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You´ll never find me

Una tormenta, dos personajes y la puesta en crisis del orden de lo real

Todo lo que vemos en el primer plano de la película es lo que nos acompañará hasta el final. Un tráiler en medio de la nada resiste la oscuridad con una luz prendida. En el interior, un hombre solo en situación de espera sostiene en su mano un pequeño frasco con un líquido transparente. Este panorama se ve interrumpido por la inserción de una secuencia de imágenes, no adjudicables a ningún personaje, que no se relaciona con lo que vemos: tarde de lluvia, interior de un coche, afuera una mujer parece acercarse a la ventanilla del conductor. De a poco, como todo en este film, se irá develando su significado. Todavía no lo sabemos, pero en toda esta secuencia los directores depositan una serie de pistas/enigmas que nos acecharán a lo largo del film. Si hay una película de la que es mejor no saber absolutamente nada es esta.

El debut cinematográfico de la dupla Josiah Allen e Indianna Bell no puede ser más que festejable. You´ll never find me es una película australiana que no pasa desapercibida y esto se debe, fundamentalmente, a su simpleza. Todo lo que los directores construyen, en términos de ambiente, sonoridad y puesta en escena se pone al servicio de un film íntimo que deposita el peso en sólo dos personajes, en la agudeza de sus diálogos y en la maestría con la que crecen minuto a minuto. El film se proyectó en el Festival de Cine de Tribeca de 2023 y está disponible en Shudder desde marzo de 2024.

You´ll never find me cuenta la historia de Patrick (Brendan Rock) un hombre de mediana edad que vive en un tráiler en la parte trasera de un parque de caravanas. Una noche, donde se desata una tormenta feroz, una misteriosa mujer (Jordan Cowan) golpea a su puerta buscando refugio y solicitándole ayuda. Esta visitante, de la cual no sabemos el nombre a lo largo de toda la película, significará una presencia perturbadora tanto para Patrick como para el espectador. Las conversaciones que entablan logran construir un ambiente inquietante donde se vuelve imposible determinar quién es el malo de la película. El encierro y la intimidad colaboran en el acrecentamiento de la sensación de amenaza, que se traduce en una pregunta constante que da vueltas en la cabeza del espectador: ¿Quién debería tener miedo?

La casa de Patrick será el escenario donde ocurrirá toda la acción de la película. El interior del tráiler se presenta como una pequeña casa embrujada. El sonido de la lluvia incesante, el crujir de las ramas en el techo, la penumbra total operan en el imaginario del espectador como si de una moderna historia de fantasmas se tratara. Patrick es un personaje que está nervioso y que se siente amenazado por los niños del parque que frecuentemente golpean a su puerta y que, cuando abre, ya no están. Pero esta vez es diferente. Cuando descubre que del otro lado hay una joven pidiendo ayuda no duda en hacerla ingresar y en poner a su servicio sus dotes de buen anfitrión. Esta generosidad excesiva rápidamente es vivida por la visitante y por el espectador como una posible amenaza. No hay lugar seguro donde depositar nuestra confianza. No sabemos , hasta el final, cuál de los dos será el villano de la historia.

Uno de los logros centrales de You´ll never find me es su capacidad de mantener la atención plena del espectador a lo largo de toda la película. La calidad de este recurso se apoya fundamentalmente en los diálogos que refuerzan la sensación de encierro e intimidad, dotando de cierto carácter teatral a toda la historia. El guión a cargo de Indiana Bell es donde se sostiene todo el miedo que la película genera. La ausencia de sustos repentinos o secuencias violentas pasa desapercibida ante el horror por descubrir que uno de los dos está en peligro pero somos incapaces de determinar quién. La empatía que sentimos por los personajes no encuentra un lugar fijo donde ubicarse, va de un lado a otro en función de nuestra capacidad de creer lo que nos dicen. Los diálogos entre los personajes son vivenciados como si de una partida de ajedrez se tratara. Leemos cada movimiento, observamos las sutilezas y las fallas en las que incurren cuando lo que dicen se contradice o resulta sospechoso. Residente y visitante se convierten rápidamente en dos personajes ambiguos que se opacan cada vez más a la vista del espectador.

