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Especial Ripley (Steven Zaillian, 2024) Episodio 8

Spoilers

Todo concluye al fin. Y de la mejor manera, a la altura de las circunstancias. El juego de identidades y de duplicidades se espesa en el último episodio de la serie llamado Narcissus. Como el personaje evocado, las imágenes especulares serán determinantes desde el comienzo, donde se produce una ruptura importante en la configuración del relato, pero que está plenamente justificada. Estamos en Roma, en 1606, y la luz vuelve a ser un componente esencial, esta vez para descubrir el cadáver de Ranuccio, el hombre que Caravaggio ha batido en un duelo. El mismo Caravaggio tantas veces aludido a través de sus cuadros se hace carne en pantalla. Sus movimientos son como los de Ripley: ha asesinado y se ha sentado a tomar una copa en su oscura mansión. Todos los tiempos, el tiempo. Es la consumación de un proceso de identificación que sobrevoló durante todos los espisodios. Un cuerpo, un rostro, encarnan en otro. El plano de Caravaggio aparece encadenado con el de Tom en un café veneciano. ¿Objetivación? ¿Subjetivación? Un misterio más por resolver en una trama que se enriquece hasta en los últimos vestigios por sustracción.

La mansión de Venecia es un laberinto soñado, el punto cúlmine donde el Arte y la Historia se conjugan para ofrecer una maqueta de Italia. La suntuosidad del espacio es un punto de llegada, la suma de todos los otros lugares por donde ha transitado Tom hasta ahora. En su rostro de satisfacción se escriben los deseos de clase, de pertenencia, ese eslabón implícito desde el comienzo de la serie. Ahora, aunque siempre con la sensación de un presente que es evanescente, lo tiene todo: lujo, arte, fiestas con gente importante. Expresión de triunfo que incluye otra vez potenciales elementos de homicidio, entre ellos, la compra de un cenicero igual al utilizado en el crimen de Freddie Miles.

La luz es un eje rector en la serie. Gran parte de que lo vemos o creemos ver se basa en los efectos lumínicos. Y ha llegado el momento en que también esa idea sea llevada al punto máximo en otra secuencia memorable. Tom sabe que está acorralado por la policía y que no le queda otra que volver a ser él. El tema es cómo. La inspiración viene, una vez más, del arte. Un libro de pinturas y el recuerdo de las palabras de aquel cura en Nápoles: Siempre la luz. Lo que sigue es una puesta en escena para el resurgimiento. Los ensayos ante virtuales interrogatorios, la disposición de las cortinas, los cambios de focos. Tom asume el rol de director de cine y se basa en su fundamento, la luz. El arte de la impostura alcanza su plenitud. Maquillaje, disfraz y un semblante que despistará a Ravini cuando acuda al palacio veneciano. Tom posa como en un cuadro durante el diálogo con el inspector. Es consciente de que se trata de su máximo pico en la actuación/simulación, su obra maestra. Es una escena memorable, otra secuencia donde la pretensión de verosimilitud se hace añicos, porque lo verdaderamente importante es el poder de la ficción. Y el triunfo del gran simulador. Después de este acontecimiento excepcional, el resto es sólo un juego de niños.

Identidades duplicadas, reflejos y proyecciones de deseo. Todavía hay tiempo para un guiño más. En una de las fiestas, Tom se cruza a un personaje que parece distinguirse del resto. Bastan un par de miradas para que ambos se percaten de que están en la misma carretera del embuste. Un elegante tipo mantiene una breve conversación con nuestro protagonista. Es interpretado por John Malkovich, el mismo que hiciera de Ripley en la adaptación cinematográfica de 2002 dirigida por Liliana Cavani. Dos espejos enfrentados, dos códigos de silencio y de complicidad, en el contexto de la trama y por fuera de ella. “Compro y vendo arte” dice el personaje de Malkovich y una hipérbole confirma su cambiante personalidad, una pila de tarjetas que despliega con distintos nombres. Es otro gran momento, esta vez signado por la sutileza de los supuestos, la sugerencia de los silencios y los gestos de camaradería. Y es el enlace posible a una nueva identidad de Tom cuando el capítulo concluya.

Superado el escollo de Ravini, aún queda Marge. Su llegada a Venecia inquieta las aguas. Al igual que el padre de Dickie, aunque este siga con una venda en los ojos respecto del destino de su hijo. Preferirá creer que se ha suicidado, una forma de enterrar lo que siempre le incomodó de él, el hecho de que no siguiera el camino del ratón según la tradición familiar. Su muerte, la creencia de su muerte, es la forma de clausurar la incomodidad que Dickie ha provocado en el orden burgués. Mientras tanto, Tom deberá recurrir a la paciencia y a la apariencia frente a Marge. Una sola vez confunde su nombre con el de Dickie, un inesperado traspié que no tiene efectos importantes en medio de una charla con la joven rubia. Todo parece manejable. Y si algo se desborda, el plan B incluye la posibilidad de empujar a Marge desde el resbaladizo muelle a las aguas o de estamparle el cenicero en la cabeza. Esto último está a punto de ocurrir cuando ella descubre el anillo de Dickie. La escena es genial y los fantasmas de Hitchcock vuelven a soplar. Sabemos, mientras habla Marge, por qué Tom tiene el cenicero en sus manos y se va acercando cada vez más. La tensión emocional aumenta. El destino de Marge parece sellado, sin embargo, por azar, esa otra fuerza pujante en este universo fílmico, se salva.

Lo que sigue es una alfombra roja para Tom. Lo único que atenta contra su felicidad es esa pulsión que lo ha perseguido durante todo este camino, la sensación de que será puesto en evidencia por algún sujeto que aparezca repentinamente detrás de una puerta, en la estación o doblando la esquina. El fantasma del fin resurge con el detective contratado por el padre de Dickie al principio de la historia. Tom cree escuchar su sentencia, pero es parte de la imaginación. Una rápida seguidilla de signos y de acciones confirman su triunfo y dan lugar a una nueva identidad. Al mismo tiempo, la vida se comprime en un flashback y las imágenes alternadas de Caravaggio, funden por última vez a los dos personajes: todos los fuegos el fuego. Ravini recibirá el libro escrito por Marge y verá una foto de Dickie para percatarse del engaño en el que ha caído. Ya es demasiado tarde. Tom empieza un nuevo camino como Mr. T. Fanshaw. En cada letra de su apellido Ripley se asienta un lugar de Italia como recuerdo, como marca indeleble, tan indeleble como esta experiencia cinematográfica de ocho horas inolvidables.

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