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Un camino para dos: no hay con qué darle al tiempo

Joanna: “No parecen muy felices”

Mark: “¿Y por qué deberían? Se acaban de casar”

Un camino para dos (Two for the road, 1967)

Esta comedia dramática cuenta la historia de Joanna (Audrey Hepburn) y Mark (Albert Finney), un matrimonio que supera una década de existencia. Ambos entablan un viaje juntos que es la excusa para indagar en sus reflexiones acerca de aquello que los unió en primer lugar, los comienzos de su relación, pero también el sexo, su unión formal, las infidelidades y, sobre todo, el tiempo. La variable temporal no sólo es un elemento de mucha trascendencia a nivel de la historia, sino que también es parte integral de la forma que adquiere el relato, esto es, a través de los recursos cinematográficos que se ponen en juego a la hora de plasmar esta inolvidable historia de amor.

Justamente lo que vuelve memorable a este retrato amoroso, además de la química palpable entre sus protagonistas, es la forma en la que está narrado. Es lo que en parte me motivó a traerla al desafío cinéfilo de Parejas Icónicas. El guión de Frederic Raphael (co-guionista de Ojos bien cerrados de Stanley Kubrick) dirigido por Stanley Donen (director de, entre muchas otras, el clásico Cantando bajo la lluvia) encara la relación de esta pareja a modo de viñetas, pequeños recortes de sus vidas que se presentan yuxtapuestos de una forma no lineal, que intercala los acontecimientos resultando en una estructura narrativa más ligada a un cine moderno (la influencia que comparte en relación a la Nouvelle Vague es notable) que a un relato clásico de Hollywood. Puede que ese sea un motivo por el cual a pesar de ser una película cuyo estreno data de más de 50 años, de todos modos resulta agradablemente fresca y por eso, atemporal.

Así como el título de la película hace referencia a dos personas que comparten la ruta, ni bien comienzan los títulos de crédito (diseñados por Maurice Binder) también se nos da un guiño narrativo: la señal de “ir en contramano” sirve de puente para conectarnos con el inicio del relato. En cierto modo, podemos pensar que Joanna y Mark van en contramano durante toda la película, básicamente porque descreen de la institución matrimonial, algo a lo cual no paran de hacer referencia en distintos pasajes del film. Sin embargo, habitando sus contradicciones (algo sumamente humano) ellos sí se casaron y eventualmente, se han convertido en aquello que rechazaban: un matrimonio de dos personas que pueden estar sentadas en una mesa mientras en el aire desprenden amargura, resentimiento y desinterés. Afortunadamente la película no se queda en esa suerte de profesía autocumplida e indaga un poco más.

Hay una incógnita que sostiene al relato y tiene que ver con el desenlace de la pareja. Desde un inicio está planteada la duda acerca de si Joanna y Mark se separan o si se aceptan mutuamente tal como son. Mientras tanto, como espectadores asistimos a distintas escenas que nos adentran en sus vidas. Vemos cómo se condensan sus conversaciones, viajes, comidas compartidas y otros momentos clave. Sin embargo, todo se tambalea de una escena a la otra y esos momentos de felicidad se vuelven efímeros cuando se retorna a su presente de descontento.

Es muy apreciable como el cine a través del montaje, su característica esencial, puede funcionar para extrapolarse a la vida y pensar incluso en nuestras relaciones cotidianas de hoy en día, donde las redes sociales son mediadoras de todo y la propia aceleración de nuestro entorno hace que todo quede muy rápidamente atrás, incluso algo que pasó hace días. Ese mismo efecto produce la película: no terminamos de reír o de emocionarnos con una mirada, un diálogo o una situación en particular de la pareja e inmediatamente y mediante muy ingeniosas transiciones (a veces, integradas de una forma impresionante) el tiempo salta y nos encontramos en un momento temporal distinto, que nos produce otro tipo de sensaciones.

Otro aspecto destacable de la película es cómo utiliza la ironía y el sarcasmo para ilustrar estados de ánimo de la pareja, dando cuenta así de sus pensamientos, temores y miserias y cómo combina a éstos con situaciones aleatorias, más o menos cotidianas, más o menos problemáticas, pero que también sirven para caracterizar la dinámica de la relación. Tal es así que en gran medida contribuye a que el tono de la película no resulte meloso, una característica habitual de algunas historias románticas que a veces resulta desmedida y forzada, generando el efecto contrario al que se pretende.

Esto no implica en absoluto que a Un camino para dos le falten momentos sensibles. Muy por el contrario, la ternura de los personajes está presente incluso en sus momentos más pesimistas y tristes. Cuando nos queremos dar cuenta ya nos encariñamos con ambos, sobre todo porque compartimos cómo pasaron de ser unos completos desconocidos a convertirse en auténticos compañeros de ruta, indispensables el uno para el otro y emblemáticos personajes que merecen redescubrirse.

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