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¿Por qué deberián (re) ver "El color del dinero" de Martin Scorsese? (primera parte)

La llama de mirar películas se mantiene con el ejercicio de revisitar. No solo por volver a esos lugares confortables que nos esperan con los brazos abiertos, casi contenedores ante nuestra necesidad imperante de llenar ese hueco vacío de películas. La idea es pensar, además, en el regreso a ciertos pantanos ya transitados, en búsqueda de una perspectiva nueva, porque las películas siguen ahí, imperturbables y sin cambios (sí, existen los “cortes del director”, las versiones sin censura y más, pero están excluidos). El espectador es el que crece, evoluciona, logra desarrollar otro tipo de razonamientos y, también, sentimientos ante situaciones y momentos que las películas ofrecen, en diferentes etapas de su vida. Por supuesto, las impresiones en dos visionados, atravesados por un lapso largo, también pueden resultar inalterables.

Desde la salida de los servicios de streaming HBO Max y Star+ comencé a rever ciertas películas. En el primero, muchos telefilms (los llamados HBO originals) y algunos clásicos, de los disponibles en el catálogo. Por el lado de Star+ el ejercicio se posa sobre las producciones de Hollywood Pictures y Touchstone. Por supuesto, todas están disponibles en los torrents, quizás si sos hijo de la generación VHS haya una necesidad de tener un espacio del cual se pueda elegir, algo más o menos parecido al acto de dirigirse hasta un lugar en persona y elegir la cajita para alquilar, como sucedió con los videoclubs. No se entrará en esta entrega en el concepto de “tengo todo disponible y al mismo tiempo tengo nada”, en relación a estos nuevos vínculos con la idea de seleccionar una película entre muchas, las cuales aparecen como opciones.

El color del dinero: Una secuela extraña

La década de 1980 es un período de cierta extrañeza dentro de la filmografía de Scorsese, de Toro salvaje (Raging Bull, 1980) a Buenos muchachos (Godfellas, 1990), en el medio un par de comedias críticas de ciertos mundos con El rey de la comedia (The King of Comedy, 1982) y Después de hora (Afterhours, 1986), sin contar uno de sus proyectos más personales como La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1986). De esta última habría que contar alguna vez esa emisión fallida del canal de cable Space a mediados de los 90, cuando intentó emitirla para Latinoamérica. Sintéticamente tenemos una biopic brillante, un par de comedias, una película controversial y netamente personal, un corto (probablemente el único bueno de Historias de Nueva York) y, para arrancar la siguiente década, en 1990 su obra más citada junto a Taxi Driver (1976).

En el medio de estas películas enumeradas está El color del dinero (The Color of Money), una de las menos nombradas de Scorsese a la hora de hacer listas de sus mejores. Los trasnoches de canal 13, en especial durante el verano, ofrecían hace unos 25 años -un poco más y menos, también- una serie de películas casi sin curaduría porque podía tocarte una de Scorsese como una de Ovidio Assonitis, y en el medio alguna rape and revenge de la más baja calaña. Así es que un niño, con la posibilidad de tener un televisor en su cuarto, se criaba a base de unas películas programadas sin ningún criterio, de la misma manera coincidía el criterio del ciclo “Sabados de superacción” o “Hollywood en castellano”, incluso “Función privada” dentro de sus límites. La cinefilia formadora, en su versión televisiva, se parecía bastante a la construcción que podía hacerse en un videoclub, porque todo estaba muy cerca, en un paso (literalmente) se podía mover del prestigio oscarizable de Amadeus (1985) a El caso Laura (1991) y a nadie le parecía un horror la ubicación pegada físicamente de dos películas ubicadas en las antípodas artísticas.

De vuelta a El color del dinero, tenemos lo que se considera una secuela invisible. El audaz (Hustler, 1961) es una transposición de la novela homónima publicada por Walter Trevis, cuyo guión es de Sidney Carroll y Robert Rossen, quien dirigió la película. Allí tenemos a un joven talentoso jugador de billar llamado Eddie “Fast” Felson (Paul Newman), un personaje de carácter altanero y de conducta algo impredecible, vagando por Nueva York en lugares de mala muerte para enfrentarse a diferentes contrincantes. Como siempre, el camino (aquí el de “Fast”) es más importante que el de un posible destino final, y es ahí donde se busca inocular ciertas cuestiones vinculadas al moldeamiento del carácter humano, a partir del sabor de la victoria y la amargura de la derrota. Más allá de la temática, tratada en muchas oportunidades, hay en El audaz un planteamiento algo a contracorriente del Hollywood que ya había entrado por el tubo de la crisis, durante la década de 1960, pero potable de mantenerse a flote con producciones casi adelantadas unos años, si lo comparamos con lo que estaba por llegar. Las nueve nominaciones al Oscar (incluyendo mejor film) colaboraron en la repercusión de la película, al punto de reflotar un interés por el juego del billar.

