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Especial Ripley (Steven Zaillian, 2024) Episodio 7

Spoilers

Los primeros versos de Prófugos de Soda Stereo rezan: Somos cómplices los dos/Al menos sé que huyo porque amo/Necesito distensión/Estar así despierto/Es un delirio de condenados. Bien podrían acompañar a modo de subtitulado la primera secuencia del episodio 7 de Ripley, llamado Entretenimiento macabro (a esta altura de la serie ya es imposible discernir si se trata de un entretenimiento o de un drama macabro). Tom y el mar, siempre observados desde varias perspectivas, son cómplices en el crimen. Tom ama huir, es parte de su naturaleza, es el precio a pagar por una vida impostada. Nunca se queda quieto, no puede, no querría. También necesita distensión, pero basta que llegue a un lugar, descienda del tren, para que la amenaza se active con la presencia policial. Nunca perdemos de vista que puede haber alguien mirando. No sólo las personas observan en esta serie, también los objetos, las esculturas y la misma naturaleza, todos signos personificados por la cámara. Tom padece un delirio de condenado potencial, como si caminara perpetuamente hacia ese horizonte donde lo atraparán, aunque la razón de ser del personaje se funda en que nunca lo agarren. Ese es el juego al que nos somete Highsmith en las novelas, ése es el juego que respeta y dignifica Zaillian magistralmente en Ripley.

Tom llega a Palermo, a un hotel cuyo conserje locuaz y simpático lo recibe amablemente. Si Tom es un personaje excepcional, el punto de vista desarrollado a lo largo de los episodios nos demostrará que el resto del mundo está compuesto por alienígenas y que él es normal. Ciudadanos, pobres y aristócratas, trabajadores, forman parte de una tierra de curiosos, capaces de desconcertar con los mínimos gestos. Lo vemos así porque nos hemos contagiado de nuestro protagonista. Una vez dentro de la habitación, la relajación es mínima. Apenas un tiempo acotado para disponer los objetos y sobre todo la máquina de escribir, el macabro instrumento que sostiene las ficciones. Pero como no hay descanso para los perversos, un mensaje del Inspector Ravini devuelve a Tom a un estado preocupacional.

Mientras tanto, en distintos lugares, los demás implicados avanzan con sus asuntos. En Atrani, Marge está como el coronel no tiene quien le escriba de García Márquez. Aguarda esa carta de Dickie que pueda explicar lo que está sucediendo con sus vidas, mantiene las últimas gotas de ilusión para entender por qué se ha perdido en el mundo. En Roma, Ravini recibe la visita de un testigo, sin embargo, su testimonio, lejos de aportar certezas, se asocia más a los cinco minutos de fama. En Palermo, Tom les escribe a los Greenleaf. La lectura en off de las cartas renueva el dispositivo que intercala el avance de los hechos en la escritura y el estatismo de un cuerpo que sólo se detiene a pensar en el campo visual. Luego, un nuevo peregrinaje por el pueblo. Tres imágenes seguidas enfatizan una vez más los vínculos entre la vida y el arte, uno de los pilares de la serie. Tom mira la figura de una pequeña virgen acostada, luego observamos una pintura con una imagen similar y por último a Marge acostada en la misma posición. Su imaginación, siempre dentro de un esquema que tensa la objetivación y la subjetivación, no para. Apenas unos minutos más tarde, materializará a los fantasmas de Dickie y de Marge como interlocutores mientras se da un baño.

En este episodio las búsquedas se intensifican. Todos contra todos. Ravini va detrás de Tom y de Marge. Marge va detrás de Tom. Los paparazzi y los bancos corren detrás de Tom. Tom debe cambiar de hotel para pasar desapercibido y es como la vuelta al nido en New York, un modestísimo cuarto deprimente. El mundo es caos. El único orden se encuentra en el arte, allí está la clave. Por eso Tom va detrás de Caravaggio una vez más, el fuego sagrado en el altar.

Nuestro (anti)héroe se mueve por Italia. No olvidemos que Ripley nació en el contexto de los viajes de Patricia Highsmith por Europa, huyendo de su madre: “Tengo la determinación de sacar algo bueno de cada catástrofe de mi vida”. La escritora creó su personaje en 1954 como consecuencia de una especie de epifanía, al divisar a un joven solitario y anodino mientras caminaba solo por la playa de Positano a las seis de la mañana: “Entonces vi a un joven solitario en pantalones cortos y sandalias con una toalla colgada al hombro, que caminaba solo por la playa de derecha a izquierda [...] Sólo pude ver que tenía el pelo liso y oscuro. Había algo de pensativo en él, tal vez inquietud. ¿Y por qué estaba solo?”

Por ello, por lo anterior y por la fuerza de esa imagen fundacional, su peregrinaje, más allá del delito, es de una profunda soledad. Podría decirse que sus pasos evocan a los del Señor K. en las novelas de Kafka. Un ser diminuto rodeado de estructuras palaciegas, burocráticas, agobiantes. Visualmente hay un trabajo en varios pasajes en los cuales la vinculación personaje/espacio es similar a películas tales como El apartamento (Billy Wilder, 1960) y El proceso (Orson Welles, 1962) donde las criaturas parecen insectos pisoteados por estructuras de cemento. En este caso, las cúpulas de los bancos que debe transitar Tom, mostradas en ángulos contrapicados, constituyen una amenza permanente.

Pero hay un dato significativo en este episodio, un giro brusco para el juego con las identidades. Acorralado por la policía, Tom deberá mostrarse como quien es, suspender el rol de Dickie. Se produce entonces un abatimiento, un cansancio palpable en ese cuerpo que se fuga todo el tiempo. Asumir la propia identidad también supone actuar y eso, como en el teatro, implica una preparación. Estamos en la antesala de uno de los momentos gloriosos de esta serie y que analizaremos en la próxima entrega. Mientras tanto, una serie de acciones necesarias eluden la amenaza de Marge, de Ravini y de la policía. Entre ellas, escribir una carta a la señorita Buffi, regresar a Roma, entrar al departamento clandestinamente y sacar algunas cosas, incluido el famoso cenicero. Nápoles, Roma y un nuevo destino, Venecia. En principio, un nuevo placer efímero. Así parece demostrarlo el último plano con un trayecto en góndola y un semblante rejuvenecido o que recupera energía para lo que vendrá. La belleza subyugante del lugar es demasiado como para obviarla. Venecia será el escenario final del teatro de máscaras.

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