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El Cine de Cuba - Parte 2 - La Revolución y su cerco

Náufragos y navegantes – Nota 13

El artículo previo terminaba con una referencia a la década del ´60, probablemente la mejor para el cine de Cuba, seguiremos ahora explorando el final de esa década y todo lo que vino después. Un final no exento de cuestionamientos a esos primeros años en los que todo parecía marchar bien.

La última película mencionada en ese artículo era Lucía (1968), de Humberto Solás, aunque sólo llegué a comentar su trama. Ya me había referido a Solás en otro artículo anterior por su película El siglo de las luces (1992), con la que este film del ´68 tiene muchos puntos de contacto. En ambos casos se trata de melodramas sobre seres arrasados por las circunstancias históricas, con una aproximación más moderna en el primero y más clásica en el segundo. Conflictos recargados (barrocos) entre vida pública y privada.

Si bien puede que la muy ambiciosa Lucía no haya envejecido del todo bien con esas modernidades que ahora atrasan y unos excesos que la acercan a la parodia quisiera destacar dos cosas. Pero antes repetiré su argumento, tres historias independientes ambientadas en tres períodos históricos concretos, la primera 1895 (guerra de la independencia), la segunda en 1932 (durante el final del resistido gobierno de Machado, con tensiones que alimentarían el posterior ascenso de Fulgencio Batista) y la tercera en los años inmediatamente posteriores a la Revolución.

Lo primero que hay que destacar es que ese incesante proceso revolucionario marca una continuidad con respecto a procesos previos. Los episodios del ´59 son tan conocidos como ignoradas son las instancias previas (las guerras por la independencia, el ascenso y caída de Machado, la llegada de Batista). Lo segundo a destacar es que los problemas persistieron más allá de los beneficios que puede haber traído el triunfo del comunismo en la isla. El tercer episodio hace un temprano foco en la violencia de género y visibiliza un machismo extremo que atrasa sin acompañar los tiempos de cambio en otros aspectos de la vida cubana.

Ahora sí es momento de referirme al que a mi juicio (y el de muchos más) es el director más importante de la historia cubana, Tomás Gutiérrez Alea. Ya me había referido a él por sus Historias de la Revolución (1960), su primer y urgente largometraje, en una carrera que continuaría con Las 12 sillas (1962) y La muerte de un burócrata (1966), films en donde impera la sátira social y el humor y la ironía permiten cuestionar ciertos aspectos de esa nueva y aún esperanzada vida. Ideas que retomaría en su última película, Guantanamera (1995) aunque ya con la resignación de que esa nueva vida ya no es tan nueva.

Pero su mayor obra sigue siendo Memorias del subdesarrollo (1968), basada en la novela de Edmundo Desnoes, publicada apenas tres años antes. El propio escritor aparece en la película haciendo de sí mismo, en una conferencia junto a David Viñas, y hasta es cuestionado. Justamente la cuestión aquí es poner todo en cuestión, empezando por la mismísima Revolución y sus alcances. El resultado es extraordinario y captura su tiempo como pocas películas lo hacen, con justas dosis de humor y amargura. Probablemente quede en la historia como lo mejor que se hecho en el cine de ese país.

Memorias del subdesarrollo

Gutiérrez Alea completaría 19 películas en su carrera, que continuó con títulos como La última cena (1976), pero su mayor suceso internacional llegaría en 1993, cuando dirigió junto a Juan Carlos Tabío Fresa y chocolate. Otro título en el que los ideales chocan con la realidad, aunque de una manera un poco más esquemática que en obras previas, pero que le permitió volver al primer plano e incluso obtener una nominación al Oscar (toda una rareza para el cine cubano). Esta película también sirvió de impulso para la carrera del actor Jorge Perugorria, quien también trabajó con Humberto Solás en la muy emotiva Miel para Oshún (2001).

Cuba es además la sede del Festival de Cine de la Habana y de la mítica Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, fundada por el escritor Gabriel García Márquez, el director argentino Fernando Birri y el realizador cubano Julio García Espinosa. Alguna vez inicié los trámites para cursar mis estudios de cine allí, aunque finalmente no pudo ser. Esta escuela fue fundada en 1985, como parte del proyecto de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, institución conformada por directores cuya obra hemos visitado en estos artículos (y lo seguiremos haciendo).

García Márquez, Fidel Castro y Fernando Birri

Tras esa primera década luminosa del cine cubano los títulos destacados se fueron espaciando y diversificando, con curiosidades como Vampiros en la Habana (1985), film de animación algo rudimentaria pero energética de Jorge Padrón. El cine internacional (ya mencionado en el primer artículo) empezó a mostrar a Cuba con más nostalgia que cuestionamientos, y siempre destacando la extraordinaria música de ese país en títulos como el conocido documental Buena Vista Social Club (1999) del alemán Wim Wenders y Chico & Rita (2010) del español Fernando Trueba (junto a Javier Mariscal y Tono Errando), que también recurre a la animación para contar su historia. Una historia de amor entre los personajes del título y de amor al jazz latino. También hay música, y una mirada bienintencionada y externa en la despareja 7 días en la Habana (2012) compuesta por 7 cortos de muy destacados directores en donde solo se destacan dos (o tres).

De los directores actuales del cine cubano quisiera destacar la obra de Ernesto Daranas, en particular por Conducta (2014), que retrata la dureza del presente en la isla, con todas sus limitaciones y aún con algunas de sus conquistas vigentes. La película cuenta la historia de Chala, un desamparado chico de 11 años, y una maestra con la que entabla un fuerte vínculo que podría alejarlo del conflictivo ambiente en el que vive. La película se sustenta en las actuaciones, en particular las de los dos protagonistas, y en la sobriedad con la que sabe mover sus hilos.

Conducta

Daranas es también responsable de Sergio y Sergei (2017), una mirada al fin de las utopías con cierta nostalgia no exenta de humor. Transcurre en 1991, muy cerca del fin de la Unión Soviética que arrastró en su declive a la isla. Su historia es la de un profesor radioaficionado que se comunica con un olvidado cosmonauta soviético que sigue orbitando en la Estación Mir. Una idea que vale como metáfora de esos fervores del pasado que apenas se sostienen en el aire y cuyo destino es aún incierto pero muy poco prometedor.

El cine cubano languidece, como languidecen los ideales que lo impulsaron desde 1959, con fuerza arrebatadora en el inicio y menguante en este presente acorralado por las urgencias. Un presente limbo ya sin pasado y sin futuro a la vista. Un presente en el que Cuba sigue naufragando y navegando a la vez, desoyendo pronósticos y traicionando expectativas. Pero lo realizado hasta ahora no ha sido poco, todo lo contrario.

Link a la Parte 1 - Cerca de la revolución

Con esto termina nuestro recorrido por el Caribe. Ya visitamos México y Centroamérica y nuestro viaje nos llevará ahora a Sudamérica. El próximo destino será Venezuela.

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