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Todos los miedos, el miedo: una película no tan distópica

Y en ningún otro hay salvación, porque no

hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres,

en el cual podamos ser salvos.

Hechos 4:12, La Biblia.

No se agotarán nunca los relatos postapocalípticos. En la literatura, en el teatro, en el cine, en las series. Independientemente de que el Apocalipsis es el último libro del Nuevo Testamento de La Biblia, y sin ingresar en datos históricos ni enciclopédicos, todos comprendemos que al hablar del apocalipsis hablamos del fin del mundo. Del fin de los tiempos.

Debería ser apasionante indagar sobre la cadena de creencias a lo largo del tiempo que devino desde esa noción germinal del fin del mundo, hasta la variedad insondable de cataclismos posibles que hoy en día podemos imaginar. Al pensar en esta nota, descubro cierta curiosidad que no sabía que tenía por como hemos culturalmente a lo largo del tiempo ido imaginando tantos fines posibles para la humanidad. Quizás todo radique en el individuo y esa esporádica (o a veces constante) paranoia acerca de su propia muerte. En que siempre nos veremos atraídos por lo inalcanzable e inexplicable de la muerte, y que por ende la mayor expresión posible de dicha noción sería el fin de toda la humanidad. O al menos de una enorme grupalidad. Porque es verdad que los relatos apocalípticos también guardan algo en común: siempre hay un grupo sobreviviente que deberá experimentar el nuevo orden de las cosas. No habría relato, por más obvio que sea aclararlo, si no existe un protagonista para vivirlo. Y pese a que una de las características propias del retrato apocalíptico es la mas terrible soledad, el conflicto siempre sucede cuando en ese nuevo orden, el individuo deja de estar solo. Cuando tiene que huir de alienígenas invasores, cuando el sol quemó todo, cuándo una guerra nuclear destrozó aquello que conocía y volvió al mundo inhabitable, cuando el mar tapó toda la tierra, o cuando tiene que protegerse de su propia especie. Admito lo siguiente: este último es el más grande de mis miedos.

No recuerdo del todo qué sentía antes de la pandemia. No logro recordar si antes de la misma también sentía eso en relación a las ficciones que veía. He consumido toda mi vida el subgénero apocalíptico, sigo haciéndolo, pero tengo la sensación de que aquello que todos hemos vivido en el año 2020 revolucionó mi paradigma como espectador. Descuento que nos ha cambiado a todos para siempre y que aún estamos viendo los primeros gestos de una nueva sociedad. Aquellas ficciones que hemos visto o leído antes del 2020, parecieran ahora haber sido escritas como visiones terriblemente exactas. Hemos llegado a ser testigos del desabastecimiento de los supermercados, de la sensación de que no habría una solución para recuperar nuestra vida, y hasta nos han hecho sentir que el otro era una amenaza. La gente en la calle, nuestras amistades, nuestros familiares. ¿Hay vuelta atrás de una herida tan profunda como esta? ¿No estaremos viviendo para siempre en un mundo herido sostenido por humanos desesperados? ¿Por gente que ha vivido de cerca la desesperación de la soledad y la supervivencia?

En la pandemia leí la novela del argentino Pedro Mairal “El año del desierto”. Un viento arrasa y desforesta al país y a la gente. La gente se queda sin hogar, sin posibilidades de cultivas, de continuar con su vida. Todos deben escapar hacia el centro. La salvación está en la capital. Los porteños defienden sus hogares sin ningún tipo de consciencia social que ayude al resto de los argentinos. Desde el resto de la provincia de Buenos Aires intentan entrar a la fuerza a los hogares de la capital. La guerra, el egoísmo y el instinto de supervivencia es desolador. La amistad, la compañía, la confianza, es una especie de tesoro perdido e irrecuperable.

El imaginario que me abrió esa novela en el momento justo de la pandemia, no podré nunca borrarlo de mi ser. Eso ha destrabado el mayor de mis miedos, al verdaderamente creerlo posible todos los días en un país que arde cada día más.

El 18 de abril se estrenó en Argentina una película que vi esta semana y no pude verla de corrido. Dirigida por Alex Garland (director y guionista de varias películas distópicas), protagonizada por Kirsten Dunst, Wagner Moura, Stephen Mckinley Henderson y Cailee Spaeny, llegó la ilustración de mi más grande pesadilla: Civil War.

