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Dos de Terror, Dos de Russell Crowe: El Exorcista del Papa (2023) y Exorcismo (2024)

La incursión de Russell Crowe en el género nos invita a reflexionar sobre el acercamiento de actores mainstream de mediana edad al cine de terror

¿Russell Crowe en dos películas de exorcismos? Con esta pregunta comienza el artículo que la crítica Beatrice Loayza escribe para The New York Times. Parte de este interrogante para intentar entender el extraño fenómeno de ver a Crowe incursionando en el género en dos películas que, en apariencia, son similares por tratarse de films que abordan la cuestión religiosa de la posesión y el exorcismo. Con el objetivo de esclarecer por qué está presente en estos films, realiza un repaso minucioso por los éxitos de su carrera, destacando sus puntos fuertes y cómo estos son capitalizados y están presentes en estos films. Su planteo habilita nuevos cuestionamientos que se vinculan a un fenómeno que hace años viene marcando muchas de las recientes producciones del cine de terror: ¿Por qué tantos actores mainstream llegan al terror en su mediana edad?

Russell Crowe y la doble acepción del ser padre

Resulta llamativo que en tan poco tiempo Crowe no solo haya realizado otra película de terror sino una más donde la religión es el elemento central del film. Aunque pueden reconocerse diferencias significativas, lo cierto es que las similitudes que presentan exceden la historia que se nos cuenta y abarcan cuestiones de corte existencial, asociadas a la representación de las figuras masculinas de mediana edad en el cine de terror contemporáneo.

En 2023 se estrenó El exorcista del Papa de Julius Avery. Inspirado en las memorias del Padre Gabrielle Amorth, Crowe lo interpreta dándole vida al exorcista principal del Vaticano. En el film, se pondrá en juego su propio sistema de valores a partir del encuentro con una familia que vive en una Abadía en España, vinculada a la Santa Inquisición, que sufrirá en carne propia la batalla contra el mal cuando Henry, su hijo más pequeño, empiece a manifestar síntomas de posesión. La llegada del Padre Amorth a la Abadía ocurre en un contexto de crisis en la Iglesia Católica, caracterizado por dudas sobre la necesidad de luchar contra el mal y el intento de destituir al personaje interpretado por Crowe de su cargo de exorcista del Vaticano.

Algunas semanas atrás se estrenó en Argentina Exorcismo (2024) de Joshua John Miller, también conocida como The Georgetown Project. Crowe interpreta a Tony, un actor en decadencia marcado por el alcoholismo y las drogas, que lucha por ser un buen padre luego de la muerte de su esposa por cáncer. Cuando el actor principal de una película de exorcismos muere en el set, Tony será el encargado de reemplazarlo. El regreso de su hija Amy (Ryan Simpkins) al hogar luego de ser expulsada de la escuela y la toxicidad de un ámbito laboral que no deja de recordarle sus fracasos del pasado, funcionaran como un disparador que lo llevarán a convertirse en víctima de una posesión real. Conforme van pasando los dias de rodaje, lo veremos atravesar diferentes situaciones que van desde el abuso laboral hasta el recuerdo de un abuso sexual que sufrió en la infancia siendo monaguillo.

Si bien en ambas películas Crowe encarna personajes religiosos, en Exorcismo su interpretación de un cura está mediada por la ficción. Tony es un hombre que ha perdido el rumbo, interpretar el papel de un cura significa para él una nueva posibilidad de darle sentido a su vida. Lo religioso aparecerá sólo de manera tangencial. En el caso de El exorcista del papa, el cura Amorth interpretado por Crowe revela ciertas crisis existenciales que son vividas con culpa y remordimiento. El haber estado en la guerra de jóven, y ser el único sobreviviente de su tropa, junto con su incapacidad para salvar la vida de Rosaria, una jóven a la que decide no acompañar ya que su dolencia no estaba asociada a la posesión sino a un trastorno mental, lo enfrentarán a sus propios demonios, de manera metafórica y literal. Aquí también se menciona como problemática la cuestión de los abusos sexuales dentro de la Iglesia. Si tenemos en cuenta dos películas religiosas estrenadas recientemente como Immaculate (2024) de Michael Mohan y The First Omen (2024) de Arkasha Stevenson, veremos que esta cuestión se ha convertido en un tema central para la época.

