"Ensayo de un crimen" (1955): el Buñuel más fetichista

"La vida criminal de Archibaldo de la Cruz" de Luis Buñuel, también conocida como "Ensayo de un crimen", fue realizada en México en 1955. Buñuel hizo algunas películas no tan buenas después de "Archibaldo" y antes del clásico "Viridiana" (1961), pero "Archibaldo" es la película que realmente marca el inicio de su extraordinariamente productivo período tardío, en el que nos ha regalado obras maestras como "Tristana" y "El discreto encanto de la burguesía", con la posibilidad de otra más por venir, "Ese oscuro objeto del deseo".

"La vida criminal de Archibaldo de la Cruz" es principalmente una escena: la de un maniquí arrojado (en lugar de su modelo) a un horno, luego de que una de sus piernas se dislocara en tránsito, y cuya tela arde revelando las formas del cuerpo copiado, antes de que el material se derrita y solo quede evidencia del crimen (porque la escena está montada como un verdadero asesinato), solo un zapato que podría incriminar al criminal frente a sus visitantes.El cine, arte del artificio, que filma (en principio) asesinatos falsos, no es solo (como Truffaut lo expresó en sus escritos sobre esta película de Luis Buñuel) el arte de hacer cosas bonitas con mujeres bonitas, sino también el de las cosas feas, del impulso, de la locura ordinaria al descubierto.

Y Buñuel quiere recordarnos, a su manera juguetona, que eso no importa. Su película tiene, como a menudo sucede con él, la apariencia de una broma, con su criminal arrepentido confesando repetidamente a las autoridades crímenes que no cometió pero que soñó, solo para ser rechazado: si todos los que imaginaron asesinar a alguien fueran encarcelados, habría pocos inocentes en todo el planeta.

Con esta película, una de las más impactantes de su período mexicano, el maestro español trata, con toda la pasión surrealista a su disposición, los derechos de la imaginación, de la libertad intelectual (burlándose literalmente de la idea de crímenes de pensamiento) y, a través de la absurdidad, la futilidad de la responsabilidad ante nuestros propios deseos.

Buñuel tamiza la comedia negra de los arquetipos del cine negro, de los thrillers psicoanalíticos, para crear visiones que son tanto espléndidas como al borde de la parodia. El humor de Buñuel no es solo un adorno: es la condición de su libertad mental, lo que defiende contra los hipócritas y tristes de todo tipo: se podría decir que el verdadero crimen de Archibaldo es carecer de ello.

La película se considera a menudo como un homenaje a la libertad individual. Al igual que el Marqués de Sade, Archibaldo habita en un mundo de imaginación donde todas las posibilidades se despliegan, más allá de las restricciones democráticas.

Sin embargo, propongo cuestionar esta visión convencional y argumentar que en lugar de celebrar la libertad de soñar, Buñuel complica la distinción entre sueños y realidad, convirtiéndola en un problema político. Sugiere que estos límites, lejos de ser naturales, son construidos por los sistemas legales.

Buñuel sugiere que hay un elemento criminal en la vida de todos, pero no debe tomarse literalmente, de lo contrario los tribunales estarían abrumados con criminales del pensamiento tanto como con ciudadanos comunes. Él cree que esta falla inherente radica en el subconsciente, donde permanecen nuestros traumas, buscando resolución, y nuestros deseos reprimidos resurgen con aún más fuerza cuando son activamente reprimidos.

La historia de Archibaldo comienza con una escena primordial de su infancia. Disfrazado como su madre, nunca enfrenta castigo, sino que recibe una caja de música adornada con una encantadora bailarina.

Su niñera, que guarda un sorprendente parecido con una mujer que lo atormentará en la adultez, se cansa de complacer los caprichos de este niño mimado, tratando de aliviar la carga de una madre frívola ya inmersa en una nueva vida de alta sociedad. En la calle, entre el ruido del pueblo y los revolucionarios mexicanos luchando por el poder, contrasta con la mirada indiferente de la alta clase local, un tema que se explora más en "El ángel exterminador".

Un día, la niñera, aparentemente expresando solidaridad con los insurgentes, es alcanzada por una bala perdida. Mientras la caja de música continúa su melodía, el niño contempla el cadáver, experimentando un placer que solo le queda claro muchos años después.

La película puede evocar comparaciones con "Monsieur Verdoux" de Chaplin (1947) y "Unfaithfully Yours" de Preston Sturges (1948), pero en realidad se asemeja más a una variante humorística oscura de "Heaven Can Wait" de Ernst Lubitsch (1943).

Por otro lado, “La vida criminal de Archivaldo de la Cruz” se suma a una tradición crítica que se remonta a Poe y su invención del relato policial. En esta película, Buñuel nos presenta la historia de un asesino fallido. Lo peculiar de sus fracasos radica en que, de alguna manera, sus potenciales víctimas terminan encontrando la muerte de manera fortuita: ya sea por accidente, suicidio o incluso asesinato por parte de otra persona. Esta extraña serie de eventos plantea preguntas sobre el destino, la culpa y la redención.

El protagonista se encuentra todo el tiempo en una búsqueda personal de redención, mientras lidia con el peso de sus acciones pasadas y la posibilidad de un futuro mejor. A lo largo de la película, vemos cómo su encuentro con la justicia lo lleva a confrontar sus propios demonios internos y a cuestionar su propia moralidad.

La trama de la película se desarrolla en dos confesiones: la primera, más breve, que Archibaldo hace a una monja a la que también intentará matar; y la segunda, más larga y significativa, al juez. Es este magistrado quien finalmente lo salvará de su infierno. Archibald cree conocer el origen de su anomalía, o al menos actúa como si lo conociera.

A su manera, Luis Buñuel dinamita los códigos de su propio movimiento artístico: aquí, el surrealismo no aparece directamente en lo real, se insinúa en el espacio mental del protagonista (estamos lejos de las visiones de "El perro andaluz").

En este sentido, la pequeña caja de música establece de manera pertinente el vínculo entre los sueños de Archibaldo y sus acciones. Esta vida criminal es, por lo tanto, solo potencial, es una proyección: el protagonista seguirá siendo un asesino en potencia.

El extraño optimismo de esta película radica en su catarsis. ¿Qué hay más saludable que exorcizar las pulsiones asesinas en la pantalla, un espacio ejemplar de todos los desahogos? Esta posibilidad puede ser válida para el propio cineasta, pero sobre todo para el personaje de Archibaldo que expresa indirectamente sus fantasías a través de las visiones que presencia el espectador.

Con esta película, Buñuel se despidió de su período mexicano. Una pena, porque fue probablemente su período más prolífico, mucho mejor que sus otras películas que lo encasillan en una sátira social pesada y a menudo torpe. Una vez más, las obsesiones del director están controladas, canalizadas e incluso enterradas en los hilos del guion, apareciendo solo para profundizar en la psicología de su protagonista.

El resultado es una película, ciertamente, siempre extraña, pero maestra de principio a fin.

Una buena película noir, muy maquiavélica. Buñuel es, con mucho, el cineasta que ha adaptado con mayor sutileza el freudismo al cine, y la infancia es la edad de la perversión polimorfa. Algunas secuencias (como la del maniquí) anuncian curiosamente el giallo, o el mejor cine de terror italiano.