¿Podemos creer en algo de lo que estamos viendo? La tormenta, personaje central e invasivo, ofrece un marco ideal para una historia que se vive como alucinación y como fantasmagoría. Junto con la construcción espacial, se convierten en dos elementos centrales de la historia. Nada de lo que ocurre ahí dentro sería posible si afuera no lloviera. Esto se revela en una de las primeras líneas del film cuando Patrick menciona “esta tormenta es extraña”. El marco de extrañeza y atipicidad se refuerza con una construcción sonora, a cargo de Darrem Lim, que cala hondo en un espectador que se siente despistado ante lo que ve. El ruido del viento que se asemeja a un lamento femenino, el sonido de una radio que se prende sola para reproducir una y otra vez la misma canción, los golpes fantasmales en la puerta alteran la quietud del espectador obligándolo a pensar si eso que vé en pantalla forma o no forma parte del ámbito de lo real.

Es en esta duda, en esta imposibilidad por reconocer qué es cierto y qué no (esto no refiere únicamente a una sensación, hay varias secuencias en el film que refuerzan el carácter alucinatorio), donde se presenta la idea de indeterminación de lo monstruoso. Hay algo ahí que rompe con la norma, que escapa del orden natural, que supone una amenaza a lo establecido. Sin embargo, el objetivo del film es que no podamos determinar con claridad dónde se ubica. Todo lo que pasa a la vista del espectador se tiñe de duda. Por momentos Patrick se revela como un posible asesino cuando la visitante encuentra múltiples objetos femeninos escondidos en el baño de su casa. En otras ocasiones, es ella quien se vuelve atemorizante cuando descubrimos, una tras otra, sus mentiras. La puerta siempre está abierta y si bien todo a su alrededor parece contemplar y querer satisfacer sus necesidades, ella insiste recurrentemente en irse. Pero no se vá. El apuro y la urgencia se representan en términos visuales mediante el uso recurrente de un plano detalle del picaporte. El abandono de la incomodidad está a dos pasos de distancia. Sin embargo, elige quedarse ahí, como si hubiera algo más grande que hacer que volver a casa. No es tarea sencilla comprender qué quieren o sienten esos personajes.

Claustrofobia, paranoia y desconfianza son las marcas distintivas de You´ll never find me. En sus primeros dos actos el vínculo de los personajes se construye y destruye recurrentemente. A la tristeza de la visitante sólo la opaca la soledad de Patrick. Vamos y venimos de un lado a otro atravesados por la búsqueda de la verdad. Sabemos que alguno de los dos miente, necesitamos descubrir quién antes de que sea demasiado tarde. Este enfrentamiento mediatizado por los diálogos llega a su punto álgido en una partida de cartas donde comenzarán a revelarse algunas de las verdades del film. De pronto, los hilos de los personajes se hacen visibles al espectador y las pistas sonoras y visuales que Allen y Bell fueron sembrando en la película se convierten en pruebas de algo más grande.

El acto final se revela abruptamente. A la falsa calma y tranquilidad de los primeros dos tercios de película le sigue un estallido de violencia que estilísticamente se emparenta con la belleza visual de los giallo de los sesenta. Si creíamos que no íbamos a obtener ninguna genialidad más, Allen y Bell se reservan la mejor carta para el final.

Toda esta información es más que suficiente. Sería un error condenar a You´ll never find me a la posibilidad del spoiler. Solo resta agregar que el encanto del film es proponerle al espectador una experiencia donde el miedo real aparece cuando la película termina. Lo que se construye en su hora y media de duración es una preparación, el prólogo de lo que nos espera cuando la secuencia final de títulos aparece.

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