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Ricardo Darín, actor en español (parte 1)

Hay un libro insoslayable del crítico y cineasta Luc Moullet, editado en francés en 1993 y que recién en 2021 apareció en español llamado Política de los actores, que consiste en cuatro ensayos sobre cuatro actores del Hollywood clásico: Gary Cooper, John Wayne, Cary Grant y James Stewart. En el prefacio de ese libro Moullet echa luz sobre algo que debería recordarse con mayor asiduidad a estas alturas: que en la crítica y los estudios cinematográficos el rol del director fue el que recibió las ganancias simbólicas y la atención de los escritos, principalmente gracias a la irrupción de la política y la teoría de los autores. Por el contrario, Moullet plantea que los actores cinematográficos han quedado claramente sub estudiados, y que cuando son objeto de publicaciones se los suele encorsetar en biografías de muy diversas calidades pero que generalmente suelen contar con datos familiares y de la infancia, incluir capítulos enteros dedicados a amores y circunstancias muchas veces ajenas a su trabajo; en suma, textos muchas veces sin mayor trabajo analítico e interpretativo a los que se les agrega algún anexo con sinopsis y datos de las películas.

El actor de cine, entonces, suele ser tratado en los libros como personaje público y no como artista cinematográfico, en parte porque el director -como también lo sabía Pauline Kael, aunque ella trataba de hacer justicia con los guionistas- había ganado la partida como centro de atención de los estudios sobre cine, incluso aquellos que estaban lejos de ser autores cabales de las películas y de ser los firmantes principales de la producción. En esta situación, los actores han recibido atención deficitaria, y este ha de ser un motivo central que explique que todavía no haya un estudio crítico en forma de libro sobre Ricardo Darín, un libro que tenga el objetivo de analizar, interpretar y evaluar la carrera de un actor cinematográfico, y hacerlo mayormente por fuera de consideraciones biográficas anecdóticas (salvo cuando sean necesarias para el objeto de estudio, porque por ejemplo es claro que el origen porteño de Darín es insoslayable para su constitución como intérprete y en cuanto a sus formas de decir el español).

Desde El mismo amor, la misma lluvia (1999) y Nueve reinas (2000) ha acumulado muchas películas de gran alcance en términos de público, entre ellas cuatro nominadas al premio Oscar de la Academia de Hollywood a la mejor película en idioma no inglés: El hijo de la novia, El secreto de sus ojos (ganadora), Relatos salvajes y Argentina, 1985. Para poner en contexto estos datos digamos que la mitad de las películas argentinas que lograron ser nominadas al Oscar en toda la historia fueron protagonizadas por Darín, y que todas y cada una de las que lo lograron en el siglo XXI tuvieron al protagonista de Truman -por la que ganó el Goya y la Concha de Plata como mejor actor- como primero en el reparto. Tanto esas películas nominadas al Oscar -de tres directores distintos- como muchas otras de las que protagonizó se han vendido y estrenado en muchos mercados. Darín tuvo además estrenos con su protagónico en Cannes, San Sebastián, Venecia y otros festivales. Como hipótesis, podría afirmarse que Ricardo Darín es la más cabal estrella latinoamericana de cine, la que mejor encaja en el concepto de estrella tal como se la solía entender en momentos en los que el cine ostentaba una relevancia social aún mayor que la que tiene hoy en día.

