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Desde lo profundo. Notas sobre Familia Sumergida de María Alché

Spoilers

“Imposible explicarlo. Se iba apartando de aquella zona donde las cosas tienen forma fija y aristas, donde todo tiene un nombre sólido e inmutable. Cada vez ahondaba más en la región líquida, quieta e insondable donde se detenían nieblas vagas y frescas como las de la madrugada.”

Clarice Lispector. Cerca del corazón salvaje

Vaciar una casa. Hurgar en los armarios y cajones, ventilar las habitaciones, regar plantas, llevarlas de la casa vacía a la casa propia, de la casa silenciosa a la casa llena de voces adolescentes que estallan en peleas y risas. Una línea invisible une dos casas, la de dos hermanas: Marcela y Rina. La línea traza una separación tajante entre la vida y la muerte. Un pasado reciente doloroso convive y se superpone con el presente en el que hay que aprender a afrontar la ausencia. Por esta línea invisible transita María Alché- recordada por su interpretación En la niña santa (2004) de Lucrecia Martel y por la dirección junto a Benjamín Naishtat de la recientemente estrenada Puan (2023)- en su opera prima Familia sumergida del año 2018.

Marcela- interpretada por Mercedes Morán- enfrenta los primeros días de duelo luego de la pérdida de su hermana. Mientras tanto continua con las tareas que implican ser madre: asegurarse que el hijo estudie para rendir las materias que adeuda del último año de escuela; los reclamos de la hija menor que insiste en la necesidad de independizarse y tener su propio espacio; los consuelos a su hija mayor luego de una decepción amorosa; la despedida del marido que deja la casa por un viaje de trabajo y la presencia incómoda de un hermanastro. Marcela no parece encontrar resguardo en su familia y transita el duelo de forma solitaria y silenciosa.

En esa casa llena de voces, en donde hay más gente que habitaciones, donde hasta el lavarropas al dejar de funcionar parece reclamar también algo de atención, Marcela parece abrumada. Algo es seguro: en esa casa no se puede pensar. Ella transita el espacio en un ritmo diferente al de la vorágine de lo cotidiano. La casa de Rina, se vuelve entonces un espacio de resguardo, solitario y silencioso. Un refugio necesario que le permite despedirse de su hermana y hacer del duelo algo íntimo.

I.La memoria de los objetos

Marcela desarrolla un vinculo afectivo con los objetos de su hermana y estos cobran una nueva vitalidad al volver a ser manipulados, transportados y queridos. Parecen despertarse cuando las manos de Marcela acarician cortinas y hacen que todo vuelva a respirar. Por momentos juega a ser Rina, a moverse y vestirse como ella, de ese juego también participan sus hijos. La pérdida también puede tener una arista lúdica. Un pequeño homenaje de los que quedaron al que ha partido, donde se recuperan gestos, miradas y poses que peligran perderse para siempre. A través de estos gestos, Marcela parece querer atesorar, resguardar en la memoria de su propio cuerpo los gestos de su hermana.

También están en peligro los recuerdos, el pasado familiar y sus historias. Marcela al mirar una fotografía dice: “Este no sé quién es y ahora no hay a quien preguntarle. Están todos muertos”. La memoria se construye junto a otro, los relatos se entrelazan y forman un tejido colectivo. Aparece la angustia que genera la sensación de que hay cosas que nunca sabremos y que no hay a quién preguntar, siempre quedarán dudas e incógnitas y la propia historia es por momentos impenetrable, misteriosa. Hay una necesidad de rescatar, de conocer, de atesorar lo que ahora se ha vuelto huidizo. Es aquí donde irrumpe el pasado y la percepción tanto del tiempo como del espacio se vuelve subjetiva.

En un clima de ensoñación unas viejas tías se deslizan por las cortinas que han tomado forma de capullo y relatan a Marcela viejas historias familiares. El sonido se torna algo misterioso generando un clima enrarecido, aunque la escena tenga lugar en un espacio familiar- aquí parece desplegarse algo del universo de Martel-. Lo fantástico irrumpe en lo cotidiano y comienza a formar parte de la vida de Marcela que será interrumpida por varias apariciones, por distintos personajes que quieren contar algo de su historia, de ese pasado común que muchas veces se contradice y entra en conflicto tanto en el mundo de los muertos como en el de los vivos. Algo es seguro: no hay una única historia.

II.Pequeños placeres

La tarea de desarmar la casa puede ser más difícil de lo que se creía, la humedad y el calor hacen más lenta la tarea, también el deseo por demorar la partida. Marcela recibe la ayuda de prácticamente un desconocido. Es de manera azarosa y a través de sus hijas que conoce a Nacho, un joven que vendió su casa, dejó su trabajo y se despidió de todos sus amigos con la promesa de un futuro en otro país, pero el viaje se ha cancelado. Nacho pasa sus días avergonzado y escondiéndose de todos los que ha despedido. En esta acción de esconderse ambos se hacen compañía. A veces puede resultar más sencillo atravesar los momentos dolorosos junto a un desconocido, no hay exigencias que cumplir, ni expectativas que ajenas que satisfacer. Marcela y Nacho comparten un estado de suspensión, de espera, un tiempo de transición. Y en este tiempo entre, en esa zona líquida e indeterminada donde la velocidad es otra nace la posibilidad del amor.

Los pequeños placeres parecen tornarse más intensos en medio del dolor: el juego con los hijos, el abrazo con el marido, el esperado beso con Nacho. Marcela se permite transitar estas emociones con autenticidad sin cuestionarse cuales deberían ser sus reacciones, viviendo genuinamente sus emociones.

Alché trabaja desde la sutiliza manteniéndose fiel y cercana a la subjetivada de su protagonista, a su forma de vincularse con lo que la rodea. Al estar frente a la pantalla se puede sentir la humedad y el agobio de la ciudad en los días más calurosos del año. La humedad infla el cabello, vuelve el cuerpo más pesado, las manos rozan las cortinas y las hojas de las plantas. En estos momentos la atmosfera se vuelve sumamente sensorial, sugerente. Parece desplegarse una suerte de memoria táctil, aquella que a partir del contacto con los materiales intenta archivar todo lo que ha sido percibido por la persona ausente. La imagen adquiere una textura velada, por momentos los contornos se vuelven difusos, la protagonista parece volverse una con el espacio. La cámara respeta los tiempos de la protagonista y acompaña su recorrido, se trata de una cámara paciente que aguarda el momento en que Marcela emerja de la profundidad.

En Familia sumergida el duelo es un proceso personal, se trata de enfrentar el día a día e ir superando pequeñas metas. El proceso de sanar- de cambiar la piel como lo hace una serpiente que Marcela ve en un documental- si bien nunca es definitivo, consiste en aprender a vivir con la ausencia, una ausencia insistente que con el tiempo se volverá cotidiana pero no por eso menos dolorosa. Marcela lentamente surge de esa región líquida, donde irrumpe constantemente el pasado, donde el tiempo trascurre a otra velocidad para emerger tímidamente y quizás de forma fugaz a la superficie con esa sonrisa y baile final. Un breve y necesario respiro dentro del dolor.

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