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Max Cady El ángel exterminador nietzscheano

Spoilers

Martin Scorsese tiene varios villanos inquietantes en sus películas. Desde el taxista psicópata Travis Bickle en “Taxi Driver”, al aspirante a humorista Rupert Pupkin en “El rey de la comedia”, pasando por el mafioso Jimmy Conway en “Buenos muchachos”, al violento Nicky Santoro en “Casino”, Bill Cutting en “Pandillas de Nueva York” o Frank Costello en “Los infiltrados”. Inolvidables actuaciones a cargo de Joe Pesci, Daniel Day Lewis, Jack Nicholson y por supuesto, el actor con el que filmó más películas: el gran Robert De Niro.

En “Cabo de Miedo”, De Niro interpreta a un villano de gran complejidad, Max Cady, un mesiánico sureño psicópata tras los pasos de Sam Bowden (Nick Nolte), su esposa Leigh (Jessica Lange) y su hija adolescente Danielle (Juliette Lewis) con un objetivo: que su ex abogado defensor “sepa lo que es perder”.

El film comienza cuando Max Cady sale de prisión, luego de haber purgado una condena de 14 años por violación y agresión hacia una joven. Sam Bowden, su ex abogado defensor, ocultó pruebas que podrían haberlo exonerado, suponiéndolo culpable.

En la cárcel, el analfabeto Max tuvo suficiente tiempo para aprender a leer, instruirse y revisar su propio caso, al tiempo que sufrió todo tipo de vejámenes a manos de otros reclusos. Al darse cuenta de la maniobra de su abogado, urde un plan para dejar en evidencia la corrupción moral y ética de su antiguo defensor ante la sociedad, pero su jugada no termina allí.

El plan de Max va mucho más allá de mostrarse como una víctima. Quiere destruir todos los vínculos que Sam Bowden tiene en su vida, desde su matrimonio, su relación con su hija, su reputación laboral, e incluso el flirteo romántico que mantiene con una colega. Cady quiere que Sam experimente el horror de perderlo todo en carne viva, quiere que sufra un agónico martirio. Y lo que es peor, Max Cady tiene una voluntad inquebrantable para llevar a cabo su plan.

Una prisión interna y externa

Para entender la obsesiva determinación con que llevara a cabo su venganza tenemos que volver al plano inicial de Max Cady en su celda. Lo primero que vemos son tres fotografías: el filósofo Friedrich Nietzsche con una espada, el mártir San Felipe (en cuya vida y muerte Scorsese luego basaría el film “Silencio”) y el general norteamericano George Patton.

Estos tres elementos (filosofía, martirio cristiano y hombres de poder) son la esencia básica del personaje. Estos símbolos vuelven a repetirse una y otra vez: podemos ver al sureño General Lee, a Joseph Stalin, a Alejandro Magno e incluso al personaje del comic “Capitán Marvel”. Esta multiplicidad sugiere una obsesiva fascinación del protagonista con personajes fuertes.

Luego vemos los libros, tantos de derecho penal como los de Nietzsche: “La voluntad de poder” y “Así habló Zaratustra”, donde el filósofo escribe sobre la voluntad como motor principal del hombre: la ambición de lograr sus deseos, la demostración de fuerza que lo hace presentarse al mundo y estar en el lugar que siente que le corresponde. El superhombre, como alguien capaz de sobreponerse a lo que está establecido, y dirigirse en torno a aquellos valores que tengan que ver con él y que tiene, no que querer cambiar aquello que es bueno por malo, ni viceversa, sino saber criticar el origen de los valores que se le imponen.

Esta característica la podemos ver en toda la película. Max podría matar cuando quisiera al abogado Bowden, pero prefiere recordarle insistentemente las contradicciones de su ambigua moral, su mundo construido en base a hipocresías y mentiras. Y no importan los intentos que haga Sam, no importa el detective que contrata para seguirlo, ni los matones que contrata para golpearlo, ni que amenace con volverlo a encarcelar. Max insistirá una y otra vez en desnudar la farsa de los valores que encarna su enemigo. Acosándolo, denunciándolo ante una justicia que ahora Cady sabe manipular.

“Soy como Dios y Dios es como yo”

Otro símbolo que refleja el deseo irrenunciable de Max es esa gigantesca cruz cristiana a modo de balanza de la justicia tatuada en su espalda, de donde penden dos platos: en uno la espada con la palabra justicia y, en el otro, la biblia con la palabra verdad.

No es el único tatuaje que lleva en su cuerpo, está repleto de ellos con citas bíblicas. “Mi tiempo ha llegado”, “Dios es vengador”, “Tiempo de venganza” y otros de donde se desprende el camino que Max ha decidido seguir, el de Avadon, el ángel del apocalipsis, un general del infierno o quien ejecuta la destrucción ordenada por Dios, según el punto de vista.

También vemos un tatuaje en el pecho con el nombre Loretta y un corazón partido, una mujer de la que Max se vengará sádicamente a través de otras, como la abogada Lori Davis (Illeana Douglas), la esposa y la hija de Sam, e incluso la empleada doméstica.

Max se ve a sí mismo como el instrumento de castigo de Dios, que enviará al noveno círculo del infierno al abogado traidor, al marido infiel, al padre hipócrita. Pero también lo hará descargando su ira contra la mujer por solo serlo, ya sea de manera violenta y/o sexual y, al mismo tiempo, pagando con el dolor de su propia carne el camino elegido como orgulloso descendiente de pentecostés al que ni las picaduras de serpiente ni el fuego atemorizan.

Su piel quemada (autoflagelada) por la bengala en el barco, o cuando Danielle le arroja agua hirviendo, o cuando lo rocía con bencina y le prende fuego el rostro, es un precio que paga por su justa causa como la imagen del mártir en su celda. Incluso ese viaje colgado debajo del automóvil de Sam lo hace de manera imperturbable.

Este deseo de destrucción de todo lo que el pecador ha construido en rededor de sí, lo impulsa a manipular el despertar sexual de la hija del abogado, obliga a la esposa a aceptar el vejamen, golpea hasta desfigurar a la compañera de trabajo, asesina a la criada, al perro. Y todo en nombre de un dios que clama por escarmiento, aún de la manera más irracional y obsesiva, caiga quien caiga, emulando al capitán Ahab de “Moby Dick”.

Max está roto desde hace mucho tiempo y lo sabe, su salvación no la obtendrá mejorando su vida, sino martirizado en el camino de la venganza divina hacia ese símbolo de la burguesía unionista liberal (progresista) norteamericana. Max es la representación del sureño blanco y pobre, analfabeto, pero a la vez temeroso de Dios.

Y en esa escena final, hablando en lenguas y luego mirando al abogado a los ojos mientras se hunde inexorablemente, sabe que ha cumplido su objetivo.

Ha destruido la aparente tranquilidad de su enemigo, lo ha hundido en lo más profundo del infierno, lo ha convertido en un homicida, ha ultrajado la paz mental de su esposa, ha manipulado el despertar sexual de su hija y le ha mostrado la cara más terrible de la humanidad, rompiendo de una vez y para siempre la inocencia de la adolescente.

El personaje que encarna De Niro se nos presenta entonces tan posible en su construcción y fanatismo que transforma a “Cabo de miedo” no solamente en un fantástico thriller, sino en una película de terror clásica. Un personaje inquietante aterrador y una de las más memorables actuaciones del actor, que ha sido parodiada hasta por la serie animada “Los Simpson” ("Cape Feare”, T5 Ep 83)

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