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Una aventura para toda la vida

Solo tú puedes decidir que hacer con el tiempo que se te ha dado

Gandalf.

Me pregunto cómo funciona la memoria. Cómo no tengo ni idea al respecto, y prefiero entregarme a la ignorancia científica, me quedo con la magia que tienen las sensaciones. Cuando abro los ojos un domingo, me muevo lento y sin apuro, paseo, me siento en el sillón, leo, charlo, o incluso (pese que a los domingos disfruto mucho la soledad) cuando me junto con alguien, existe una especie de llamado ancestral. Las calles, las casas que descubro, los olores, los deseos de cómo quiero que continúe el día, tarde o temprano me llevan a un mismo lugar inevitable. Como si fueran recuerdos vividos, lugares en los que ya estuve y a los que necesito volver, siento el llamado de las rutas de Estados Unidos, de sus pueblos más inhóspitos, junto al desierto o junto a las montañas, donde siempre tarde o temprano algo sucede que quiebra la tranquilidad de los pueblerinos y debe ser investigado. Un crimen, una desaparición. Y sin embargo nunca viajé a esos lugares. De la misma manera que nunca estuve en Hogwarts, ni el espacio exterior, ni nunca sostuve una varita mágica, una espada, un sable laser. Nunca escuché el sonido de un disparo, ni tuve que correr o luchar por mi vida, ni dejar en el aire un grito de guerra antes de golpear con mi tobillo el lomo de un caballo para que me lleve a la batalla. Sin embargo, los domingos algo me llama y se parece a los recuerdos de mi infancia. No creo en vidas pasadas (aunque no las niego), pero sí creo en el poder de todo lo que vi y sentí sobre lo que vi. En el oasis que fue siempre ese día antes de ir al colegio de niño o a trabajar de más grande, de estar junto a mi madre y mi padre viendo películas sin levantarnos del sillón durante todo el domingo. El placer que se selló en mi historia, y se fue asociando a todo aquello que me ofrecían los canales, que no era infinito como ahora. Parecía que éramos hijos de la fortuna (y hablo en pasado porque de alguna manera la costumbre de la televisión ha pasado a mejor vida) y solo podíamos elegir entre lo que había. Cruzábamos los dedos para que estuviera la ficción ideal, y encontrarla se sentía como que nos tomaba la gravedad y nos hundía más aún en la comodidad del asiento, como si no hubiera un mañana. Y entonces, la película se sentía como la mayor aventura posible en este mundo. Y creo que es así como se volvieron parte de la (mi) memoria. Por eso es que el domingo pasado verdaderamente escuché el llamado inapelable. Escuché el tintineo de las espadas, vislumbré mi futuro en la guerra por la Tierra Media, festejé mi vida en la Comarca, y me entregué al llamado de ayuda de Rohan. El domingo pasado fui el ser vivo más feliz de este mundo, y vi las tres películas de la saga The Lord of the rings.

En mi colegio secundario, a los 14 años, tuve una suerte descomunal. O siguiendo el hilo de mi razonamiento mágico, la Tierra Media me llamó. Una profesora de literatura nos hizo votar entre leer Don Quijote de La Mancha o un libro del que nunca antes había escuchado hablar. Estaba escrito por un tal John Ronald Reuel Tolkien, y se llamaba El señor de los anillos: La comunidad del anillo. No recuerdo con detalle en qué momento nos enteramos que era el primero de una entrega de 3 libros, antecedidos por otro llamado El Hobbit y otro que fue comenzado probablemente antes y terminado luego por el hijo del autor llamado El Silmarillion. Lo que sí recuerdo fue el éxito que generó en un grupo de adolescentes pendencieros, que pasaron de tirarle bollitos de papel a las profesoras cuando nos daban la espalda, a solo hablar de la historia del libro. Andábamos fascinados. Competíamos como ahora se hace de alguna manera con las series en ver quién avanzaba más rápido y sabía más. Ese mismo año, por algún motivo existencial inexplicable, se anunció y estrenó la primer película. La avidez con la que todos leímos no solo el primer tomo sino los 3, nos hizo ser unos despreciables seres humanos que entre la primera y la segunda película (pasaron entre cada película tan solo un año), dejábamos anotados en los pizarrones de los demás cursos el final de la saga encriptado. “Gollum lava anillo”.

Un cuentito

Tan solo quiero decir que El señor de los Anillos es objetivamente la mayor aventura jamás narrada. En la Tierra Media, donde conviven distintas razas de seres vivos como los humanos, los elfos, los hobbits, entre otros, se reparten el mapa distintos reinos. Para salvar a la Tierra de que sea tomada por Sauron, el mayor hechicero de todos los tiempos, los reinados deberán unirse y deberán defender el avance de los temibles y numerosos ejércitos del mal. Sin embargo, existe una sola manera de derrotar a Sauron: destruir su anillo de poder. Luego de una primera guerra de antaño donde el hechicero fue despojado del mismo, su anillo ha sido descubierto y utilizado a lo largo de los años por muy pocos seres. Sin desearlo ni buscarlo, Frodo hereda el anillo de su tío. Él, junto a una comunidad de amigos, magos y guerreros de distintas especies, deberán atravesar toda la Tierra Media para tirar el anillo a la misma lava de la misma montaña en la que fue forjado.

