Libertad Lamarque: hija, madre y esposa doliente

Yo conocí a esa mujer llamada Libertad: recordando a 'la novia de América'  | El Nuevo Herald

Libertad Lamarque: hija, madre y esposa doliente

La carrera de Libertad Lamarque representa un hito en la historia del espectáculo argentino, latinoamericano e incluso mundial, por su carácter irrepetible. Trabajadora incansable de la radio, el teatro, la música, las películas y las telenovelas, la oriunda de Rosario no solo construyó una de las trayectorias artísticas más memorables, sino que también, a su vez, sentó las bases para que el cine nacional pudiese expandirse al exterior y tener éxito en los distintos mercados del continente.

Pocos ejemplos pueden encontrarse de una estrella que haya propulsado, casi individualmente, a una industria entera, y menos de alguna que haya aprovechado con tanta inteligencia dicha oportunidad.

Es común escuchar que Lamarque se hizo gracias al Star System argentino cuando, en realidad, es ella quien lo forjó, a raíz de su primera aparición en el cine sonoro interpretando a Elena en Tango!. En aquel entonces, apenas comenzada la década de los 30, no existía tal sistema de estrellas, sino una necesidad por parte de los directores de evitar un fracaso económico, que se buscaba prevenir contratando figuras populares de los medios de larga trayectoria, como la radio, el teatro, y la revista porteña.

Y Lamarque era uno de sus más grandes íconos. Acompañaba a los argentinos semana a semana por Radio Belgrano, había sido coronada como la “Reina del Tango” por la Municipalidad de Buenos Aires, y había grabado más de cincuenta discos para la RCA, además de contar con varias temporadas exitosas en el teatro Nacional y el Maipo. Claro está, el gerente de Argentina Sono Film no dudó en sumarla al proyecto de inmediato.

Así, ella le da voz y cuerpo al papel que interpretaría durante toda su vida, y que, ahora sí, inaugura el primer arquetipo del Star System nacional: el de la mujer sufriente del melodrama. La heroína que, al renunciar al objeto/sujeto amado, alcanza el estatuto de santa. Así lo muestran algunos de los versos de tango más icónicos de su personaje al ser abandonado por el protagonista cuando este regresa por Tita Merello, su verdadero amor:

“Cuántos años arrastrando mis cadenas / soportando resignada tus abandonos / cuántas noches encerrada en mis penas / yo deseaba libertarme de tus enconos / Por qué soy buena si no sos merecedor / Por qué te busco si me llenas de dolor / andate, no más ándate / no, no te vayas quedate / que me hace falta tu amor”.

Como si fuera una premonición, las estrofas de “Andate (No te vayas)” sintetizan, en rasgos generales, el carácter central de las mujeres a las que Lamarque le pondría cuerpo y voz en cada paso de su carrera: abandonadas, encadenadas a un él, encerradas en sus penas, dolientes, y “buenas”, en el sentido más sumiso de la palabra. Mientras Tita Merello, su contracara, realizaba papeles aguerridos, de lucha contra el hombre opresor, la protagonista de Besos Brujos se ocultaba en la sombra de estos mismos.

va de vagos - cine: Puerta cerrada (1939)Las mujeres de Libertad Lamarque: hijas, madres y esposas que renuncian

Desde aquel primer momento en el que los críticos resaltaron la actuación de Libertad Lamarque en Tango! por sobre el resto de los protagonistas, la actriz comprendió que era lo que el público esperaba de ella, y trabajó con intensidad para afianzar dicha relación a través del prototipo de mujer de familia que tanto encantaba a las masas, y que la estrella realizaba con absoluta autenticidad. Como diría más tarde, reflexionando sobre su carrera:

“Fueron personajes que no se apartaron de mi personalidad. Ya el director sabía con quién estaba trabajando. Yo no puedo hacer un personaje que no tenga nada que ver conmigo. Soy muy femenina, mi voz es aniñada…Toda yo hablo de una cosa que no puede ser diferente de lo que soy.”

Así, desde la adolescencia hasta los últimos años de su trayectoria, Lamarque llevó a la pantalla grande una amplia gama de personajes, que van desde cantantes hasta millonarias, pero siempre enmarcadas en una generalización mayor de “hija de”, “madre de” o “esposa de”. Examinemos algunos casos.

En sus personajes más jóvenes, la artista rosarina interpretaba mujeres que, a punto de encontrar el propósito de su vida, sea algún tipo de vocación particular o un amor, siempre debían renunciar al mismo para atender a su familia o preservar su estatus del que dirán.


El primer ejemplo puede verse reflejado en La cabalgata del circo, de Mario Soffici, estrenada en 1945, donde Lamarque encarnó a Nita Arletty, la hija de una familia dedicada al circo rodante que sueña con retirarse del negocio y conocer a un hombre con el que tener hijos. Su idea de vida ideal se esfuma cuando el padre tiene un terrible accidente, y Nita debe asistir a toda hora al nuevo pater familias: su hermano.

