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Puntos brillantes y pequeñas resistencias en el intercambio epistolar de Carla Simón y Dominga Sotomayor

Spoilers

En una época en la que no suelen escribirse cartas dos directoras mantienen una correspondencia audiovisual. Se trata de la española Carla Simón- directora de Verano 1993 (2017), Alcarràs (2022)- y de la chilena Dominga Sotomayor- Tarde para morir joven (2018), De jueves a domingo (2012 )-. Correspondencia (2020) es un cortometraje documental en primera persona, donde dos mujeres reflexionan juntas y unen en un único gesto dos continentes, pasado y presente, lo personal y lo político.

Las directoras harán el ejercicio de sumergirse en las distintas capas que componen su pasado para recuperar aquellos “puntos brillantes” de lo que fue su vida personal y familiar. Se trata de un pasado que no responde a la lógica del tiempo cronológico, está libre de jerarquizaciones, todas sus capas coexisten desde el presente en el que son evocadas. Simón y Sotomayor evocarán el pasado desde el afecto, desde lo que las conmueve en el tiempo presente. La búsqueda es intuitiva y colectiva y eso la vuelve más genuina.

Pero la memoria también puede volverse frágil. Allí conviven recuerdos y espacios en blanco, certezas y preguntas. La imagen habita esos espacios vacíos, los llena de sentido, sobrevive a los cuerpos y se vuelve única prueba de su existencia. Las imagenes también luchan por no desaparecer. Como lo hacen las cartas que a pesar de los obstáculos intentan llegar a destino. La correspondencia epistolar es frágil, las cartas pueden llegar o perderse, pueden ser respondidas u olvidadas.

Las directoras se alojan en esas fragilidades para descubrir la fortaleza oculta de las palabras y las imágenes. Las pequeñas resistencias: recordar, rescatar e interrogar a las imágenes, escribir cartas, se vuelven gestos que se escapan- al menos por un momento- de la lógica de la sociedad de consumo, de su vorágine y voracidad. Todo aquello que no puede ser convertido en mercancía esconde una rebeldía, una tímida desobediencia. Y es allí donde la poética se vuelve política.

Carta I.

Desarmar la casa

No hay un único modo de desarmar una casa, de seleccionar los objetos más queridos y repartirlos entre los que quedaron. Cada objeto esconde un secreto, es testigo silencioso de lo que ocurre en ella.

Tras la muerte de su abuela, Carla Simón registra por última vez aquella casa vacía. El cine se vuelve una forma de conservar esa casa antes de que otros la habiten y cambie para siempre. En un gesto por atesorar algo de ese pasado reciente, de salvarlo del olvido, aquellas imágenes se vuelven archivo familiar, memoria de espacios y objetos. Objetos que luego se dispersarán y vivirán en otras casas. El cine puede fijar la casa de la abuela tal como ella la habitó. El cine puede crear una cartografía, un mapa de los espacios familiares.

Simón se pregunta junto a las mujeres de su familia en una polifonía de voces “¿quién sufrirá por mí?” “¿quién me hablará de mi madre?” “¿a quién visitaré cuando quiera sentirme en casa”? y juntas deciden continuar ese legado, conservar ese tejido de afecto, conservar la lengua catalana como prueba de resistencia y amor. La imagen se vuelve casa, refugio. Podría desplegarse un árbol genealógico de imagenes familiares o cinematográficas- cada una de ellas se vinculará con las otras, se resignificarán al relacionarse con las que la precedieron y con las que la sucederán. Toda imagen entonces, encierra algo del pasado y del futuro. Toda imagen parece mirar hacia adelante y hacia atrás.

Carta II.