Un caso similar al de El audaz y El color del dinero es el de El detective (The Detective, 1968) de Gordon Douglas y Duro de matar (Die Hard, 1988), el mismo personaje por pertenecer al mismo mundo aparece en el díptico de cada franquicia. Por tal motivo el papel le fue ofrecido a Paul Newman, para repetir su interpretación de Eddie “Fast” Felson, en el caso de Duro de matar Frank Sinatra ya no contaba con una edad apropiada para componer a un héroe de acción, de todos modos, por una cuestión contractual se le debía ofrecer el papel primero a él. Sin embargo, Newman si podía hacer el mismo rol. De hecho, la nueva novela de Walter Trevis (sobre la que la película de Scorsese se basa) retomaba la vida del personaje unas décadas más tarde, encontrándolo con una vida diferente a la de su juventud revoloteando por los billares de la Costa Este.

El espejo de los otros

El color del dinero es lo que en Hollywood llaman un proyecto hire gun para un director, es decir un trabajo por encargo y, particularmente en este, una continuación con un actor dueño de una pequeña franquicia. Cierto es que el propio Newman le insistió a Scorsese para dirigir la película, pero también es un caso para considerar algunas cosas sobre los trabajos de este estilo en la industria. Como muchas ideas que se repiten sin repensar mucho, pareciera ser que el concepto de dirigir un proyecto no gestado en el seno de un autor es algo necesariamente algo malo. Si nos ceñimos a la época del Hollywood clásico, muchos directores por detrás de otros más famosos trabajaban bajo la modalidad de aceptar lo que les pusieran enfrente, sin más discusiones. Lejos de ser un proyecto bajo esos términos industriales, como si se fabricara una mesa, El color del dinero se ajusta a un tipo de película en la que el director ingresa último, sí, pero solicitado por la estrella protagonista y eso lo ubica a Scorsese en un lugar de poder, aunque más no sea dentro de un reducto delimitado por una narrativa prestablecida, al tratarse de una secuela.

La historia, bastante retocada del libro, pone a Eddie en la vereda opuesta de la que se encontraba en la primera película. Ya no es ese joven bullicioso, ni siquiera juega al billar, aunque se mantiene en contacto con el juego a través de un “apadrinamiento” de otros jugadores, mientras mantiene un negocio de venta de alcohol, del cual le va moderadamente bien. Al mismo tiempo, la llama de la adrenalina nacida por el juego está encendida al mínimo.

Aparece en escena Vincent (Tom Cruise) una suerte de visión al pasado en carne y hueso para Eddie, con casi todas sus cualidades de juventud para jugar. En ese reflejo, advierte la posibilidad de tomar a Vincent como protegido y ofrecerle ser ese guía que nunca tuvo. Sin embargo, él ya tiene una compañía, Carmen (Mary Elizabeth Mastrantonio) su novia que casi siempre lo ubica en un eje.

Desde aquí, la película podría optar por diferentes caminos narrativos. Lo que hace es trazar un lineamiento por las zonas de la road movie, desde los diálogos a partir de la idea de Eddie acerca de los antros de billar en la Costa Este, como fogueo para Vicent antes de un gran torneo en Atlantic City. Scorsese desestima la idea de las postas, y más bien se centra en la condición humana de la historia porque su interés se asienta en la relación entre los personajes, por eso abundan más las palabras, y las acciones se ajustan a momentos en bares, en contrapuntos en un automóvil y lugares de la mala muerte.

El único frente narrativo de El color del dinero es el vínculo como motor para el desarrollo individual, por caso de ser una secuela es revolver ciertas cualidades semidormidas en un oxidado Eddie. No significa que Vincent sea un mero vehículo, su rol tiene un desarrollo cuidadoso sin pisar las baldosas flojas del estereotipo porque crece a la par de cómo se desempolva el Eddie versión El audaz.

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