Es curioso observar que, más tarde en la película, el último le permite a su hermana apartarse de la vida circense para cumplir con su deseo, y, una vez que tiene a un hombre amoroso al lado y dos hijos que la adoran, es terriblemente infeliz ya que extraña la vida azarosa del circo carreta. Aparece, entonces, una idea muy sólida de que el destino de las hijas de buena familia no siempre es tener un final feliz como ellas sueñan.

Dicho concepto se profundiza en aquellos títulos en los que Lamarque forma parte de un romance prohibido. Estos hacen a gran parte de su trayectoria y, en ellos, la actriz es tanto la prometida considerada mala influencia por la familia de su prometido, o la hija que debe ser salvada del varón malo por su padre o por su hermano.

En El alma del bandoneón, ella es una muchacha tanguera que es mal vista por la familia de su novio, el hijo de un hombre rico de campo. Lo mismo en La casa del recuerdo, donde el personaje de Lamarque es constantemente apuntado por la familia de su prometido, quien posee un nivel social mucho mayor al de ella.

El segundo arquetipo sucede tal cual en Ayúdame a vivir, película en la que la actriz le pone voz a Luisita, una muchacha perteneciente a un internado católico que se enamora de un chico de calle, Julio, quien platica con ella reja por medio y cuando el hermano de la joven no los descubre e impide su charla, ya que considera su romance como una mala influencia.

En cada uno de los casos, las hijas realizadas por Lamarque son “mujercitas” que nunca pueden apartarse del designio familiar, que es, esencialmente, mantenerse a sol y sombra al lado del padre de familia, cualquiera sea esta figura paterna (hermano, padre, abuelo). En cuanto al romance, no debe aspirar más alto que su clase social si es pobre, y no puede mirar hacia abajo si es rica. Independientemente de su lugar en la jerarquía económica de las familias, debe encontrar a un hombre y cumplir con el objetivo de hacerlo feliz.

Con el auge del público femenino en el cine, estas representaciones son modelos educativos para las “señoritas”. Como bien explica Ricardo Manetti, en el cine de 1930 “La eficacia del patriarcado clava sus dientes en la enseñanza de un patrón de vida ejemplificado en la educación sentimental de las mujeres (…)”, que, sí son chicas de bien, representan a “la muchachita buena capaz de simbolizar en el futuro el espacio seguro significado por la madre”, y, caso contrario, son personaje diabólicos, como aquellos encarnados por Tita Merello, fijada para siempre en el estereotipo de la devoradora, la causante de la perdición del hombre.

Este universo de valores alrededor de la figura de Libertad Lamarque no hace más que solidificarse cuando crece y empieza a interpretar papeles de madre. Resulta interesante observar que, en casi la totalidad de estas historias, sus hijos son varones.

El caso más notorio de la madre que renuncia es Puerta cerrada, donde la actriz interpreta a Nina Miranda, quien, entre otras circunstancias que la caracterizan, dio luz a un hijo que no sabe que ella es su madre, y cuyos brazos la sostienen en su lecho de muerte antes de que pueda confesarle dicho secreto.

Los títulos que siguen esta exacta línea temática de “morir por el hijo” son Huellas del Pasado, Ansiedad, La mujer X, y El pecado de una madre. Cabe destacar que todas ellas forman parte de la carrera de Lamarque en México, donde los directores estaban convencidos de que aquel papel trágico que había interpretado en Puerta cerrada debía ser su marca registrada.

En estos casos, el patrón modélico femenino que se desprende de los personajes madre es el de la maternidad abnegada, donde la progenitora debe morir para salvar a su hijo de un secreto que resultaría escandaloso y arruinaría su reputación, ya que, en estos ejemplos, el descendiente finalmente se entera que la mujer a la cual ha odiado (El pecado de una madre, Ansiedad) o de la cual se ha enamorado (Huellas del pasado), es su madre. No pueden convivir con tal ocultamiento.

Como bien señala Luis Alberto Romero, en la cultura se pone en juego “un conjunto amplio de representaciones simbólicas, de valores, actitudes, opiniones, habitualmente fragmentarios, incoherentes quizá, y junto con ellos, los procesos sociales de producción, circulación y consumo”. Claro está, no es la muerte de la madre en sí la enseñanza, sino la transmisión del valor “madre que renuncia incluso a su propia vida” por sus hijos.

En síntesis, la carrera de Lamarque fue correctamente merecedora de los apodos “La reina de la lágrima” y “La novia de América” con la que siempre se recuerda a la actriz. Sus papeles de mujer doliente no solo llegaban a lo más profundo de los corazones del público, sino que, en una doble función, les enseñaba como debía ser la mujer prototípica de aquellos tiempos.

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