Filiaciones

Una mujer viaja en tren. En la estación aguarda a un hombre que nunca llega, cansada de esperar se marcha. La protagonista de estas imágenes es la abuela de Dominga Sotomayor cuando era joven, es el primer registro de su abuela en movimiento. Las imágenes fueron concebidas como un pequeño corto de ficción que nunca se ha editado. Décadas más tarde, Sotomayor, recuperará esas imágenes para editarlas y también volverá a filmarlas con su abuela ya mayor. Los gestos se repiten, intentan cerrar un círculo. La herencia también implica repetir una y otra vez lo que han hecho quienes nos precedieron. Las primeras imágenes de una vida y las últimas adquieren un valor especial que es difícil explicar, parecen volverse punto de partida y de llegada, apertura y clausura. Las últimas imágenes que Sotomayor atesora de su abuelo muerto se vuelven más emotivas. En esa pequeña duración de una imagen en movimiento, en ese breve pestañeo se vence a la muerte.

Las imágenes que han sido desechadas pueden volver a resignificarse con el tiempo. Es la tarea que emprende la directora al rescatar imágenes que su madre ha grabado para la campaña del No, que puso fin a la dictadura de Pinochet. La imagen adquiere un tinte distinto, no es solo el registro de la juventud de la madre es también el registro de un proceso de transformación socio político.

La directora no es la única abocada a la tarea de seleccionar y ordenar ese pasado familiar. Su abuela y madre parecen sumergidas en el mismo proceso a través de los objetos, de lo que deciden conservar del pasado, aquello con lo que guardan un vínculo afectivo. En el gesto de atesorar se esconde un deseo de legar, de regalar ese pasado a quienes vendrán. El pasado se actualizará cuando llegue a nuevas manos. Las imagenes parecen destinadas a esa tarea, a ser memoria, espacio posible- en imposible- de encuentro con los ausentes.

Carta III.

El cine y los hijos.

Las imágenes sobreviven a los cuerpos. Carla Simón recupera a su madre bilógica, que ha muerto cuando ella era niña, en unas breves imágenes en super 8. La imagen se vuelve espacio posible para encuentros imposibles, se vuelve amuleto, objeto personal de veneración.

Todo se vuelve archivo, a través de la materialidad de la película super 8 con la que la directora registra a su madre adoptiva en la actualidad, el presente parece volverse pasado. Dos líneas temporales se amalgaman y fundan un nuevo tiempo, un tiempo que solo es posible en la imagen en movimiento.

La imagen interpela, despierta preguntas y puede volverse reveladora. A partir de las imágenes de sus madres Simón reflexiona sobre la maternidad, se pregunta: “¿es posible hacer cine y tener hijos?” que se corresponde con un pensamiento esbozado en su primera carta: “Ahora somos una familia de dos generaciones. No quedan abuelas de las que aprender. Aún no hay niños a los que enseñar”. Si las imágenes son parte de un legado, de aquello que pasa de mano en mano, si son una forma de crear lazos entre distintas generaciones, qué ocurrirá si no hay nadie para atesorarlas.

Carta IV.

El estallido.

Las cartas tienen su propia temporalidad, las respuestas pueden llegar rápidamente o hacerse esperar. Parece generarse un ritmo particular en ese fluir de palabras y de sobres. La cotidianeidad amenaza con pausar ese ritmo. La última carta de Sotomayor demora, el estallido social de octubre de 2019 ha despertado a Chile. En palabras de la directora “despertamos, pero nos están sacando los ojos a balazos”.

La continuidad parece alterarse, en ese contexto se vuelve difícil seguir refiriéndose al mundo privado, al pasado familiar. Lo urgente irrumpe, las imágenes familiares son vistas desde una nueva óptica, habilitan la reflexión sobre un pasado colectivo, dan cuenta de un clima de época. Las escenas de una infancia cerca de la montaña, de aquel incendio en la cordillera habilitan el pasaje al presente, a la ciudad, al fuego de la brutal represión que debió resistir el pueblo chileno. La familia también es el pueblo y merece ser registrada.

El pasado se aleja, las imágenes se vuelven presente, registro de la violencia. Así como la imagen familiar registra los momentos felices de la cotidianeidad, su contracara- y continuidad- es el registro del presente en su aspecto más crudo. La imagen tiene una obligación: dejar testimonio del horror. La imagen se transforma y parece preguntarse de qué manera volver a registrar lo familiar luego de haber experimentado la violencia.

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