplegar su hoja de ruta profusa de temas morales, históricos, sociales y políticos. Una de las grandes críticas a sus películas es el trato de los indios; los primeros y originarios habitantes de las tierras en disputas. Para 1990, la representación de estos personajes como ocurrió en el cine clásico ya no era aceptable porque los estudios históricos sobre el tema eran conocidos, y la ignorancia sobre ellos no podía excusarse. La historia, como disciplina, no trata de descubrir una verdad para repeler cualquier polémica sino de construir una perspectiva para situar y reflexionar sobre hechos, situaciones y momentos puntuales. En Horizon, Costner figura como guionista (además de director e interprete), por tal motivo es justo recaer observaciones sobre las confecciones y los devenires de sus personajes. Los apaches están conceptualizados como un pueblo violento y celoso por defender sus tierras, mientras que el ejercito aparece para rescatar a los sobrevivientes de una sus masacres perpetradas contra los “blancos”, tras un intento por establecerse en un territorio.

La mejor de las historias es la que remite a La diligencia (The Stagecoach, 1939) y a muchas otras de nómades en busca de una estabilidad habitacional, un concepto que se repite muchas generaciones después y en muchas otras latitudes, también. El miedo por la falta de agua, el terror por un ataque inminente de los apaches y las rencillas internas de los viajantes completan el conglomerado de presiones sobre un hombre al cual el cargo de capitán le fue otorgado legítimamente, aunque es cuestionado ante situaciones límites.

¿Qué es lo que falla en Horizon? No es un western para una sala de cine, es un evento enorme de la televisión arrastrado a una pantalla grande. Más allá de la honestidad en el título con la aclaración de que se trata del “capítulo 1” es imposible considerar esta primera parte como una obra separada. Las historias quedan asentadas, aún así hay una ausencia de desarrollo por más que el montaje final con el compendio de planos sueltos de los personajes ubicados en tiempo y espacio diferentes nos dejen el sabor de un cierre, cuando lo que significa realmente es un avance del capítulo 2. Ahora, a pesar de esta cuadratura de televisión, las historias son sólidas y los personajes tienen la densidad apropiada para generar emociones, más allá del gusto por un tipo de western o de otro, el logro de recapturar esa pérdida de un género está sellado por la solvencia en el arte de narrar historias. Kevin Costner, tras el retiro de Clint Eastwood, es el único en pie para mantener la llama viva del western, el que defiende es el clásico, mientras que Tarantino (otro rescatista de los géneros) se ubica en el ala de Peckinpah, Leone y Corbucci. Ambos necesitan (co) existir.

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