Hay un momento inicial -o más bien otro momento inicial- que es fundamental para entender la relación del actor con algunos directores -o las formas de ser dirigido- y sus cambios y continuidades. Hay tres películas, una de 1979 y dos de 1980 llamadas La carpa del amor, La playa del amor y La discoteca del amor, tres películas con intención de masividad hechas no solamente con el objetivo de vender boletos de cine sino además discos de éxitos musicales. La primera de las tres mencionadas la dirigió Julio Porter, guionista especialmente prolífico y director de unas veinticinco películas, la mayoría de ellas de perfil “comercial” y, para el momento de La carpa del amor, un realizador que hacía casi una década que no dirigía. Ante un éxito menor al esperado con La carpa del amor, las otras dos, La playa y La discoteca, fueron dirigidas por Adolfo Aristarain, que venía de consagrarse en términos críticos como director con su ópera prima La parte del león en 1978, y con esta credencial más una sólida experiencia en rodajes se le ofrecen estas dos películas, que Aristarain convierte en propias y, contento con la idea de “película de encargo”, las eleva a un lugar mucho más importante. Ese cambio -“hay un cambio” decía el taxidermista en El aura- de Darín entre La carpa del amor y La playa y La discoteca del amor debería estudiarse particularmente, en plano detalle, con una mirada cercana porque hay una transformación evidente, diversas señales de cambio en la forma de actuar. Tal vez en ese cambio de director en una serie de películas de esas que se consideran menos relevantes descanse una de las claves para la posterior carrera del actor. También están los trabajos iniciales de Darín en el cine, el primero de los cuales se remonta a 1972, cuando era un adolescente. Por otra parte, en la colaboración de Darín con Aristarain aparece una anomalía en la carrera del director y también en la del actor: la película The Stranger, en inglés, aunque el actor apenas tiene un par de líneas de diálogo en su pequeño papel y fue doblado.

Y ahora volvamos a este siglo, porque después del hito marcado por Nueve reinas Darín ha mantenido una consistencia en el trabajo en la gran pantalla que lo ha convertido en eso que en este siglo XXI no es nada sencillo de encontrar y de generar, y menos en el cine latinoamericano: una presencia que irradia magnetismo, cualidad de estrella y aura de cine. Además, indudablemente, se ha convertido en un elemento cercano a lo infalible en cuanto al éxito de una producción cinematográfica. Es claro que hay otras figuras muy relevantes del cine hispanoamericano con proyección internacional, pero ninguna de las comparables ha conseguido, como Darín, ese nivel de reconocimiento y éxito actuando exclusivamente en español. En una entrevista de 2015 en un programa televisivo, el periodista le preguntó insistentemente a Darín acerca de la tentación de ir a trabajar a Hollywood. Entre diversas y reiteradas respuestas negativas ante la creciente sorpresa del entrevistador, otras consideraciones y el detalle de alguna oferta concreta, el actor respondió que: “no siento esa pulsión en este momento, para nada, por otra parte tiene que ver con algo que pienso que está directamente relacionado con los mecanismos y resortes del oficio, yo creo que lo más importante para un actor es pensar y pensar en otro idioma es muy difícil.”

Una de las claves para acercarse a la carrera de Darín debería ser analizar el decir o los decires de Ricardo Darín, porque hay algo clave en su forma de hablar, en sus énfasis, en sus formas de pronunciar o remarcar -o apenas susurrar- las frases, desde parlamentos largos a respuestas monosilábicas, en sus pausas y silencios. También, por supuesto, sus movimientos, gestos, formas de mirar y otros aspectos de sus actuaciones en el cine, así como los alcances de los sentidos de los personajes de Darín para el imaginario de su propio país y aún más allá.

Hace más de sesenta años, al escribir acerca de Brigitte Bardot, Jean Cocteau afirmaba: “cada éxito merece estudiarse, porque debe haber razones para él, y estas razones nos dicen algo sobre el alma de una época. Nuestra propia alma está notablemente cerca de la piel”. Desoyendo a Cocteau y como ya se dijo: no hay al día de hoy estudios ni ensayos críticos en forma de libro sobre Ricardo Darín, que ha superado el medio siglo de carrera como actor cinematográfico y ha permanecido más de dos décadas como estrella indiscutida del cine argentino e iberoamericano, con una cantidad de películas no solamente exitosas en términos de recaudación sino también relevantes, como muy pocos otros intérpretes de la región pueden ostentar.

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