A veces, se producen películas extrañas, difíciles de clasificar, tal vez fracasos en taquillas pero que luego se atesoran como joyitas de culto. Ese es el caso de Possession de Andrzej Zulawski.
La película comienza in media res, cuando Mark vuelve a casa luego de una misión que —luego nos enteramos— es dada por su carácter de espía. Anna lo recibe. Pero el diálogo expresa incomodidad; no lo quiere ahí. Luego de una frustrada escena de sexo, comienzan a verse más y más las grietas de la relación.
Cierto surrealismo, mezclado con “body horror” y una cuota de thriller se entremezclan para metaforizar todo lo terrible que puede acontecer tras un divorcio. La autenticidad y vitalidad de los hechos se puede deber a que, como en Taxi Driver, su guionista (y en este caso también director) se encontraba en una situación límite. Zulawski se divorciaba de su actriz y esposa Malgorzata Braunek y estaba al borde del suicidio.
La mano del director refleja ese proceso mediante un guión crudo y caótico, alejado de toda coherencia tradicional de un relato. A la vez, la dirección se apoya en una experimentación de técnicas que ayudan a espresar el clima desolador.
La película fue una de las primeras que explotó al máximo la steadicam, aquella cámara que se puede manejar corporalmente y que se vio por primera vez usada de esa forma en The Shining, estrenada solo un año antes.
En este caso, su uso amplifica los espacios, dinamiza los planos, y da una sensación de permanente extrañamiento al recorrer las acciones de los personajes en lugares vastos pero casi vacíos. La violencia, eje fundamental del film, se muestra desde todos los ángulos posibles gracias a esta herramienta y al equipo que la maneja.
Por otro lado, la locación tampoco está porque sí. La Berlín de 1981 era una ciudad literalmente partida al medio; una mitad capitalista, alineada con Estados Unidos, la otra comunista, alineada con la Unión Soviética. Las casas en las que esta filmada están muy cerca del muro, lo que acrecienta esa sensación de separación.
Las edificación en donde se refugia Anna, es una de estilo antiguo, la cual contrasta con la vivienda que la pareja tienen en común, una más moderna y luminosa. Así, se transmite con aún mayor fuerza la diferencia entre los diferentes estadios de la relación.
En ese sentido, a lo largo de la película, el espacio se va desplazando cada vez más. Desde aquel centro movido, de escuelas y lugares residenciales, a unas afueras más marginalizadas y desoladas.
La ubicación en donde la co-protagonista tiene su segundo hogar, es uno viejo, casi vacío y demacrado, y el bar que se encuentra cerca es un lugar casi fuera de la ley, en donde precisamente se comete un crimen cerca del final del largometraje.
A su vez, lo que esconde aquel edificio representa el corazón del horror y la locura de la cinta. La extraña entidad podría llegar a ser literalmente un ser horroroso que posee a la mujer. Pero otra lectura podría indicar que ella representa la desidia que se puede contraer al romper con una relación.
El ser fue creado por Carlo Rambaldi, la misma persona que colaboró en la creación del alien de Alien y en E.T. Los efectos prácticos funcionan con maestría para mostrar un body horror, que en este caso, a diferencia de las películas de Cronenberg, por ejemplo, es usada de forma más experimental y metafórica.
Lo fantástico y lo surreal no solo se manifiestan en la forma de la criatura. La película, como mucho de la literatura romántica alemana, hace uso del llamado “doppelganger”, o doble.
La protagonista tiene una doble en la forma de Helen, una profesora idéntica a ella pero de ojos verdes. Mientras que el protagonista es duplicado de forma idéntica, aparentemente por acción de la criatura, también su doble de ojos verdes.
Ambos personajes replicados podrían representar de alguna forma las figuras ideales de un vínculo: siempre sonrientes, siempre pacientes, siempre empáticos. Pero el carácter ideal justamente los dota de artificialidad y de extrañamiento. Son seres imposibles.
Las interpretaciones de los actores están en perfecta sintonía con la narrativa de la cinta. Sus expresiones emanan el sinsentido de lo que ocurre. Así es que Isabelle Adjani interpreta una de las escenas más icónicas del cine: ella desatada, gritando y moviéndose de un lado para el otro en el subte.
Un joven Sam Neill no se queda atrás. Su personaje se va disgregando a lo largo de toda la cinta. Mientras que secundarios como Heinrich y su madre se ven atravesados por las acciones de los protagonistas, y los arrastran a su misma locura y violencia.
Al final, los caminos de ambos protagonistas conducen a su muerte. Y no solo la de ellos, sino también la de su familia, o la de la imagen de familia tradicional.
En una última secuencia, el doble de Mark visita la casa de Helen y golpea la puerta. Bob ya sabe quién es. Sabe que no es su padre por más que se parezca a él y corre al baño, en donde se tira a la bañadera. La imagen de él boca abajo en el agua —por más que muera o no— emana el terrible final de una familia completamente disgregada.
Lo último que se ve es el rostro de su profesora, Helen, idéntica a su madre excepto por sus ojos verde intensos, mientras escucha con horror sirenas y explosiones y los golpes de un ser con apariencia humana pero que dista mucho de serlo.
Nota por Alex Dan Leibovich | Periodista | Redactor en Clarín, Peliplat y Erramundos.
Publicado el 21 de junio del 2024, 9.03 PM | UTC-GMT -3.
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