Por fuera de las diferencias, Crowe encarna dos personajes que se encuentran en momentos cruciales de su vida, fundamentalmente en el ámbito laboral. En ambos casos, las tareas asumidas por él en cada uno de los films significarán un posible punto de quiebre en su existencia. Enfrentar el mal, ya sea mediante el ejercicio de un exorcismo o a través de la interpretación actoral de un cura en un nuevo film, será también sinónimo de luchar contra sus propios traumas. Si en El exorcista del Papa deberá lidiar con la culpa de no haber sido un buen cura al dejar morir a Rosaria, en Exorcismo enfrentará las consecuencias de haber sido un mal padre. Ya sea dentro de la Iglesia o fuera de ella, ambos personajes se muestran incapaces de asumir las obligaciones que sus roles encarnan. La paternidad, entendida en un sentido amplio, es una tarea que a los personajes interpretados por Crowe le queda grande y por la cual deberá luchar. Asumir la responsabilidad y liberar los fantasmas del pasado serán los temas centrales de ambos films.

Al análisis de estas películas, Loayza lo acompaña con un reconocimiento de la trayectoria de Russell Crowe, los premios obtenidos en films como A Beautiful Mind (2001) de Ron Howard y Gladiator (2000) de Ridley Scott, y una mención especial a su habilidad de trasladar sus dotes interpretativos a films que considera clase B. Se pregunta, ¿Por qué Crowe decidió trabajar en estas películas teniendo en cuenta la calidad de su trayectoria actoral?. Lejos de dar una respuesta concreta, aduce que quizá se deba a que “ Se está haciendo mayor (...) Como muchos actores de su generación, ahora juega en el mundo del espectáculo con un conjunto diferente de cartas en una industria que parece radicalmente diferente a cuándo empezó”

Hay en este cuestionamiento de Beatrice Loayza una lectura parcial del fenómeno. Lo de Crowe interpretando personajes protagónicos en films de terror, forma parte de un corpus mayor de films que eligen como protagonistas a actores de mediana edad que encarnan sujetos en crisis en las lógicas propuestas por el género. Si bien la pregunta es pertinente, debería ampliarse para comprender cómo esta incursión de grandes actores del mainstream en el horror terminó convirtiéndose en una marca distintiva de la época.

¿Sos lo suficientemente viejo como para hacer cine de terror?

Podemos mencionar una larga lista de actores mundialmente conocidos que dieron sus primeros pasos dentro de la industria cinematográfica en films de terror. Brad Pitt en la comedia negra Cutting Class (1989) del debutante Rospo Pallenberg; Kevin Bacon en el clásico Friday the 13th (1980) de Sean S. Cunningham y por último Johnny Depp en A Nightmare on Elm Street (1984) de Wes Craven, son ejemplos claves para comprender cómo el fenómeno del slasher significó el trampolín para nuevos y diversos proyectos actorales. Podría pensarse entonces al cine de terror como la cuna de algunos de los actores hollywoodenses más importantes del último siglo.

Este fenómeno también se da a la inversa. En los últimos 20 años, muchos de los actores mainstream que alcanzaron la mediana edad no sólo se animaron al género sino que su incursión en el horror significó un revival para su carrera. El caso más emblemático de todos es el de Nicolas Cage que desde comienzos del nuevo siglo ha dedicado su vida a la creación de personajes asociados al horror. Fue con su interpretación en Mandy (2018) de Panos Cosmatos donde se gana definitivamente el reconocimiento del público y de la crítica, lo que llevó a que hoy esperemos ansiosamente el estreno de Longlegs (2024) de Oz Perkins. Algo similar ocurrió con Ethan Hawke que con Sinister (2012) de Scott Derrickson selló su pacto definitivo con el horror. La lista podría extenderse incluyendo a actores como Anthony Hopkins, Robert De Niro, Robin Williams y, claramente, Russell Crowe.