Sus valores

Esta nota es y estará lejos de ser muy tradicional. Si llegaste hasta este punto, es tarde para decirlo. Creo que más que una crítica es una oda a la felicidad que regala una preciosa aventura como ésta. Es comprensible como en todos los géneros, que haya espectadores que no la disfruten o toleren. No todos pueden aceptar fácilmente las reglas de nuevos mundos tan lejanos en apariencia (aunque sumamente similares) al nuestro. Comprendo que sin tener esa predisposición, es difícil aceptar el verosímil propio que plantea un relato como éste. El síntoma concreto que he escuchado por parte de quienes no ingresan en el relato, es el aburrimiento por lentitud. El aburrimiento sin dudas es el síntoma más común consecuencia del desinterés cuando algo que uno lee, escucha u observa, no hace mella en uno. La lentitud de la que tantos hablan es la fidelidad al retrato detallista de la literatura de Tolkien. Sus libros son mapas. Cada paso dado en cada tramo de la aventura, está comprendido dentro de una pintura clarísima que el autor se encarga de sugerir. La finura de las imágenes que a algunos nos seducen y nos hacen sentir que somos parte del todo, a otros los alejan y agobian. Es más que lógico. La lealtad de Peter Jackson (realizador de las tres películas) y su equipo hacia los libros, vuelve a las mismas más prodigiosas. Fieles en el romanticismo de las tramas, del vínculo emocional de los personajes hacia la vida y la tierra que defienden, entre sí. El valor de ese romanticismo es inclusive aquel sostén del verosímil de todo lo que sucede en la enorme épica. Sin todo ese amor y toda esa nobleza, ningún sacrificio realizado por los personajes tendría sentido. El primer tomo y la primer película, siendo la responsable de la construcción de todos los cimientos sobre la que se edificará el castillo, es la más y el más lento de los tres. La segunda es en general la preferida de todos, y la tercera es verdaderamente una fiesta.

Al verla por centésima vez, atiendo otras cosas que antes quizás no atendía. Descubro una obviedad al verla en mi hogar (están las tres entregas disponibles en Amazon Prime), que es el poder de su música. Lejos de simplemente subrayar, aún estando siempre presente en las escenas casi como un silencioso protagonista, entiendo que es la esencia de este relato audiovisual. Empujándonos a la infinidad de las emociones que conllevan las batallas, el temor de saber que nuestros personajes pueden morir, la adrenalina de cada segmento de las infinidades de misiones. La creación de un leitmotiv reconocible que ingresa sin dudas en una lista prestigiosa y reducida de los leitmotivs musicales de la historia del cine. La piel de gallina, los ojos húmedos cuando no lo esperábamos aun indicándonos una porción del cerebro lo ridículo que es emocionarse años después por escenas así.

Intérpretes justos, un elenco que parece más un equipo deportivo y una comunidad de amigos, lejos de la vara tradicional de buenos o malos actores, simplemente disponibles como los elementos justos para que lo que brille sea la totalidad. Con el paso del tiempo algunos efectos envejecerán peor que otros y sufriremos el juicio del ojo entrenado.

Por otro lado, al igual que Harry Potter, Frodo es un héroe curioso que una parte mía siempre cuestionará. El coraje y la hidalguía son su único (y no por ende menor) fuerte. El liderazgo silencioso, el respeto que generan por ser las personas que son, atrae a los más fuertes, a los más capaces, y a aquellos que son fundamentales para que la empresa llegue a su cometido. Frodo, de la misma manera que vuelve posible que todo suceda, se vuelve por momentos su mayor obstáculo. Esta vez, la número 122, confirmo que el auténtico héroe de la historia es Sam, su mano derecha. Incluso por momentos Frodo deja de caerme bien y me molesta que griten su nombre como si fuera el verdadero estandarte de la guerra. Si ustedes supieran, en la batalla final gritarían “¡Por Sam!”.

Cuando me entrego a experiencias como estas, cuando nos entregamos, la ficción dure lo que dure, deja de ser ficción. Si bien no sangramos cuando las espadas se blanden en el aire, el living o el cuarto dejó de ser lo que era. El tiempo deja de ser el mismo, y la épica que vivimos pasó a ser parte de nuestra propia vida. De nuestra propia memoria. Por eso yo los domingos no descanso. Desde que soy niño, los domingos me han llamado a la aventura.

Chesi

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