Un tipo genial
Que sea Orson Welles quien refiera a Jim Henson (1936-1990) como un genio, ya es decir algo. Porque ¿quién, si no Welles, es ejemplo genial? Es decir, alguien abocado a crear formas allí donde no existían. No porque no hubiera herramientas y experiencias, sino porque todavía nadie las había pensado y articulado como en Citizen Kane (1941). Welles, el genio, aprendía de John Ford, e inventaba nuevas posibilidades para el cine.
Por eso mismo, bien puede decirse otro tanto de Jim Henson. Los títeres, las marionetas, los muñecos, tenían una tradición que, a partir de él, se vio cambiada para siempre. Desde su hacer e inventiva -los genios son inventores de formas-, Henson influenció y cambió a este mundo teatral/televisivo/cinematográfico de manera rotunda. Su nombre está a la altura de los grandes del medio, como Jiří Trnka, Karel Zeman y Jan Švankmajer; las menciones de estos autores abren otras puertas, a otras películas, que es posible Henson haya visto, algo que puede pensarse desde su indagación incansable, la que lo llevó a visitar Europa y a descubrir que el mundo de los muñecos allá era otra cosa. Acto seguido, cambió la tradición norteamericana de esta disciplina artística. E influyó a todos por igual.
La referencia al genio de Jim Henson por parte de Orson Welles, es una de las varias atracciones y descubrimientos contenidos en Jim Henson: Idea Man –estreno reciente en Disney+-, donde el director Ron Howard repasa vida y obra del creador de René (Kermit), Miss Piggy, Figaredo (Fozzie) y Big Bird (aquel pájaro enorme y amarillo que caminaba las calles de Plaza Sésamo).
El oficio de Ron Howard
Desde un repaso integral, Jim Henson: Idea Man no es un film superlativo, tampoco lo pretende. Su director, Ron Howard (Apolo 13, El Código Da Vinci, En el corazón del mar, Frost/Nixon), tal vez sea una especie de artesano a la vieja usanza, dada su cintura para filmar de manera variada y eficaz. Su obra no es brillante pero su oficio destaca; y ése no es un rasgo menor. En el terreno del documental, vale recordar que fue Howard quien dio forma a The Beatles: Eight Days a Week (2016), donde las primeras presentaciones del grupo brillaron de manera diferente, gracias a la restauración digital de imágenes y audio. En Jim Henson: Idea Man, el director enfrentó una tarea compleja, habida cuenta de cómo resumir, y de modo didáctico, vida y obra de alguien tan importante como también, en muchos aspectos, desconocido.
El “desconocimiento” no es tal y es relativo, por supuesto. Es decir, Henson ha sido trascendido por sus creaciones, y es la fama de éstas, si se quiere, la que permite introducir al creador. Encontrar este equilibrio en el relato es uno de los desafíos de la película, abocada a describir episodios biográficos a la par de los logros artísticos y sus anécdotas: éstas silban una melodía atractiva y peligrosa, ya que su peso podría desnivelar la propuesta. Con prudencia, Howard transita tales cuestiones y sutura un film parejo.
Una infancia sin muñecos
La vida de Henson es la de un pibe alejado de la gran ciudad, fascinado por las imágenes de la primera televisión; sin embargo, no hay títeres o marionetas en su cuarto de juegos. Éste es un dato fundamental, como si la futura elección por éstas fuera la consecuencia de su imaginación desbordante. El chico de los suburbios, tímido, atravesará sus estudios, entre proyectos artísticos que le irán perfilando una profesión además de afecto, habida cuenta de cómo conoce a su esposa, la también titiritera Jane Nebel. Las imágenes de archivo lo muestran delgado, luminoso, divertido.
Delineados el personaje y su entorno, Jim Henson: Idea Man puede visitar las distintas estaciones dentro de su vida veloz: el creador de Los Muppets muere a los 53 años, y tal vez hay sido alguna intuición propia la que explique su ansiedad por hacer mucho y rápido. Esta avidez la dejan entrever los distintos entrevistados. Entre ellos, el que sobresale es Frank Oz, maestro titiritero (Yoda en Star Wars) y también director de cine, con quien Henson compuso un dueto inseparable. Es Oz quien define a su propia personalidad como el contrapunto necesario a la diáspora creativa del amigo: uno, apocado y serio; el otro, liviano y sonriente. Los dos, una unidad de confianza mutua. Al respecto, es formidable descubrir cómo llevaban adelante sus rutinas de trabajo, los diálogos improvisados y las salidas televisivas: con un monitor por debajo del escenario de títeres, que les permitía observar cómo salía el show por cámara; todo esto, mientras animaban los muñecos, entre diálogos ocurrentes y voces impostadas.
Por otro lado, consultar la obra de Henson significa también observar el devenir de la televisión norteamericana: la de los comerciales (de un grado de violencia que Henson destila sin disimulo, sea tanto para vender pan como lácteos) a la de Plaza Sésamo, donde la atención por una televisión de calidad aparece de manera ejemplar y no menos exitosa. El paso siguiente, en este sentido, será The Muppet Show, para el cual, irónicamente, no hubo cadena televisiva interesada en Estados Unidos. El llamado llegó de Inglaterra, lugar donde el maestro titiritero hará su show más célebre. Con éste puede rubricarse su interés por equilibrar un proyecto artístico tan personal como integral: si Plaza Sésamo estaba orientado a los más pequeños, Los Muppets fueron un paso mayor, de una socarronería próxima, en ciertos aspectos, al humor de revista Mad. Los adultos de hoy, dado el caso, siguen viendo a Los Muppets (y si no lo hacen, es porque les ha pasado algo raro, como haber crecido y volverse aburridos).
De la rana al laberinto
Conforme a un hacer inquieto, y aun habiendo alcanzado la cumbre del éxito, Jim Henson abandona sorpresivamente Los Muppets y se decide por el cine. O vuelve al cine. Porque si bien los Muppets tuvieron su salto a la pantalla grande -en una relación que continúa hasta el día de hoy-, el vínculo con el cine tiene en Henson un pasado que remite a tempranos cortos experimentales, entre los cuales destaca Time Piece (1965), nominado al Oscar; en un contexto donde la imaginería lisérgica y el flower power permearon toda su obra, Muppets incluidos.
Con El Cristal Encantado (The Dark Crystal, 1982) y Laberinto (Labyrinth, 1986), el realizador logró dos películas notables, que en su momento no tuvieron una respuesta entusiasta, y sin embargo hoy son valuadas como obras de culto. Para más datos, de El Cristal Encantado hubo una serie (La era de la resistencia, de 2019), y alrededor de Laberinto no deja de circular la intención de continuarla. No pasará demasiado tiempo para que esto suceda (algo que el autor de esta nota desea de manera religiosa).
Finalmente, la venta por parte de Jim Henson de sus propiedades a Disney, abre un capítulo tal vez un tanto espinoso, que el film de Howard explica en parte. Es decir, siendo Disney el impulsor de este film, dueño hoy de todo lo referido al mundo Muppet, no podrá encontrarse una lectura crítica. Pero sí al indagar en otras fuentes, como en entrevistas al propio Frank Oz, quien dice allí lo que aquí no puede; según Oz, con Disney, la magia Muppet se terminó, y fueron las imposiciones de la empresa las que empeoraron la salud del artista. Como sea, la adquisición de Disney fue acorde con la decisión de Henson, tal vez preocupado por dar vida próspera, más allá de él, a sus queridas creaciones.
Leandro Arteaga
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