El argumento

En un futuro no tan distópico ni lejano, en un escenario que podría pasar lamentablemente en menos de un año, Estados Unidos está sumido a una guerra civil entre un gobierno federal y movimientos secesionistas. Ya ha pasado un largo tiempo, y esa organización del mundo está comenzando a flaquear. El gobierno de turno está flaqueando. La reconocida fotógrafa de guerra Lee Smith, su colega Joel, el experimentado mentor de ambos y una joven fotógrafa llamada Jessie (fanática de Lee), planean hacerle una entrevista al presidente y para ello deberán atravesar un país fracturado y peligroso.

La película

No puede desprenderse la película del contexto actual, ni de haber sido realizada y estrenada años después de la pandemia. El mayor éxito del relato de Civil War, radica en usar un argumento clásico de road movie através de un país en guerra, para reflexionar acerca de la nueva naturaleza humana. Pareciera un error hablar de nueva naturaleza cuando entendemos que la naturaleza sería aquello esencial al ser humano que es propio de él. Algo inalterable, inevitable. Lo que quiero decir es que Alex Garland pareciera plantear es que luego de un hecho rotundo como una guerra civil declarada con el nivel de violencia que sugiere la película, el humano se adapta y se vuelve otro. A través de la supervivencia, seguramente mantenga su sustancia, pero podría cambiar tan profundamente su ética que podría también modificar su naturaleza. Una vez que termina el relato, pese al agrio sabor bajo la lengua y la incertidumbre de si lo que acabo de ver fue o no del todo verosímil, comienzo a comprender. Empiezo a pensar que lejos de que algunos momentos del relato parezcan un error de guion, en verdad son el acierto de un autor corriendo un riesgo. Sus personajes aplacan tanto sus emociones frente a un evento tan violento, tajante y traumático, que parecieran desarrollar una nueva forma de ser y de comportarse. Si cambia tan radicalmente el escenario, la gente trasladará su alegría, su emoción y su tristeza a rincones nuevos. Al verlos a través de la pantalla, como si los estudiáramos por una cámara Gesell, los personajes no se entristecen donde esperamos que se entristezcan, no temen a lo que esperamos que teman, y disfrutan escenarios que consideramos amorales. Esa nueva condición humana, es llevada hasta el último segundo del relato.

Casi todo lo vivido en los Estados Unidos antes del arranque de la película, las circunstancias dadas de cómo llegamos hasta este punto, las explicaciones más racionales que nos permitan entenderlo absolutamente todo, o inclusive lo vivido hasta el minuto cero del relato por los propios personajes, no se cuenta a través de diálogos obvios o flashbacks explicativos. Se cuenta con textos justos y, en especial, se cuenta a través de cómo se toman emocionalmente los personajes las cosas terribles que van viviendo. Al verlos normalizar ciertas situaciones, podemos dilucidar hace cuánto viven así, cuántos traumas deben haber digerido, callado y atravesado. Comprender lo lógico e informativo de Civil War, es sumamente secundario.

El personaje de Lee Smith (Kirsten Dunst) y el de Jessie Cullen (Cailee Spaeny) son los que llevan el arco ideal para que sintamos aquello que su realizador desea que sintamos. Comenzamos junto a una Lee curtida por los dolores del mundo, por un trauma concreto de su vida pasada y por aquello que su profesión la llevó a atestiguar. Junto a una joven Jessie vital, deseosa de ser fotógrafa de guerra pero con el pánico de no comprender aquello que le irá tocando vivir. El viaje y las circunstancias las irán a cada una desarmando y armando, haciéndolas evolucionar de una forma terrible pero lógica, y convirtiéndolas a ambas en los eslabones fundamentales de la experiencia que Alex Garland desea que vivamos.

El mayor logro técnico de la película desde su realización está en aceptar las reglas de juego del relato tradicional, de las expectativas de un espectador que ya conoce tantísimos relatos del estilo, y enmascarar debajo del mismo, su propia poesía. No se detiene a hacer soliloquios artísticos para demostrar que es un realizador diferente y con intenciones de usar el relato audiovisual para algo más que contar una historia. Desliza su huella mientras el relato avanza, y sin soltarle la mano jamás a su espectador para hacer reflexiones intelectuales.

Nunca más una distopía tendrá el mismo sabor. Hemos sido testigos en vida del final incipiente del mundo que conocíamos. Frente a la desesperación de la supervivencia, el humano ha demostrado que puede y debe volverse otro. Con mayores o menores cambios en su esencia. En el mundo entero y en especial en los Estados Unidos, los extremistas han encontrado una mayor libertad de expresión, de acción, y la gente ha sido impulsada a aferrarse a una manera más determinante de ver el mundo que la rodea. Está cansada y lista para defenderse hasta límites muy peligrosos. ¿Qué pasaría si quienes quieren mantener vivos solamente a los norteamericanos originarios y deciden matar al resto, se levantan en armas en Estados Unidos?

Chesi

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