Este fenómeno no posee un nombre particular que lo identifique, pero sí tiene un antecedente directo en la elección de mujeres de mediana edad para protagonizar films de terror. A esta tendencia propia del cine de los sesenta se la conoce como Hagsploitation, Grand Dame Guignol Cinema o Psycho-biddy films. Todos estos términos, que encarnan abiertamente la más pura misoginia, hacen referencia a mujeres viejas, locas y brujas de mediana edad interpretadas por actrices que, habiendo sido grandes estrellas de Hollywood, son consideradas únicamente para papeles que las estigmatizan por ser consideradas “demasiado mayores” para ocupar espacios dentro de la industria. Algunas de las actrices renombradas que protagonizaron este tipo de films fueron Bette Davis, Joan Crawford, Shelley Winters y Tallulah Bankhead.

La película que inicia este subgénero es Whatever happened to Baby Jane? (1962) de Robert Aldrich con Bette Davis y Joan Crawford. En el film, que se convertirá en modelo de tantos otros que lo seguirán, se cuenta la historia de dos hermanas enemistadas a muerte que se ven condenadas a convivir en una mansión donde el resentimiento y los fantasmas del pasado son la marca distintiva del vínculo. El canon que el film establece es el de mujeres desequilibradas, infantilizadas, grotescas, desexualizadas o incapaces de ejercer correctamente la maternidad. Si miramos con atención nos encontraremos que, lejos de ser un fenómeno de época, aún hoy persiste el uso de mujeres mayores en papeles que operan sobre el ridículo o el grotesco. Hollywood no se ha decidido respecto a qué hacer cuando sus actrices llegan a los cincuenta, pesando en ellas la sombra del desempleo o el retiro obligado.

Ahora, ¿qué ocurre con los hombres de mediana edad dentro de la industria? La problemática en términos generales no es tan profunda como con las mujeres, ya que logran una estabilidad laboral que es ajena al paso de los años. Sin embargo, cuando incursionan en el horror suelen encarnar personajes que ponen sobre la mesa masculinidades en crisis. De ahí la riqueza del género, que siempre favoreció la visibilización de los miedos de una sociedad en un momento determinado.

Estos actores de mediana edad llegan al horror para representar personajes que sufren la amenaza de fuerzas sobrenaturales o monstruosas. Sin embargo, el miedo que pesa sobre ellos tiene un anclaje en lo real. Suelen ser hombres en crisis con los roles que encarnan: padres inútiles o ausentes incapaces de proteger a su familia o trabajadores que han perdido la capacidad de ejecutar sus tareas como lo hacían. En términos generales, son crisis vinculadas a la aceptación de la vejez que se materializan en el cine de terror por medio de personajes inútiles, solitarios o psicopáticos. Las crisis masculinas en el horror se relacionan directamente con la incapacidad para ejercer los roles de cuidado o provisión, histórica y culturalmente adjudicados, de manera responsable. En el caso de los films analizados de Russell Crowe, vemos actores que ya no pueden actuar, padres que en lugar de cuidar son la amenaza de sus hijos o exorcistas incapaces de luchar contra los (sus) demonios. La vejez, como amenaza cercana y constante, es capaz de anular todo aspecto de la vida de estos personajes.

Si bien la presencia de actores de mediana edad encarnando en el horror personajes en crisis no tiene una denominación específica, si tiene un correlato directo con el fenómeno femenino del hagsploitation. A pesar de su fuerte presencia dentro del género aún no encuentra en el análisis crítico y reflexivo un espacio donde sus modos y formas se piensen de manera general. Sin embargo, su impacto es más que evidente al introducir una nueva perspectiva en las historias que el cine de terror aborda, caracterizadas por la exploración de temas como las crisis propias de la masculinidad, el envejecimiento y la lucha de los hombres por mantenerse relevantes en un entorno laboral en constante cambio. La ausencia de un término específico no disminuye su importancia, sino que subraya la necesidad de profundizar en su significado mediante una reflexión más detallada.

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